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Viernes, 27 de agosto de 2004

CURIOSIDADES

El hombre de Cromagnon sigue vivo

Y habita en las oficinas destinadas a fomentar el deporte y describir las delicias del deporte. O al menos es lo que parece cuando se revisan las coberturas de los Juegos Olímpicos o se verifica el modo en que actuó el Comité Olímpico Argentino. Las chicas, por su parte, siguen trayendo medallas.

Por S. S.

Al cierre de esta edición, las mujeres argentinas habían logrado el 100 por ciento de las medallas olímpicas. El primer bronce lo obtuvo la nadadora Georgina Bardach, mientras todas las esperanzas estaban puestas en José Meolans. Y el segundo, la dupla Tarabini-Suárez, contra todos los buenos augurios que respaldaban al tenis masculino. Además, hubo otras mujeres con papeles notables como Daniela Krukower, en judo, o Alejandra García, en salto con garrocha. Sin embargo, hay momentos en estos días de furor olímpico, en que el tiempo parece posarse miles de años atrás: en los Juegos Olímpicos masculinos de la antigüedad donde las mujeres no podían aspirar a mucho más que a ser premio de los vencedores de las carreras de carrozas.
A saber: Cuando una escucha los desafortunados comentarios de periodistas deportivos que parecen apreciar el triunfo de las mujeres argentinas como consuelo frente al pobre desempeño masculino. O cuando abre el Suplemento Olímpico del diario Olé del 12 de agosto y lee, bajo el título “Pegale y llamate Marta” un comentario sobre fútbol femenino como el que sigue: “El gol –golazo– fue obra de Marta, que tiene nombre de ama de casa pero que con la jugada que hizo otra que Rivaldo. (...) meta gamba depilada y ovarios de parte de las australianas, mientras que Brasil intentaba poner toallas femeninas frías y apostar al jogo bonito (delineador, lápiz labial y un toque de perfume detrás de las canilleras). A los 36, Marta arrancó por el medio, baldeó el área, se limpió a tres que la marcaban y de un lampazo mandó la pelota al estante de abajo. Kell, la arquera australiana, quedó planchada y lista para ver la novela”.
Cada quien podrá sacar la conclusión que quiera pero seguramente jamás se habrá escuchado a ningún periodista hablar de los menesteres de los futbolistas masculinos fuera de la cancha y menos reduciéndolos a un único estereotipo, según el cual todos los hombres deberían ser donjuanes –que igual sería más simpático– y, en su tiempo libre, jugadores de fútbol, por dar un ejemplo tan sesgado como aquél. ¿Sabrá ese periodista –que no firmó su nota– que su comentario más que jocoso es extremadamente sexista? ¿Le importará saber que desde hace una década ha habido varias conferencias para tratar la discriminación de la mujer en el deporte, que incluyen unas cuantas recomendaciones para los medios?
Que el deporte no es terreno propicio para las mujeres ya lo anunciaba el barón Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos modernos con su inmortal frase “las olimpíadas deben ser reservadas para los hombres”, allá por 1896. Sin embargo, cuatro años más tarde las mujeres empezaron a competir en dos pruebas. Y en la versión XXVIII de los Juegos Olímpicos Modernos, de Sydney 2000, fueron el 38 por ciento de los 10.382 atletas inscriptos y compitieron en 25 de los 28 deportes incluidos.
Pero aunque el número sea contundente, muchos todavía prefieren mirar para otro lado. “El día que yo saltaba (el domingo) leí los diarios argentinos y no estaba ni siquiera en la agenda del día”, se quejó Alejandra García, la primera representante del atletismo argentino en participar de una final olímpica en 48 años. Finalmente, esta especialista en salto engarrocha no pudo superar los 4,40 metros que la separaban de la posibilidad de una medalla. Algo que no sorprende –la beca que le pagaba la Secretaría de Deporte pasó de 1230 pesos a 500, después de que se lastimó un día antes de los Panamericanos, una vez en 20 años–, pero sí duele, sobre todo por su trabajo serio, concienzudo y solitario, como el de las otras mujeres que llegaron a clasificarse para los juegos (el 27 por ciento en una delegación de 156 deportistas). Y como el de la cordobesa Georgina Bardach, que con apenas 20 años consiguió el bronce en 400 metros medley; la tercera medalla en la historia de esa disciplina en el país y la segunda en manos de una mujer, después de Jeannette Campbell (medalla de plata en los 100 metros libres), la primera argentina en participar de los Juegos, en 1932. Triunfo también comparable porque lo consiguió después de haber entrenado en el país y con su entrenador de siempre, contra todas las recomendaciones; así como la Campbell tuvo que conformarse con entrenar los 24 días que duró su viaje en buque hacia Berlín con una soga elástica que le permitiera nadar en una pileta de sólo cinco metros de largo.
Otro capítulo merecen episodios como el de las remeras Lucía Palermo, Analía Marín y Milka Kraljev. Sus botes, despachados desde Argentina un mes y medio antes de los Juegos, no fueron retirados a tiempo por los responsables del Comité Olímpico Argentino (COA). En igual situación estaban los hombres. Sin embargo, a ellos el COA les alquiló un bote provisorio. ¿Cómo entrenarían las mujeres a menos de una semana del debut? A nadie pareció importarle demasiado.
Lo preocupante es que nuevamente los dedos apuntan al general Ernesto Alais –responsable de los tanques que nunca llegaron en el levantamiento de Semana Santa–, integrante del Consejo Directivo del Comité Olímpico Argentino. El general encabezó la delegación argentina en Barcelona 1992, cuando la atleta Ana María Comaschi no pudo competir porque alguien se “olvidó” de anotarla. Y fue presidente de la Federación Argentina de Tiro, entidad que por discriminar a Elvira Bella –al no otorgarle el premio a la mejor tiradora de fusil mauser 300 metros por ser mujer– acaba de ser condenada a pagar 35 mil pesos.
Y eso que éstos fueron los primeros 10 días de Atenas 2004.

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