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Viernes, 27 de agosto de 2004

TALK SHOW

Hablar demasiado

 Por Moira Soto

La voz de la razón, la voz de los sentimientos: así podría etiquetarse de movida, respectivamente, a Roberto e Irene, los personajes de De todas las noches, pieza de la descollante directora Mónica Viñao que la revela muy favorablemente como dramaturga. Un diálogo a través del tiempo entre marido y mujer, o más bien un soliloquio de la mujer –que casi siempre habla consigo misma, aunque no consigue escuchar su propia voz– interrumpido cada tanto por el marido, cómodamente instalado en un rol masculino clásico, paternalista, distante de las emociones, sabihondo. Ella, por su parte, oscila entre la sumisión a la palabra de él, algunos amagues de rebelión, el despertar de una conciencia de género que se expresa en los sueños y se sofoca en la vigilia, la búsqueda de argumentos para justificar su cobardía para romper la dependencia, aferrándose al sueño romántico que la llevó a dejarlo todo por él y seguirlo a tierras extrañas.
Porque Irene era actriz, le gustaba actuar, aunque se descalifica (“trabajaba poco, no era buena”) y afirma que no se arrepiente de su gesto porque lo ama y ella es de las que se entregan totalmente por amor. Sin embargo, en esa cultura distinta, en la embajada de algún país árabe, Irene empezará a advertir palmariamente que en nombre del amor se reprime, se mutila, se mata. Y que las víctimas de ese maltrato son las mujeres; que ese autoritarismo, ese menosprecio que ella sufre en una escala menor, sus congéneres vestidas de negro de los pies a la cabeza lo padecen de manera cotidiana, privadas de libertades, siempre expuestas al martirio más cruel, a la más mínima sospecha de desobediencia.
Ya en la primera escena, en De todas las noches se anticipa el tremendo episodio, que más tarde evocará Irene, de la lapidación de la mujer acusada, sin pruebas, de engañar al marido. Roberto, el pulcro y circunspecto marido –no por nada trabaja en la diplomacia– narra y actúa –con su mujer de partenaire– un episodio de violencia inaudita: a un hombre se le mete en la cabeza que su mujer tiene un amante, con furia la arrastra, le corta las orejas (“para que aprendas”), le arranca la nariz, mete los dedos en las cavidades de sus ojos. A continuación la viola, dice que la ama más que nunca, besa sus heridas, bebe su sangre.
“No soy una de ellas”, se resiste Irene, cuando antes de aterrizar una voz pide a las pasajeras que se cubran. Roberto se desentiende, tiene cosas más importantes en qué pensar. Irene va descubriendo que hay reglas rígidas que debe cumplir: “Paso a formar parte de un ejército de mujeres de negro”, acepta. De mujeres cuyo asesinato, explica, es considerado un delito menor, puesto que sus vidas valen la mitad que la de un varón. Roberto no se escandaliza, hasta encuentra una lógica: “Aquí las mujeres no producen”. Irene le señala que no las dejan ni trabajar ni participar en la vida pública... Roberto, impasible, recurre al viejo truco patriarcal proteccionista: “Tienen suerte, no tienen responsabilidades”. A esta altura, Irene empieza a ver en el espejo a una mujer que no le gusta, cuya sumisión la irrita.
Cada vez que ella marca alguna actitud denigratoria hacia las mujeres en ese país, él se impacienta. Ella acata esa voz que se impone, aunqueaflora el deseo de insubordinarse, de dejarlo. Se da ánimos diciéndose que es libre, no como las mujeres de negro. Pero la verdad es que entre estas mujeres tan oprimidas hay una que se atreve a romper las normas, a amar a un extranjero, aunque deba pagar un precio altísimo. Irene no tiene ese coraje, teme a su marido, aunque por cierto él es un caballero, “jamás me haría daño”. Empero, reserva un pasaje, pero decide esperar. Porque, se consuela, a su manera, él la ama. Y además, pobre, no soportaría ser abandonado.
Deborah Bianco se hace cargo a full de las contradicciones y los fantasmas de Irene, de su desazón y su ambivalencia. A su vera, César Repetto construye con sutileza minimalista el difícil rol de marido ausente, neutral, que querría que ella se calle, que no piense, que no polemice, que no cuestione...
De todas las noches, en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, sábados a las 23 y domingos a las 19, a $ 10, estudiantes y jubilados a $ 5, 4862-0655.

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