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Viernes, 1 de octubre de 2004

TEATRO

El tercero en cuestión

¿Es posible que dos minas bien diferentes amen durante años al mismo tipo trucho y veleidoso y, tiempo después de ser abandonadas, ellas –la esposa y la amante– se reúnan para rumiar su resentido dolor? Ocurre en la pieza en cartel de David Hare, La brisa de la vida, y las damas que se enfrentan están interpretadas por Rita Cortese y María Leal.

 Por Moira Soto

En una acogedora sala de estar donde los libros se amontonan al desgaire en cualquier lugar, con un ventanal al fondo que da al mar, dos mujeres se encuentran, debaten, chocan, se agreden por causa de un hombre que ya fue, pero al que compartieron por esas cosas de La brisa de la vida durante añares. La visitante es la ex esposa; la dueña de casa, la ex amante. María Leal y Rita Cortese, dos actrices que conocen bien el éxito televisivo y teatral, interpretan, respectivamente, a Frances y Madeleine, protagonistas de esta pieza de David Hare que se representa en el Regina, con puesta de Alejandra Ciurlanti, escenografía de Alberto Negrín y luces de Jorge Pastoriza.
La rubia de talle de junco que parece ignorar el paso del tiempo con ese perenne aire juvenil y reservado que se abre en rica expresividad cuando, por hablar de tiempos cercanos, hace Esa relación tan delicada o los Monólogos de la vagina en teatro, o Grande Pa en la tele, se ha tomado su tiempo para volver a la escena mientras le dice no a la TV y aspira a dirigir, quizás, una película. María Leal dice que lo de ella fue paradójico: formada en el teatro con Roberto Aulés y habiendo actuado en muchas obras, el suceso televisivo le puso un rótulo del que fue difícil despegar para volver a sus fuentes. “Ahora en teatro me consideran más, me llaman”, sonríe con un reflejo de ironía.
Rita Cortese, en cambio, con esa energía que parece tan inagotable como su talento, durante la última década se ha multiplicado en el cine, el teatro, la televisión. Este año filmó Monobloc, la admirable película de Luis Ortega, y ahora está –desperdiciada, hay que decirlo– en la tira Los secretos de papá. Ella jura que no tiene, aunque le vendría bien, una doble que la reemplace: “He hecho algunos desastres con el dinero y necesito de verdad trabajar. Pero esto del teatro lo elegí plenamente convencida. Ciertamente, me gusta el eclecticismo, la variación”.
–Si hablamos de variaciones musicales, Rita, se impone hablar de la experiencia sandriana.
Rita Cortese: –Me puso en un lugar donde nunca había estado: ese teatro demoledoramente popular. Yo había visto muchos espectáculos de Sandro, siempre fui fan de él. Así que cuando me llamaron, pensé qué podría hacer yo. Pero enseguida respondí que sí, que lo hacía.
–Confesá, ¿primero no te dio un cóctel para convencerte?
R.C.: –Sí, fui a su casa para conocerlo y me recibió con un trago llamado Penumbras que lleva gin, maraschino, cynnar... O sea que de entrada tenés como 70 grados de alcohol, sin hielo porque sólo se refresca el vaso. Y como yo soy una antigua osada borracha, tuve el tupé de decirle “qué rico, dame otro”. Bueno, te tengo que decir que no me acuerdo casi nada de esa primera reunión. Haber trabajado con Sandro, un artista, un ser tan amado, idolatrado, no se puede comparar con nada. El rompe todas las barrerassociales. Es un fenómeno religioso, hagas lo que hagas en ese espacio que genera él, siempre será verdad. A mí me dejaba un piso casi de burlesque para recitar un poema serio, casi lorquiano, y yo podía hacerlo porque el público estaba dispuesto a creer.
María Leal: –Cuando la llamaron, yo la alenté mucho, me parecía que no se lo podía perder. Tengo una amiga muy guarra que dice que hacían falta los cojones de un bucanero para hacer lo que Rita hizo. Meterse en ese escenario y no achicarse. Con ese tipo y esa sala, mi Dios.
R.C.: –Lo quiero entrañablemente, y después de haber actuado con él, no tengo más miedo.
–¿Te sentías tan divina como se te veía?
R.C.: –Eso era gracias al maquillador. Yo me sentía una gitana.
–¿La reina de las gitanas?
R.C.: –Por supuesto, qué menos: siempre una reina (grandes risas). Me divertí muchísimo, fue algo maravilloso, me sentí inscripta en la gran tradición del teatro popular. Bueno, le dije no a Norma Aleandro por trabajar con Sandro, me había llamado para La señorita de Tacna.
–¿Cuándo empieza a soplar La brisa de la vida para ustedes?
R.C.: –A María se le ocurrió que hiciéramos teatro juntas, me propuso buscar la obra apropiada, salir de gira en algún momento. Ella había ido a pueblitos perdidos a los que habitualmente no llega el teatro.
M.L.: –Por ejemplo, hay sitios a los que sólo se puede llegar en barquito, en Santa Fe. A Rita la cautivó esa imagen.
R.C.: –Sí, me muero por subir a ese barquito... Entonces, empezamos a buscar y supe de esta pieza que en España estaban haciendo Nuria Espert y Amparo Ribelles, y en Londres, Judi Dench y Maggie Smith. María consigue esta obra que me encantó porque no es nada melancólica, tiene un enfoque muy inteligente de estas dos mujeres que se juntan para hablar de aquel hombre. De aquel pelotudo, en verdad (risas).
–Si a esta obra la firmara una autora feminista, ya andarían diciendo los críticos que está en contra de los hombres, que destruye la imagen masculina...
R.C.: –Sí, pero resulta que la escribió un señor. Y estas dos mujeres tan distintas se enamoran de este tipo. Nosotras nos hemos preguntado mucho sobre este tema y hoy, transcurriendo la obra, entiendo mejor que mi personaje se haya dejado atrapar. Creo que proyectó algo, que la pasó bien, que él pudo atravesar ciertos miedos profundos de ella.
M.L.: –De todos modos, hasta que se produce este encuentro que narra la pieza, nosotras no sabemos que él nos ha hecho el mismo juego a las dos. A cada una le hablaba de la otra. En la primera lectura dijimos: pero el personaje que mejor la pasa aquí es Martín.
R.C.: –Sí, pero cuando fuimos devanando el texto, comentamos: pero qué hijo de puta. Que a mí, la amante, me hablara de la esposa, vaya y pase. Pero que a ella le contara de mí, me provoca un gran dolor.
–En realidad, se trata de una pieza para dos actrices protagonizada por tres personajes, porque Martín, aun en su liviandad, cobra fuerte presencia.
R.C.: –Claro que sí, es el tercer personaje. Me interesó mucho algo que dice Hare de su obra: que no penaliza el vicio ni exalta la virtud. Al parecer, él escribió La brisa... para Judi Dench, que había vivido en la realidad una historia semejante.
–¿Hare hace una descripción precisa del personaje de la esposa?
R.C.: –Frances es una mujer simple que de repente se ha convertido en una escritora de best-sellers, un poco el equivalente de lo que pasó con la autora de Harry Potter. Es menor que Madeleine: por esta indicación, antes de leer la pieza, le digo a María: “Yo tengo que hacer la amante”, porque no es que yo lo sea, pero parezco más grande (risas a dúo).
–Rita, vos has conseguido imponerte con un físico rubensiano y ser muy solicitada en un país donde el modelo suele ser la anoréxica con siliconas.
R.C.: –Claro, y está bueno, buenísimo romper un poco ese molde.
–Y en la obra, la que no responde a la imagen convencional de la amante -.más joven, más flaca, más decorativamente bonita que la esposa– sos vos.
R.C.: –Sí, pero en este caso no tuve que imponer nada. Lo decidimos por esta situación que te mencioné antes... lamentable, por cierto, de parecer mayor (más risas).
M.L.: –Cuando apareció La brisa... yo estaba ensayando un monólogo de Koltès, mirá vos, con Ciurlanti, con Negrín en la escenografía y Pastoriza en la luz. Ellos forman un equipo muy armonioso, ahí decidimos largarnos con Hare.
R.C.: –Un equipo de lujo, todo es de una bonhomía y una suavidad fantásticas en este teatro Regina que es tan lindo, con tan buena acústica. Hay días que se nos ocurren otras cosas, le propongo a María bajar de distinta forma y ella me dice que entonces va a probar tal desplazamiento... Salir así, y tener esa conexión con alguien en el escenario, esa certeza de que todo va a estar bien, de que no hay que cuidarse del otro –cosa que no siempre sucede– es maravilloso. Algo semejante me pasó en otra oportunidad con Tina Serrano, para mí una maestra.
–La brisa... presenta a dos personajes y una situación dramática que ocurre en tiempo real, que deben sostener durante casi hora y media.
R.C.: –Sí, hay que sostenerla. Pero está saliendo cada vez mejor. La presencia del público es decisiva, ese misterio del teatro que lo hace tan mágico. Cuando llega el público, por más ensayada que esté la pieza, se empieza a resignificar todo, te empiezan a aparecer los huecos, descubrís lugares que no habías transitado nunca, una cosa muy rara.
M.L.: –Sí, la obra se termina de hacer con el público, que te devuelve, te alimenta. La comunicación sucede, la percibimos, es muy gratificante.
–Recordemos que estamos hablando de dos enemigas irreconciliables.
R.C.: –Tal cual. Pero a través del desarrollo de la obra hay una evolución en las dos, hay algo que se modifica después de este encuentro.
M.L.: –Frances cuenta todo, se conduce de determinada manera porque tiene un arma. La confesión de Madeleine creo que es ética, desde un lugar de mayor grandeza. Imaginate, cuando ya estaban adjudicados los personajes y leímos la obra, yo me quería matar... Porque sí, el personaje de Madeleine es el más interesante, el más jugado, el más libre. Pero después de esa primera impresión empecé a descubrir matices en Frances, ella tiene su complejidad.
R.C.: –Por la forma en que dio esta distribución de los roles, nos hemos planteado la posibilidad de hacer cada una, alternadamente, a Frances y a Madeleine. Esto sería una primicia absoluta. Quizás en enero cambiemos ¿querés?
M.L.: –Sí, claro que sí. A la directora también le gusta la idea. Puede ser muy incitante. En diciembre paramos un poco, ensayamos e invertimos los roles. Por supuesto, cada una haría su propia creación, sin imitar lo que inventó la otra.
–Total, las dos quieren a Martín, pese a su truchez...
R.C.: –Sí, pese a todo. Creo que mi personaje tiene una especie de debilidad ideológica por él. Porque en principio, una mujer como Madeleine, tan plantada en el rigor ético, no parece apta para dejarse seducir por este Martín tan insustancial. Ella se ablanda un poco, disfruta de la zona más agradable de él.
M.L.: –Frances es muy chica cuando se encuentra con Martín, tiene 17 y él es muy guapo. Con el tiempo, ella se va quedando como persona, es unamujer acotada que se casó con un miembro del Consejo de Asuntos Jurídicos de la reina... Ella se ocupó de los chicos, de todo lo doméstico, creo que nunca conoció a otro hombre. Martín fue el eje de su vida, como les pasa a tantas mujeres dependientes. En verdad, ni siquiera sé si Frances es capaz de apuntar, de disparar. Ese gesto puede ser una imagen mental de ella. Ella no soporta que sus hijos viajen para estar con el padre y la pendeja. El éxito de sus novelas no la compensa.
R.C.: –Es curioso que en el transcurrir de La brisa..., las risas de la platea provengan sobre todo de los hombres, les gusta esta obra.
–¿A pesar de que todo el planteamiento los pone en cuestión?
R.C.: –Sí, hay algo en la conducta de Martín que los lleva a identificarse. Es muy notable lo que les pasa, a nosotras nos sorprende ese efecto en ellos.
M.L.: –Bueno, un director amigo me llamó y después de darme su opinión sobre la pieza, la puesta, etcétera, me dijo que teníamos que tomar un café para hablar de Martín. Es que él ejerce un poder que a primera vista parece inexplicable.
M.L.: –De todos modos, creo que Martín la amaba a ella, a Madeleine.
R.C.: –Yo pienso que nos amaba a las dos. En fin, hay secretos que no podemos revelar.
M.L.: –Pero él le dice a Madeleine: “Si no te hubieras ido, todo esto no habría sucedido”. Y yo deduzco que “esto” soy yo, que lo dice por mí. Mirá (a Rita, como enojada), hoy en el escenario te pego un tiro de verdad.

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