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Viernes, 1 de octubre de 2004

MONDO FISHON

Señora Zara

Es posible evitar esa nostalgia medio tanguera que inunda el alma de cualquier mujer de clase media frente a los elegantes locales de Zara? ¿Acaso no era sobre esos pisos de madera lustrada donde se imprimían nuestros pasos en esa época que la historia ha llamado “el uno a uno”? Hay quienes de nosotras conservan remeras y camisas de excelente calidad, piezas del museo del uno a uno, compradas arrebatadamente un día cualquiera después de cobrar el sueldo. Y hay, por qué no decirlo, mujeres que todavía revuelven en sus estantes y que disfrutan de las ventajas de una tienda que trata a sus clientes como tales y es capaz hasta de devolver el dinero si la prenda no calzó como parecía en el probador, siempre que se lo haga en los 30 días que siguen a la compra. Dichosas de ellas. Las más de nosotras languidecemos frente a la ropita linda que viene de la madre patria con su olor a nuevo y su control de calidad. Lógico. Hay que ver a la señora que está detrás de tanto profesionalismo puesto al servicio de la mujer trabajadora –porque sí, ése es el perfil de la ropa de Zara–: Doña Rosalía Mera no sólo es la segunda mujer más rica de España (con una fortuna de 1600 millones de euros), sino que además se jacta de saber lo que quiere (y luchar para conseguirlo) y no teme volver a sus orígenes cada vez que alguien le pide que explique por qué con tanto bienestar elige perder dinero con otras empresas de su corporación (como Zeltia, investigaciones anticancerígenas) y dedicarse a apoyar los emprendimientos de mujeres rurales para, de este modo, reconstruir el tejido de la sociedad del campo, diezmado después de que la actividad agrícola haya empezado a desaparecer lentamente. “Los orígenes mandan, lo que está en la cabeza de todos es la etapa en que una construye sus esquemas de valores, y eso es a los 10 o 12 años”, dice Rosalía y habla de un tiempo en que el “recurso personal era lo que sabía cada uno y también lo que daba identidad”. Así, el que sabía pescar tenía pescado para el trueque y además podía enseñar el oficio. Ese intercambio ya no es tan fluido, pero la señora insiste con su fundación, que funciona en un edificio bien separado de la empresa pero a la vez unido por un pasillocordón umbilical, para que todos sepan cómo es de uno y otro lado. Desde el otro lado del mundo, nosotras, devaluadas y heridas de ausencia nos animamos a formular un pedido a tan dadivosa señora: ¿no se podrá, al menos por un día, volver a la época en que todas teníamos nuestra bolsita de Zara? Vamos, Rosalía, tú puedes. Nosotras queremos.

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