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Viernes, 1 de octubre de 2004

INUTILíSIMO

Vírgenes pero prudentes

He aquí una columnita que puede resultar altamente beneficiosa tanto para madres de chicas adolescentes cuanto para las propias hijas que están recorriendo esta ardua etapa en la que, a menudo, por desconocimiento o irresponsabilidad, se producen situaciones de riesgo que serían perfectamente evitables si se leyeran algunas parrafadas de Psicología de las muchachas (Ediciones Desclée de Brower, Bilbao, 1955), manual que lleva la firma –tomen buena nota las lectoras de Virginia Woolf, esa descocada– de Angel del Hogar. En el comprensivo prólogo se aclara que en la adolescencia “hay momentos somática y psíquicamente peligrosos de manera singular sobre los que hay que poner en guardia a las mamás y prevenir a las hijas: aquellos en que se conjuga la rebeldía de la naturaleza, más excitable en ciertas temporadas; los estímulos sensoriales y otras circunstancias exteriores (una buena comida, los efectos de algunas copas, el ambiente de nocturnidad, el jolgorio general de alguna verbena, la relajación del temple espiritual interno que ha producido un baile, etc.). Todas estas situaciones contribuyen a hacer flaquear una voluntad que de ordinario es capaz de refrenar las tendencias pecaminosas”.
La inexperiencia y el deseo de amar y ser amada pueden llevar a la tierna adolescente “a adoptar actitudes que se convertirán en incitantes tentaciones para el sexo masculino”, a la vez que arriesgará ella misma su preciosa integridad, nos avisa el Angel del Hogar. Es así que la niña se deja arrastrar por la coquetería, “el rojo en los labios y en las uñas, las zalamerías, posiciones del busto, el voluntario desgaire de sus andares”, y pasa de este modo, despreocupadamente, a integrar las huestes de las “vírgenes necias”. De este modo, la jovencita, en vez de seguir el plan de la Providencia, que es “ser protectora de la pureza masculina”, se vuelve, sin darse cuenta, una tentadora: por la trasparencia de su vestido, el escote de su blusa, su short en extremo reducido”. Por supuesto, el peligro se acrecienta si la adolescente “permite al joven que le dé muestras de tierno afecto, si se deja abrazar o zalamerear”. Para mantenerse en las filas de las jóvenes prudentes, lo indicado es moderar la coquetería y evitar las “tertulias mixtas llenas de animación y chistes picantes que favorecen los compromisos incautos”. La jovencita debe saber que la ternura de ciertas conversaciones, incluso un aparentemente inocente parloteo telefónico, pueden inclinar hacia la “aventurada sensualidad”. Es responsabilidad de las madres inducir a que sus hijas se adornen con decencia y discreción, ayudándolas “a penetrar en la mentalidad más sensual del joven y cumplir de esta guisa el papel providencial que les corresponde como educadoras de la pureza masculina”. Tampoco conviene mordisquear manzanas mientras se sostiene una charla por teléfono con un obsequioso festejante.

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