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Viernes, 4 de marzo de 2005

OFICIOS

HACKER, DIJO LA COMPUTADORA

Margarita Padilla aterrizó en el campo de la informática tras una experiencia como obrera fabril en la que descubrió las prácticas políticas. Poco después, aplicó sus experiencias con colectivos de okupas y proyectos autogestionados al mundo virtual, en el que ha llegado a convertirse en una autoridad del software libre, un mundo que, dice, reserva lugares de poder a las mujeres.

Por Verónica Gago
Desde Barcelona

Margarita Padilla suelta con seriedad, pero con el tono de un comentario al pasar, que es la primera mujer hacker que dirige una publicación dedicada al software libre. “Bueno, cuando digo eso, además de una realidad, es una broma que hago sobre mí misma y una pequeña provocación para pensar cómo es la realidad material de nuestras vidas”, aclara rápidamente para calibrar esa autodefinición.
Los materiales de los que está hecha la vida de Margarita son los de muchas y muchos en España: es el itinerario que va de la experiencia política en la fábrica al centro social okupado, pasando por largos años de elaboración de una derrota “nunca suficientemente pensada” –precisa– y que hoy se emparenta con el software libre y la transmisión radial por Internet. La pregunta que aparece anudando cada momento es la misma: ¿qué es una vida política cuando cambian las condiciones?
Margarita nació y vivió muchos años en Barcelona, y en esa ciudad trabajó como obrera fabril: allí tuvieron lugar sus primeras prácticas asamblearias y políticas. Más tarde se trasladó a Madrid donde quedó seducida por una experiencia de okupación hoy mítica en esa ciudad: El Laboratorio. “El centro social fue para mí un verdadero laboratorio: se experimentaba sobre la producción de diferencias y cómo lo que es diferente puede componerse. Hay que pensar que en mi juventud, cuando viví las primeras experiencias de socialidad, las condiciones de la vida social eran muy distintas. El vínculo social se construía en términos de unidad, y la tarea era agregarse a esa ‘unidad’ para hacerla más fuerte. Pero entre esas experiencias de unidad, vinculadas a lo que llamábamos “la sociedad fábrica”, y éstas otras, han tenido que pasar más de veinte años. Para cuando participé en el centro social, de “la sociedad fábrica” apenas quedaba ya nada, más que, en todo caso, el problema y la necesidad de explicar cómo y por qué desapareció. El centro social fue un extraordinario experimento de creación de un mundo ‘otro’, creación en el pleno sentido de la palabra: creación de ideas, de lenguajes, de valores, de problemas...”
–¿Cómo fue que te ligaste a la cuestión de la informática?
–Empecé a estudiar la carrera cuando ya tenía 28 años. Para entonces, en España se estaban produciendo grandes cambios en lo político, lo económico, lo cultural y lo social, y uno de estos cambios era el fin del pleno empleo. De repente, el desempleo era una amenaza real. Entonces tuve que plantearme “qué hacer con mi vida”, negociando con la realidad. Miopción fue estudiar una carrera, que en esos momentos era puntera: pensé que si estudiaba algo de mucho futuro, aunque me resultara más difícil y tardara más años en terminarla, eso me serviría para conseguir empleo durante el resto de mi vida. En esos momentos, para mí la informática no era más que una profesión, aunque una profesión muy interesante.
–¿Por qué?
–Porque ya se veía que la sociedad podría ser explicada cada vez más a través del funcionamiento de las redes de computadoras –la sociedad red-y los conocimientos informáticos me podían ayudar a comprender esos cambios, porque había que pensar qué estaba cambiando. Pero el verdadero vuelco respecto a mi relación con la informática se produjo al cabo de bastantes años en el “área telemática” del Centro Social Okupado Autogestionado El Laboratorio. El área telemática era un proyecto, dentro del centro social, basado en el software libre. El software libre es un tipo de software que pone en su centro cuatro libertades: libertad de uso, libertad para conocer el código, libertad de copia, libertad de modificación. Ya se ve que en estas cuatro libertades, la palabra “gratis” no aparece como tal, porque en realidad, el software libre lo que persigue no es tanto que con él no se puedan hacer negocios como ampliar el marco de las libertades sociales. En el área telemática del centro social entré en contacto con este movimiento, y a partir de entonces mi relación con la informática se enriqueció mucho más y, por qué no decirlo, también se problematizó. Pero, en todo caso, en el área telemática fue donde entendí cómo las nuevas tecnologías comunicativas tienen ya una dimensión biológica, en el sentido en que son, para mucha gente, la infraestructura sobre la que transcurre su vida.
–¿Qué pasa en los ambientes tecnológicos con la presencia de mujeres?
–Los ambientes tecnológicos que yo conozco están relacionados con el software libre y con compartir los conocimientos (tecnológicos), que hace que se potencien las relaciones horizontales y que los centros de saber (y de poder) no se fijen como puntos desde donde ejercer prácticas autoritarias. Esto, que por otra parte es posible que sea una tendencia característica de la sociedad red extensible a otros ambientes, produce una especie de “feminización” de los hackers que es grata a las mujeres, así que la presencia femenina en estos ambientes no produce especiales problemas. Lo que pasa es que esto hace todavía más desconcertante la escasísima presencia pública femenina. Un estado de derecho, como es el nuestro, interpretará este fenómeno de ausencia como un problema, puesto que esta ausencia viene a desmentir la idea de que, efectivamente, todos los ciudadanos tienen los mismo derechos. Desde este punto de vista, la ausencia de mujeres no se puede explicar más que por un déficit en el ejercicio de los derechos de educación, acceso al empleo, renta, etc., y la tarea será tender a la paridad a base de dar un impulso positivo al ejercicio de tales derechos. Pero cuando has vislumbrado, como nos pasó en el Laboratorio, lo que puede ser la creación de un mundo, te das cuenta de que ya no puedes recoger, sin más, los problemas “de la sociedad” como problemas propios. Y entonces debes preguntarte por qué esto es un problema, qué parte de ti sufre por ese problema y, sobre todo, con quién puedes hacer de esto un problema común, no para resolverlo sino para que de la profundización de ese “problema” surjan fuerzas para sostener la vida.

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