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Viernes, 7 de abril de 2006

TENDENCIAS

¿De quién es ese rollito?

No es sólo en Argentina, en el mundo entero los niños y niñas están aumentando de peso a pesar de la presión estética por verse delgados y atléticos. Entre la vida sedentaria y el deseo ajeno, la necesidad de encajar aprieta desde la más tierna infancia. ¿No será mucho?

 Por Sonia Santoro

Pronto los bebés rollizos van a ser parte del pasado, olvidable. El ojo escrutador suele partir de padres y madres jóvenes y, por si eso no alcanzara, el de algún amigo o pariente que pregunta: “¿Che, no está un poco gordito el nene?”. La presión por la delgadez aprieta desde más temprano: no hablamos ya de adolescentes sino de chicos y chicas (a ellas más por supuesto) de menos de 10 años que son miradas por los adultos con ojo que sólo ve kilos de más donde antes había redondeces, pero también de nenas y nenes que entran al jardín y empiezan a socializarse, con lo que esto implica en una sociedad fanatizada con la belleza de la delgadez extrema.

Las cifras oficiales suelen esgrimirse como argumento que respalda todo tipo de actitudes y medidas. Es verdad, la gente está cada vez más gorda, y no sólo en Argentina. De hecho la obesidad fue nombrada enfermedad por la Organización Mundial de la Salud en 1997.

Para la Sociedad Argentina de Pediatría, el 27 por ciento de los chicos está excedido de peso. Para el Ministerio de Salud de la Nación hoy la Argentina tiene más problemas por exceso de peso que por desnutrición, sobre todo en Capital federal, el conurbano bonaerense y la Patagonia. El 10 por ciento de las personas nacidas en Argentina tiene sobrepeso, según la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, que se hizo el año pasado con la Universidad Nacional de Tres de Febrero, para la que fueron encuestadas 36500 personas, niños y niñas de entre 6 meses y cinco años, y mujeres en edad fértil y embarazadas de 10 a 49 años. “Claramente, los chicos tienen más gordura que antes. Los pediatras lo vemos. Está demostrado que la alimentación tiene un peso enorme y entonces cuando los chicos desde muy temprana edad empiezan a consumir calorías vacías, bebidas con gaseosas, alto consumo de golosinas o también alimentos que en poco volumen tienen mucha grasa como comidas rápidas, comidas chatarra. Porque la obesidad se ve en la pobreza también, tiene que ver con alto aporte de hidratos. Se ve en la opulencia y en la pobreza”, dice Norma Piazza, médica pediatra en nutrición del Hospital de Vicente López.

Hasta aquí los datos. Ahora, como dice Diana Liniado, psicóloga de niños, “cuando se habla de obesidad es difícil determinar cuánto hay de preocupación por la salud y cuánto de preocupación por la estética. Si bien es cierto que el exceso de peso puede acarrear complicaciones, no es muy fácil ponerse de acuerdo en lo que se considera exceso”. ¿Qué le pasa a la gente con el cuerpo de sus hijos? ¿Cómo y quién diagnostica la gordura? “No sabés lo que come”, dice Mariana, madre de un chico de cinco años, preocupada más que nada porque algún pariente se ha tomado el atrevimiento de insinuar que su hijo está gordo. Gabriela, madre de una nena de 3 años y un varón de 1, está inquieta porque su hija es “voraz”,”no tiene límites con la comida, no para” y le pidió a Papá Noel una gaseosa y una mayonesa de regalo. Hay padres que compran a sus hijos con regalos para que no aumenten, otros que los pesan todos los días, nenas que imitan a madres bulímicas. Están aquellas madres que creen que sus hijos serán gordos, entonces les restringen los alimentos según un plan sui generis de alimentación. O aquellas familias que fomentan carreras de modelos para sus bebés y los persiguen para que no engorden antes de que empiecen a balbucear.

“Ay, cómo tomás coca común, ¡te re-engorda!”, dice una niña, flaca, ante la mirada atónita de una mujer (¿pasada de moda?). “Yo he escuchado nenas de 10 años que dicen que tienen que hacer más ejercicio y ‘estoy yendo a patín así la cola se me forma mejor y puedo usar pantalones de tiro bajo’. Esas son expresiones que una no espera escuchar a esa edad”, dice la pediatra y psiquiatra de niños, Inés Correa.

“El tema es que la obesidad tiene que ser diagnosticada por el médico, tiene que decir que está por encima del percentilo que le corresponde. Hay chicos que tienen contextura más grande. El que pesa un kilo menos que la media normal no es un desnutrido, de la misma manera el que pesa dos o tres kilos más no es un obeso. No hay que confundir. Lo que pasa es que los amigos de los papás, o los tíos –las abuelas no tanto, esto se ve en la gente más joven– y esta tendencia de la sociedad argentina del cuidado extremo de la figura y que la cintura mida tanto, y más es pecado, hace que muchas mamás se preocupen y exijan que sus hijos, especialmente las hijas, hagan una dieta”, dice Correa, que trabaja en el Servicio de Interconsulta de Salud Mental Infantil del Hospital de Clínicas.

En su consultorio Correa recibe a niños, sobre todo de la escuela primaria, que cuando tienen un poco de cachetes inflados o pancitas prominentes empiezan a ser blanco de chistes y a transformarse en el o la gorda del grado. Esto no es nuevo. Lo novedoso, dice ella, es que “los papás les dicen ‘ves cómo te dicen gordo, no te van a invitar a las fiestas’. Antes los padres venían enojados con los que le decían gordo. Ahora avalan el gordo.” Por otro lado, señala: “Están los papás que pretenden de un hijo o una hija la figura por debajo del percentilo 3, el más bajo; que pretenden la delgadez extrema, porque muchas mamás son muy perfeccionistas con su cuerpo y buscan especialmente en sus hijas... empiezan a restringirles la ingesta de grasa que son necesarias para las hormonas y para el cerebro. El colesterol es necesario, cierto nivel. Entonces, cuando hay una restricción muy estricta en la ingesta de grasas empieza a haber problemas físicos. Si mirás los talles cada vez se han ido achicando más, hoy un talle de 11 años es como de 8 y no todas las nenas entran en ese tamaño”.

Fernanda Gil Lozano, investigadora del Instituto de Género de Filo y docente del Instituto Hannah Arendt, piensa que así como desde hace siglos hay una dominación y apropiación del cuerpo femenino como reacción a su independencia, el cuerpo de los niños corre el mismo fin: “Entre otras cosas, se requieren seres sumisos, porque cuanto menos comas más obediente serás”. “Me parece que existe una propuesta estética de la delgadez –no es la primera vez, a fines del XIX pasó lo mismo– y aparte existe un borramiento de la niñez, fijate en las casas de ropa para bebés que existe la propuesta adolescente en su ropita, esta etapa cultural de la vida ha barrido al resto”.

María José Mateo, creadora de la marca de ropa de diseño Pitocatalán (www.pitocatalan.com.ar), para chicos y nenas de 0 a 10 años, observa una “preocupación estética muy fuerte en la apariencia general, en cómo tiene que lucir el niño. En general los niños son una extensión de sus padres. Hay una presión a nivel estético, los chicos se han apropiado de otro lenguaje, de otra manera de comunicarse que tiene que ver con cómo lucen. Los nenes, desde los 2 años, eligen la ropa, están completamente estimulados para que lo hagan y para que consuman. Por otro lado, nos llegan un montón de mails con madres que te ofrecen a los chicos de modelos. Una madre sigue mandando, ya le dijimos que no hace dos años. Y dice: ‘En esta foto salió con un granito en la mejilla, la picó un mosquito, pero ella no es así’”.

“En general se guían por la moda. Aunque nuestro local es alternativo, para las nenas se vende mucho rosa, corazón y brillo, que tuvo que ver con el programa Floricienta”, dice Karina Costa Bello, del local de ropa de chicos Nací con onda, de Barrio Norte.

Por supuesto que la moda y la estética soñada no tienen nada que ver con cuerpos rellenos y sin conciencia de lo que pega o no pega. “Ya no se trata de corregir un peso excesivo sino de hacer entrar el cuerpo en los contornos de una forma imaginaria. (...) Y en el caso de las mujeres una ‘mujer gorda’ habla de desborde, descontrol y acaso ¿libertad?”, dice Gil Lozano en su ensayo Nosotras que ya no nos queremos tanto.

En función de cumplir con estos requisitos “saludables”, surge todo tipo de productos para niños: en el Discovery Channel, por ejemplo, está el programa Lazzy Town, cuyo hilo conductor es un “héroe”: hombre muy atlético que se la pasa saltando y corriendo para demostrar que hacer actividad física y comer sano es lo que hará a los niños más felices. Su oponente es un señor malo que intenta que los chicos se queden quietos y coman comida chatarra.

Y la medicina no se queda atrás, la franja etaria para empezar con estas exigencias es cada vez más baja (pareciera que algunos médicos quieren controlar hasta los fetos, a las embarazadas les imponen una dictadura alimentaria y un peso ideal a aumentar que cada vez es más bajo: 7 kilos).

Todo con su contradicción intrínseca. Como señala Piazza: “En el colegio se toma el tema de higiene, alimentación, la cadena alimentaria, pero en la parte operativa, en los kioscos, lo que se ofrece es la comida que decimos que no deben comer. O en el jardín les dan jugos y galletitas cuando uno detecta que hay una epidemia de este problema”. Será por eso que no pasó inadvertida la ministra de Educación de Gran Bretaña, Ruth Kely, cuando anunció que prohibirán hamburguesas, panchos y dulces en las escuelas, en un país donde uno de cada cuatro chicos es obeso. ¿Será factible?

“Supongamos que la tendencia a la obesidad sea una amenaza real: lo que llama la atención es que se la trate como a una célula terrorista: imperativos (coma sano, haga actividad física), prevención, control, persecución, obsesión... aplicando regímenes militares para eliminar el ‘flagelo’”, dice Liniado. Y agrega: “Creo que hay que entender este imperativo cultural ‘ser delgado’ como una manifestación más de la tendencia a la estandarización que rige en nuestras sociedades actuales. Todos los humanos tenemos que entrar en tres talles: small, medium, large, comer frutas y legumbres y caminar todos los días. Esta tendencia penetra en los hogares a través de todos los medios. Hay chicos, nenas y varones de 7 y 8 años, que no quieren comer porque se ven gordos y los padres se inquietan por temor a la anorexia. No me consultan por el hijo gordo, sino por el hijo flaco que se ve gordo. En un aula de sexto grado, ya hay al menos una chica anoréxica y/o bulímica”.

Nadie está hablando aquí en contra de las enfermedades que pueda provocar la obesidad ni de la prevención de la salud. Pero pareciera que cualquier persona, y ahora niño/a, con algunos kilos de más empieza a tener alguna connotación sospechosa. Como dice Gil Lozano: “La gran amenaza no es ser fea o gorda sino quedar marginada de un mundo donde no se es, no se existe, si no se responde al código social. Aquellos que no se desarrollan de acuerdo con la norma, no solamente no sirven por no ser funcionales al sistema sino que además son considerados monstruosos”.

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