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Viernes, 11 de octubre de 2002

INTERNACIONALES

Masacre en Ciudad Juárez

En los últimos nueve años, más de ochocientas mujeres,
en su mayoría muy jóvenes, fueron asesinadas en Ciudad Juárez, México. La Justicia no resuelve los casos y la impunidad de estos crímenes ha dado lugar a la creación de la ONG Por Nuestras Hijas.

Por Sandra Chaher

En febrero de 1997, una nena de 10 años desapareció en Ciudad Juárez, México. Hacía cuatro años que las mujeres de esa ciudad desaparecían o eran asesinadas, y sus cuerpos se encontraban semanas o meses después tirados y mutilados. En principio, éste pareció ser un caso diferente. Al ser una nena no podría ser explicado con los denigrantes argumentos que se habían dado hasta entonces: las mujeres desaparecidas llevaban una vida licenciosa y se vestían provocativamente, era lógico que fueran abusadas. Pero las autoridades repitieron impunemente la explicación. “Dijeron que era una niña descuidada, que tenía caries, y que le faltaba calcio en los huesos, según lo revelaba la autopsia”, recuerda Rosario Acosta y la imagen todavía la acongoja. La nena era su sobrina, y ella es una de las activistas más visibles de Por Nuestras Hijas, un movimiento formado en Ciudad Juárez para reclamar por la desaparición y muerte de 800 mujeres en nueve años. “Tan sólo en agosto desaparecieron cincuenta más, esto no se detiene”, dice Rosario, que acaba de dirigir una airada carta abierta a los legisladores de su país por su inoperancia en esta matanza que se extendió también a Chihuahua, la capital del estado.
No hay una hipótesis sino varias sobre lo que sucede. También hay varios detenidos que los familiares señalan como chivos expiatorios o responsables menores. En el sitio www.geocities.com/pornuestrashijas/ puede leerse la cronología de los descuidos institucionales, desde los gobernadores del PRI y del PAN, que minimizaron los casos, hasta las comisiones parlamentarias que se interesaron sin resultados, pasando por las cuatro fiscales mujeres que parecen haber dejado mucho por hacer. También al actual presidente de la república, Vicente Fox, se le reprocha mirar hacia otro lado. Si no fuera por la movilización de familiares y organizaciones de mujeres, probablemente la ciudad conocida como “antro gringo del sexo, droga y rock’n & roll”, zona fronteriza con Estados Unidos, y poblada por gente pobre que trabaja en las maquiladoras de capital transnacional, no habría trascendido por lo que ya el mundo llama “el feminicidio de Ciudad Juárez”. Pero una campaña internacional que recorre el mundo vía Internet está redefiniendo el perfil de la ciudad: narcotráfico, prostitución, explotación laboral, funcionarios corruptos y leyes obsoletas.
“La mayoría de estos homicidios se ajusta a un patrón. Son mujeres que han sido secuestradas, violadas repetidas veces por más de una persona, torturadas, mutiladas y asesinadas, y cuyos cuerpos han sido tirados posteriormente en lotes baldíos. En un comienzo se trataba fundamentalmente de mujeres jóvenes, morenas, empleadas en la industria maquiladora, cuyo aspecto humilde sugería que pudieran ser algunas de las muchas migrantes que han llegado a Ciudad Juárez para trabajar en su floreciente industria de subensamble. Posteriormente, el patrón se ha ampliado para incluir mujeres de diversas edades, algunas de ellas niñas o adolescentes, e incluso provenientes de la población local”, señalan Reyna Hernández de Tubert y Juan Tubert Oklander en el artículo “Las mujeres de Juárez”. El mexicano Humberto Robles se refiere a la angustia de losfamiliares y sugiere hipótesis: “El horror de los familiares no sólo es haber perdido a una hija, a una hermana, a una madre; la pesadilla continúa cuando se sigue la investigación. Las autoridades actúan como cómplices de los asesinos. A los familiares se les niegan las pruebas de ADN para reconocer a las víctimas; los cadáveres son encontrados en medio del desierto y a los deudos se les entrega un montón de huesos en una bolsa afirmando que se trata de la víctima, aunque no haya pruebas de que así sea. Se habla de que los responsables son narcotraficantes, o sociedades satánicas, incluso de cine snuff (películas donde se filma la violación, tortura y muerte de la víctima)”.
Todo esto en medio del desierto, y a pocos kilómetros de la caliente frontera del Río Grande, suena a pesadilla. Así lo viven los familiares y la población. Nadie sabe quién será el próximo. Porque, si bien es cierto que la matanza de mujeres llega casi al millar y es de un terrible salvajismo, también aparecen cadáveres de hombres. En julio de este año, durante la presentación en la plaza de Coyoacán, México DF, de Señorita extraviada (Missing Young Woman), un documental que narra el caso, el escritor Carlos Monsiváis advirtió que el mensaje de las autoridades parecería ser “pueden matar mujeres y tener la seguridad de que nunca serán juzgados”, y caracterizó a los asesinatos como la parte más destructiva del machismo, favorecidos por la impunidad y el cinismo de las autoridades ante la misoginia criminal. La escritora Elena Poniatowska agregó: “Son los asesinatos más crueles de México, pues en esta ciudad fronteriza a las mujeres se las considera peor que basura. La violencia y la impunidad de las autoridades las convierte en objetos de tiro al blanco”.
Las muestras de apoyo acompañan a los familiares también fuera de México. Cuando dos de estas mujeres se presentaron en Nueva York ante la OEA el pasado 14 de agosto (con firmas recogidas en todo el mundo, y que pueden seguir sumándose en la dirección electrónica www.petitiononline.com/JUAREZ/petition.html), fueron acompañadas por performances del grupo feminista Women in Black y The Electronic Distrubance Theater. Las próximas acciones son una movilización nacional e internacional el próximo 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres, y una “jornada” de protesta que empezó el 7 de agosto y terminará el 10 de diciembre, Día Mundial de los Derechos Humanos. El 7 de agosto se instaló por tercera vez (primero había sido semiquemada, y después quitada por orden del gobernador) en Chihuahua, frente a la Casa de Gobierno, una cruz de acero con un clavo incrustado por cada mujer desaparecida o muerta. “La historia de cada una de estas mujeres envuelve tantas cosas que nunca terminaría de explicar de qué se trata todo esto –dicen las palabras de Rosario Acosta en el correo electrónico que envía desde México–. Además de que no puedo evitar, aunque pasaron los años, volver a sentir unas profundas lágrimas atoradas en mi garganta, mi pecho y mi corazón cuando pienso en mi sobrina. La impunidad aquí es tan grande que la única manera de avanzar es con la suma de voluntades de los que no permanezcan en la indiferencia. Gracias.”

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