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Viernes, 26 de junio de 2009

MúSICA

Desde el Sena, la canción

Fabienne Sabatrie cruzó el Atlántico para ponerles letra y música a temas de amor y mujeres ante un público que la siguió embelesado.

 Por Clarisa Ercolano

Luz tenue pero en su justa medida, un ambiente cálido y minimalista y una cantante que apenas necesita de un catsuit negro y de una cabellera. La impronta francesa que desde hace ocho años pasea por todo el mundo le sirven de sobra a esta mujer para cautivar a un público que apenas la conoce en esta cosmopolita Buenos Aires. La voz de Fabienne Sabatrie sabe oscilar perfectamente entre la compostura y el desgañite sin medias tintas de acuerdo con el tema que interprete. Esa ductilidad es la que le vale la presentación de “una artista femenina”. Tal vez porque sabe adaptarse a infinitas circunstancias mientras transita un escenario. Tal vez porque con esa única herramienta, sin artificios marketineros ni presentaciones pomposas, logra sin tropiezos consolidar sus giras como una trovadora singular.

Una guitarra y una batería acompañan las letras inspiradas en el amor que se fue y amenaza con ser el último, las tareas del hogar que no son agradables pero que se ejecutan por amor, lo que la enamora de un hombre y los ritmos impredecibles e inmanejables de las grandes ciudades. De eso trata el nuevo disco que ha venido presentando en Bariloche, Rosario y Mendoza, Brève rencontre.

Fabienne no conoce límites al momento de interpretar. Casi como no lo conocieron siglos atrás las religiosas, también francesas, de la orden de las Clarisas, cuando por primera vez rompieron con la hegemonía de las voces masculinas en coros y celebraciones eclesiásticas. Ella prefiere el canto a la charla con el público, deja en claro que adopta los ideales feministas, pero se pregunta con sarcasmo: “¿Las mujeres hemos crecido, para qué, o para quiénes lo hemos hecho y cuántos pueden tolerarlo?”. Y justamente las mujeres que están en el reducto palermitano de No Avestruz apenas contienen la risa cómplice porque con el Obelisco o la Torre Eiffel de fondo sólo el paisaje es el que cambia.

Fabienne creó un repertorio de canciones con sus propios textos y con otros de autores como Christian Pirot –reconocido editor de libros en la capital gala– y la actriz y guionista Yvette Cathiard. Autodidacta, rige su repertorio por la sutileza. Cuando deja solos a sus dos músicos para que interpreten sus propios temas y para reposar sus cuerdas vocales, deposita sobre su banqueta una jaula vacía. “Se va el gorrión”, dice sin más mientras se pierde entre las mesas para volver luego y hablar de los encuentros con el otro en la era de la virtualidad y la Internet, de la amistad, la tolerancia y de los hijos que se tienen, que se esperan o que jamás se tendrán.

La cantautora no habla bien el español, pero se hace entender cuando dice que la enmudeció una película sobre la dictadura militar argentina que vio en la casa de unos amigos porteños. O cuando abre sus brazos para dar las gracias al público, al país, a los artistas que la acompañan y a su productora Adriana Alegre, otra mujer nómada y emprendedora convencida de que el arte y la cultura evaden fronteras sin necesidad de diplomacia alguna y que dice orgullosa que “tanto mi vocación de productora como las ganas de vivir del arte son una cualidad irrefrenable en mí y en las artistas que represento”.

La canción francesa influenciada por el jazz y la world music y su interpretación sin titubeos son su haz en la manga. No baila, ni se desarticula con cada gesto, pero sabe cuándo y dónde balancearse, cuándo cantar entre susurros y cuándo gritar fuerte sin perder la afinación. Con tantos cambios y tantas facetas como la mujer. Como el amor mismo.

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