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Viernes, 23 de octubre de 2009

PERFILES

La niña mimada

Una vez más, Soledad Barrio llega a Buenos Aires junto a la compañía que fundó con su compañero de vida, Martín Santángelo, para demostrar que el flamenco no es sólo una danza sino además un desborde de pasión. Bailaora despiadada, ella es indiferente a los halagos que recibe por el mundo: “Sólo hago lo único que sé hacer, aquello para lo que he nacido”.

 Por Laura Rosso

“Yo no sé qué es, si soy la niña mimada o tendré algo que le despierto a la gente, pero siempre he tenido críticas buenísimas”, comenta Soledad Barrio, la espléndida bailaora de la Compañía Noche Flamenca, que se encuentra en Buenos Aires para presentar su nuevo espectáculo en el Teatro Avenida. “Eso ha desembocado en que mi nombre sea el más conocido de nuestro grupo. Pero eso no es coherente porque no soy yo quien hace el montaje. Yo lo que he hecho toda la vida es bailar y por el momento no me han entrado ganas de ir a otros asuntos. Supongo que más adelante, a lo mejor, es algo que me va a llamar la atención, pero no por el momento. Quien dirige, monta y concibe todo es Martín. Entonces yo le digo: ‘¿Por que no ponemos Martín Santángelo y Compañía Noche Flamenca?’”

El nombre de Soledad Barrio destila flamenco y se vuelve lenguaje por sí solo. Ha bailado dieciocho de sus cuarenta y cuatro años, y si hay algo que la tiene sin cuidado es hablar sobre las distintas teorías acerca de los orígenes del arte que interpreta. Se sincera: “La verdad es que no me importa mucho. Como yo estoy enamorada del baile, lo que hago es bailar. No soy una erudita o una estudiosa del flamenco que busca los orígenes. No me va a cambiar mucho la vida que proceda de un sitio u otro; es más, me da igual. Si el flamenco que se hace está bien hecho, no me importa si es japonés y tiene los ojos rasgados. Eso no va a cambiar mi forma de bailar o de ver el flamenco”.

¿Y cuál es esa forma de ver el flamenco?

–El flamenco es mi vida. Es una forma de sentir, algo cultural, la forma de expresarse del pueblo gitano, que normalmente tiene más aficionados en el sur de España, pero que también tiene seguidores fuera del sur de España e inclusive en otros países.

¿Cómo han sido tus años de estudio?

–Si quieres aprender a bailar y subirte al escenario, necesitas unos estudios académicos. Primero aprendí sevillanas, que considero que es una base buena. Algo folklórico con lo que el flamenco no tiene que ver, pero que te puede ayudar en muchas cosas. Luego fui a clásico español y un poco de jota, pero bueno, es que a mí me gusta el teatro y me gusta la danza y creo que eso es muy importante. Desde el principio yo sabía que había nacido para esto y le dediqué mi vida. Me lo tenía súper creído. Tenía todo el ímpetu y las ganas y la fuerza, y creía que me iba a llevar el mundo. De hecho, al año de empezar a estudiar empecé a trabajar. Pero no fue algo que me sorprendiera tanto. En serio, yo tenía muy claro que había nacido para bailar. Porque creo que todo el mundo ha nacido para algo. Y yo tuve la suerte de saberlo de pequeñita. Pero todos hacemos algo bien. A veces se pasa la vida y no lo has descubierto porque no has estado en contacto con eso, o has estado pero no estabas preparada en ese momento, y es una pena.

Soledad hace una pausa y bebe un sorbo de té con limón. Está sentada en el Foyer del Hotel Castelar (lugar donde el poeta Federico García Lorca vivió en su paso por Buenos Aires) y comenta sobre el parecido entre la Avenida de Mayo y la Gran Vía de su Madrid natal. Retoma la charla y cuenta que de chiquita le decía a su madre que le regalaría abrigos de piel cuando llegara a ser artista. “Eso lo recuerdo perfectamente. Y ahora mi madre se ríe de mí, y me dice: ‘Recuerda lo de los abrigos de piel’. Pero yo no voy a comprar abrigos de piel hoy en día porque estoy en contra de matar animalitos; y aparte no tengo bastante dinero tampoco...” Otra imagen se dibuja y tiene que ver con los años de su vida de estudiante en la facultad: “Empecé a hacer una carrera universitaria, pero no me interesaba. En mi casa había una película de Antonio Gades. Cuando la vi me entró un calor, y dije: ‘Yo dejo la carrera y dejo todo y me pongo a estudiar, porque yo también puedo bailar así’”.

Soledad Barrio ha transitado un camino que la llevó a los escenarios y festivales más importantes. Sin embargo, esta madrileña de mirada profunda dice no haber hecho la cuenta de cuántos años lleva bailando. Tampoco se ve haciendo otra cosa. “A ver –dice–, hay dos partes. Una que puede ser muy bonito y otra que es la sencilla razón de que bailar es lo que yo sé hacer. Porque cuántas veces piensas: ‘Madre, no tengo ganas’. Sobre todo con las hijas y saliendo fuera de casa. A veces se me hace un mundo. Y entonces digo: ‘¿Pero qué otra cosa puedo hacer si esto es lo que yo sé hacer?’. O sea, no estoy preparada para hacer otra cosa. Entonces, por una parte, esto es lo que hago; y no puedes cambiar de trabajo así como así. Por otra parte, a veces lo paso muy mal, pero una vez que piso un escenario y estreno, a partir de ahí, cada día que pasa me lo voy pasando mejor y mejor, es decir que me siento muy bien bailando. Me siento muy bien arriba de un escenario y eso es una satisfacción muy grande. Lo que hago y la música que interpreto es algo que me mueve por dentro, que me habla de cosas que tienen que ver con mi vida y conmigo. Claro que no siempre es todo maravilloso, ni color de rosa, ni tengo ganas de estar viajando y dejar mi casa y mis hijas. Esa es la parte difícil de lo mío.”

En varias ocasiones te han definido como una bailaora despiadada y brutal, que libra feroces batallas en el escenario. ¿Te identificás con esta frase?

–Tiene que ver conmigo. A ver... me considero menos de como me ponen, o sea, yo no me valoro tanto como me valoran los demás y agradezco mucho que me valoren así. Pero sí, tiene que ver conmigo. Yo me veo que soy apasionada. En mi vida real soy dramática, a veces hasta un poco melodramática, que me gustaría no serlo y menos en el escenario, pero sí me identifico con eso.

¿De qué modo ha mutado tu manera de sentir el flamenco?

–Cada vez voy buscando más el sabor y el sentimiento y dejando atrás la fuerza, el arrebato y el ímpetu, todo eso que tiene la juventud. Entonces la forma de ver el flamenco va cambiando, también vas sabiendo más, te vuelves más exquisita. O hay otras cosas que no te gustaban y te empiezan a gustar porque vas conociendo más el trabajo. Está muy bien ir cambiando tus gustos. No hay por qué tener que ser siempre igual, me parece fenomenal no mantenerse en algo. Según vas sabiendo más, tienes más armas en tu cuerpo para transmitir lo que quieres decir. No tiene que ser solamente con la fuerza, el virtuosismo, los pies y las vueltas. El flamenco tiene una estructura muy bien hecha. Tú no puedes bailar flamenco si no bailas al cante; no digo que esté mal, pero eso no es flamenco.

En 1993, Martín Santángelo y Soledad Barrio fundaron Noche Flamenca en un estudio alquilado en un barrio de Nueva York. Soledad nunca había pensado en formar una Compañía. Sin embargo, ocurrió. Fue apenas conoció a Martín, con quien se casó. Ambos estaban en Madrid, donde él era actor y bailaor y estaba tomado clases en el mismo lugar que Soledad: “Noche Flamenca nació casi de un momento a otro. La madre de Martín, que era bailarina de Marta Graham, tenía muchas ganas de que hiciéramos algo juntos. Como él estaba aprendiendo y yo ya sabía bailar, alquilamos un loft neoyorquino, montamos unas tablas, buscamos un guitarrista y una noche hicimos un show. Había que ponerle un nombre. Que cómo lo llamamos, que ya empieza y bueno... quedó Noche Flamenca. Y a partir de ahí quedó con ese nombre. Pero tú imagínate que de empezar así hasta formar esto que hemos logrado, hemos trabajado juntos muchísimo, y a la vez con nuestras hijas. Gabriela, mi hija de 14 años, ha crecido a la par de la Compañía. Era ir con mi hija, con mi marido y con mi trabajo, todo”.

¿Cómo transcurre tu vida cuando no bailás?

–Si me ves las manos, verás que friego. Cuando no estoy bailando estoy en mi casa, cuido a mis hijas, me gusta hacer los deberes con la pequeña, ayudarla, estar en casa. Pero también me la paso estudiando y ensayando la mitad del día, digamos 3 o 4 horas. Me podría dejar llevar por ese sentimiento del baile y volver loca a la vecina de abajo si me pongo a zapatear y sigo en casa tiqui tiqui tiqui. En los momentos en que estás creando puede ser que le siga dando, pero también se puede pensar en dos cosas a la vez.

¿Con qué vestuario te sentís mejor para bailar?

–La verdad es que estoy harta de los vestidos; me gustaría bailar desnuda, pero no tengo cuerpo para tanto. Para mí, el vestuario es un incordio, una tortura. Yo siempre he tenido muchísimos problemas con el vestuario, es un dolor de cabeza y me molesta. La ropa debe ser algo que te acompaña a ti, que te deja ser quien eres, expresarte como eres y que no te condicione. Tú no puedes bailar para la ropa, la ropa tiene que bailar para ti, tiene que traerte la forma a tu cuerpo, no que el trapo vaya atrás de ti. Es muy difícil, por eso me invento yo cómo tiene que ser el traje.

También usás pantalones...

–Con pantalones me siento más cómoda cuando tengo que enseñar porque la base está en los pies, en las caderas, en el centro del cuerpo, en las tripas. Yo creo que toda esa base hay que verla. Si estás dando clase no puedes esconder dentro de un montón de tela lo que está pasando allá abajo. Me molesta la falda para enseñar, pero en un escenario me encanta, me siento muy mujer. Lo que me molesta es que el traje me condicione y no me deje mover, que por culpa del traje respire mal porque me aprieta, o que no pueda moverme con libertad porque tiene demasiado peso o demasiado vuelo para mover mis caderas, eso es lo que no me gusta. No es fácil encontrar lo apropiado, el vestuario debe estar acorde a cómo tú eres y a lo que estás haciendo.

¿Tenés un horizonte claro sobre tu futuro con relación al baile flamenco?

–Cuando estoy muy animada, mi horizonte es lejano; ahora, cuando estoy triste, digo: “Ay, mi rodilla ya no da más, no tiene cartílagos”. Puede ser la rodilla, o que estoy harta y no quiero dejar a las niñas. No sé cuándo, pero pienso que un artista no tiene límite, no tiene edad y que siempre habrá una manera de hacer flamenco, o lo que sea, siendo mayor. Siempre que haya ganas, y habiendo ganas es hasta la muerte. Pero, claro, la muerte puede ser mañana si no tienes ganas. La muerte es ya no tener ganas de bailar.

La dama del mar, viernes 23 a las 21, sábado 24 a las 20 y a las 22.30, domingo 25 a las 18. Teatro Avenida, Avenida de Mayo 1222. Localidades desde 40 pesos.

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