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Viernes, 11 de marzo de 2011

MUESTRAS

La muerte argentina

Para Helen Zout, el silencio sobre su propia experiencia en la dictadura empezó a quebrarse con las voces de otros, testigos, ex detenidos, compañeras; hombres y mujeres que a lo largo de décadas consiguieron hacerse escuchar cada vez con más fuerza. A ellos y ellas, Zout fotografió a modo de homenaje e indagación para poder dejar, ella también, testimonio.

 Por Irupe Tentorio

Helen Zout supo transformar la muerte en arte. Ella por primera vez vio el rostro de la desaparición cuando, con apenas 19 años y embarazada de su primer hijo, los militares fueron en busca de su vida. Sin embargo, una suerte de azar la salvó de la muerte. Se sabe que una foto es una huella en la memoria, tal vez por lo que suscita: nos dispara el imaginario, volvemos a vivir al menos una pizca de lo que fue, altera el tiempo y nos hace caer en otro espacio. En las fotografías de la muestra Desapariciones se percibe lo que no deja ir nuestro Río de la Plata, esa negrura profunda, silenciosa, que sugiere el vacío de los que nunca fueron encontrados. Y entre todas destella el retrato de Jorge Julio López, una herida húmeda entre tantas cicatrices. “Julio siempre contaba lo que había vivido, pero no a cualquiera, sino a quien podía hacer de puente, es decir seguramente era una persona clave”, rememora Zout.

“Recuerdo estar encerrada junto a mi familia y ver por la televisión el Mundial del ‘78, escuchábamos a Videla predicar sobre los derechos humanos y no podíamos creer cómo podían ser tan cínicos. Se vivía una locura; la vida real y el discurso que se quería sostener iban por carriles absolutamente diferentes”, dice. A Helen ya no le cuesta hablar, pero durante veinte largos años sí. Su historia se enmudeció y se fundó en silencio. Sus compañeros ayudaron a devolverle la fortaleza para poder apretar el obturador y alumbrar con su cámara el rompecabezas de una sociedad que en su pasado no quiso ver.

¿Cuándo empezaste a investigar y a fotografiar?

–En el año 2000. Empecé yendo a los juicios por la verdad, que fue el primer atisbo a los represores, pero aún no tenían condena. Por ese entonces comencé a contactarme con los ex detenidos y les propuse a algunas personas, y de a una, fotografiarlas. Mi idea siempre fue dejar un testimonio fotográfico sobre la dictadura. Quería retratarlos a ellos y también los centros clandestinos de detención. Este trabajo duró seis años. Me integré a sus vivencias que eran las mismas que habíamos vivido por los ‘70, pero las de ellos sin dudas habían sido mucho más dolorosas. Creo que nadie que no haya sufrido esta dictadura en carne propia puede saber lo que significa ser torturada, violada y demás. Para mí todo esto merece un respeto absoluto, no lo sé, ni lo sabré. Pero ellos me permitieron acercarme a su dolor.

Durante esos seis años de trabajo, ¿qué fue lo que más te movilizó?

–Me acuerdo mucho lo que padeció Cristina Gioglio, una gran amiga que respeto enormemente. Los militares se jugaron su vida al truco, mientras ella escuchaba. Yo la retraté en el Pozo de Arana. Ella volvió conmigo a ese lugar por primera vez luego de lo que le sucedió. Eso nos unió aún más y significó mucho para mí. También me acuerdo mucho de López, de su convicción sobre todo.

¿Cómo fue el encuentro con Jorge Julio López?

–Igual que con todos. Yo le propuse fotografiarlo en el 2000. Conversar un poco lo que vivió y tomarle un par de retratos. López tenía la convicción de que su vida se jugaba a través de prestar testimonio; lo que generaba muchísimo estremecimiento. El tenía mucha seguridad sobre lo que decía y sobre lo que le iba a suceder. Elegí el retrato en que él tenía los ojos cerrados, porque esa era una expresión típica de él cuando recordaba y además cuando sucedía esto López reflejaba su dolor... digamos el símbolo de su vida. Fijate qué curioso lo que sucedió con él, si alguien pretendió desaparecerlo logró el efecto absolutamente contrario porque ahora está en todos nosotros, alguien a quien la mayoría ni conocía. La foto de él está en los autos, en las calles. Dentro de todo lo terrible que ocurrió, no lo pudieron hacer desaparecer, sino todo lo contrario. Esa también es una huella.

Muchas fotos están fuera de foco, ¿a qué se debe?

–En particular la de López, yo la desenfoqué a propósito. El negativo está en foco. Para mí todas estas vivencias son recuerdos, ensoñaciones y noches que imaginaba fotos, o que recordaba relatos, vi muchas imágenes en mis sueños. Estos seis años fueron una larga noche.

¿Qué quisiste retener en estas fotos?

–Fundamentalmente que estos hechos no tienen que caer en el olvido y también el sentido de la vida. Toda mi generación luchó por una vida mejor. Hay un sentido que es el de la desaparición y muerte, pero hay otro que es mucho mayor y es por lo que ellos lucharon. Yo no quiero que este tema pase a la historia adornadamente. Me opongo a que se recuerde con cierta melancolía dulzona. Este tema hay que recordarlo como un hecho atroz.

Lo dice Osvaldo Bayer en el prólogo del libro con el mismo nombre que la muestra Desapariciones, de Helen Zout: “Desaparición, vocablo argentino. La Muerte Argentina. Para siempre, en la historia del mundo”.

Desapariciones, en la sala del primer piso del Hall Central Carlos Morel, Teatro General San Martín, de lunes a viernes desde las 12 y los sábados y domingos desde las 14 hasta la finalización de las actividades del día 30 de abril (Avenida Corrientes 1530). La entrada es libre y gratuita.

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