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Viernes, 25 de julio de 2003

POLíTICA

Palabra de mujer

Por Elisa Carrió

Estamos en el inicio de un siglo donde la emergencia de lo real va a poner dignidad y va a romper un discurso oficial de dominación sobre nosotras, las mujeres.
Esta no es una lucha sólo de las mujeres, sino de hombres y mujeres por una nueva cultura que nos compromete a todos con esa nueva mirada, que es la mirada de lo único que no está en el comercio, de lo único que no se vende ni se compra: la dignidad, que es lo que va a cambiar el mundo en este siglo.
El discurso oficial, dominante, escrito por hombres, escrito desde una mirada, que obvió, que silenció lo actuado, lo hablado, lo dicho y lo peleado por millones de mujeres, dejó la sensación de que las mujeres no habían hecho mucho, o no habían hecho casi nada, porque no estaban plasmadas sus historias, testimonios o pensamientos en los libros de historia. Los libros de historia eran acerca de las batallas, en general protagonizadas por hombres. Ese discurso fue ideológico.
No creo que haya sido intencionalmente deseado sino que era la mirada de una cultura. De manera que cuando una leía, quedaba algo claro: un discurso oficial que no hablaba de nosotras, que no nos daba ningún tipo de protagonismo salvo el estatuto excepcional de una. Por eso, en la historia es posible encontrar una mujer por siglo. Estatuto excepcional que permitía hablar por única vez de la mujer en la humanidad y silenciar a todas las demás. El efecto que causaba en nosotras era estar predestinadas al silencio oficial.
Por más que las mujeres hiciéramos todo y mucho más, el discurso oficial nos negaba, nosotras teníamos siempre que pagar una cierta culpa por el reconocimiento del otro de nuestra propia existencia. Es hacer todo para ser reconocida en algo.
Eso llevó a millones de mujeres a que fuéramos manejando una serie de instrumentos de sobrevivencia en la ausencia. Como el silencio frente a la violencia: para sobrevivir hay que callar. Hablo de violencia de la palabra, física y del no reconocimiento.
Esta reiteración de pequeños actos simbólicos, como cuando nuestros hermanos se iban a jugar a la pelota y nosotras no teníamos que quedar en la casa. Nosotras lo fuimos tomando como parte de los patrones de esa primera estructura de sobrevivencia para no conmover lo que estaba establecido, que era el silencio. Y aprendimos a callar infinidad de cosas.
La cantidad de historias, de relatos, de dolores, que escondimos y no verbalizamos las mujeres a lo largo de los siglos debe ser el caudal más rico y más enriquecedor perdido por la humanidad. Así el silencio fue una estrategia de sobrevivencia, pero también fue la estrategia de mayor aniquilamiento de la riqueza de la humanidad, de lo que pensábamos, de lo que sentíamos y de lo que queríamos y debíamos decir.
Entonces hay que romper el silencio.
Una vez, cuando yo tenía diecisiete años, me dijo mi abuela: "Querida, la verdad que yo ahora que tengo sesenta y pico de años y digo todo lo que pienso, porque ya no me importan algunas cosas". Y yo pensé: para qué esperar a tener esa edad, tengo diecisiete y voy a aprovechar desde ahora. La primera salida es romper el silencio, pero no sólo en lo público, porque sino también se forma parte del discurso oficial; romper el silencio en todos los ámbitos de la vida. Esto significa un profundo cambio cultural donde muchas están hablando y donde a muchas nos van a tener que hacer callar, porque es romper esa estrategia de supervivencia que era funcional a aquellos que decían "Vos no valés, no servís, no existís".
La liberación pasa por romper ese silencio histórico que nos llenó de dolor, que nos llenó de cicatrices, que imposibilitó el habla y que a su vez impidió que estuviéramos en cualquier discurso oficial para refuncionalizar la historia.
Se trata de una lucha por la justicia para ser reconocidas en nuestra dignidad humana en toda su extensión, simplemente en esto consiste ser feminista.

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