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Viernes, 1 de marzo de 2013

RESCATES II

La insurrecta

Rogelia Cruz (1941-1968)

 Por Marisa Avigliano

En julio de 1959 en Long Beach, California, treinta y cuatro mujeres competían por el título de Miss Universo. Una de ellas se llamaba Rogelia, era de Guatemala y se convirtió en un símbolo nacional, aunque la coronita del cosmos ese año sólo brilló en la cabeza japonesa de Akiko Kojima. Pero la Roge (como la llamaban sus primas), la chica alta –bastante más alta que el promedio de la mujer guatemalteca–, la que le debía ese cuerpo a la natación y a las clases de ballet, no buscaba un destino de palacio. Después del concurso, abandonó banda, cetro y ramos florales para estudiar arquitectura (una carrera inspirada en su papá), militar en la Juventud Patriótica del Trabajo y colaborar con las Fuerzas Armadas Rebeldes. La adolescente de pelo castaño, piel trigueña y ojos color miel ya no era alumna del Instituto Belén (una escuela de señoritas donde se recibió de maestra) ni vivía con su abuela (sus padres habían muerto con dos meses de diferencia cuando ella tenía quince años y sus hermanas gemelas, Lucrecia y Adriana, apenas diez) y era parte de la generación revolucionaria guatemalteca de los años sesenta (algunos de sus familiares fueron asesinados o continúan desaparecidos). Pero la noche iba a traer la lengua afuera, como escribió Miguel Angel Asturias, y en la madrugada del 11 de enero de 1968 el cadáver de Rogelia apareció debajo del puente del río Michatoya, en el departamento de Escuintla, metida entre los cuerpos sin vida de once campesinos. La Miss Guatemala estaba desnuda y su cuerpo cercenado exhibía las marcas del sadismo. Ana González, en su artículo “Guatemala: violencia de género, genocidio y racismo”, publicado en Género y poder por la Universidad de Quilmes, describe –después de haber hablado con la enfermera del hospital que registró el cadáver– la escultura atroz: “Sus pechos arrancados a mordiscos, mutilados sus genitales, había sido violada por incontables hombres (...), sus verdugos fueron el coronel Máximo Zepeda, su tropa y miembros de la organización paramilitar Ojo por Ojo. La población de Escuintla todavía recuerda cómo se jactaban de la hazaña”. Unos meses antes de la masacre (en noviembre de 1967) la habían detenido en un confuso accidente de tránsito en Chimaltenango, en la región central de Guatemala, en el que había muerto una nena. En aquel momento los diarios locales titulaban la noticia asegurando que no estaba desaparecida y que había dejado la cárcel pagando fianza. Un mes después Rogelia fue secuestrada y detenida ilegalmente. Cuando apareció su cuerpo quemado por cigarrillos y con múltiples golpes en la base del cráneo, sus familiares pidieron que averiguaran si además de la matanza –la violencia sexual fue un arma de guerra en la Guatemala sesentista– la Roge había sido envenenada. Si bien encontraron su cuerpo el 11 de enero, creen que Rogelia había muerto tres días antes, el 8 de enero de 1968. El certificado de defunción dice que la joven de 26 años, soltera, residente en Siquinala, murió “a consecuencia de un traumatismo craneoencefálico”. A su compañero, Leonardo Castillo Johnson (Nayito) lo mataron un tiempo después. Desde 2006 una organización estudiantil de la carrera de historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala lleva su nombre. Su imagen, su cara símbolo estampada ahora en remeras, libros y documentales es también desde 1973 un mural (obra del artista plástico Arnoldo Ramírez Amaya) en su Ciudad Universitaria.

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