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Viernes, 17 de enero de 2014

FOTOGRAFÍA

La tierra de testigo

María Eugenia Cerutti es reportera gráfica, disfruta de la adrenalina de la captura del instante, del privilegio de ver y hacer ver sin intermediaciones el acontecer político. Pero la muestra que está colgada ahora en el Centro Cultural Haroldo Conti, Naturalezas, no tiene nada de la urgencia de su trajín cotidiano. Son imágenes de lo que quedó de la casa de su infancia, ahí donde nació y de donde secuestraron durante la última dictadura a su abuelo Victorio, a quien además obligaron a vender todas sus propiedades. Fotografías por recuperar con las que la autora arma su propio duelo.

 Por María Mansilla

Ella accede a explicar con palabras qué siente cuando repasa cada imagen. Algo que, por principios, sabe que no se hace (porque las palabras nunca alcanzan o porque las interpretaciones siempre mutan). A cambio de esa concesión, la verdad es que un poco miente. Como cuando llegamos a la foto de la acequia, donde se ven sumergidas las piernas jóvenes de una mujer de vestido floreado y corto, y María Eugenia Cerutti dice que el agua sana todo.

A ella no la sanó ni un océano entero.

Lo que recién ahora le funcionó para acomodar el duelo (“la angustia”) por la detención y desaparición, durante la última dictadura, de su abuelo Victorio, fue este ensayo. El ensayo no es gótico. Está colgado en la galería del Centro Cultural Haroldo Conti porque le dieron una mención del jurado en el V Premio que organiza el espacio con el apoyo de la Secretaría de Derechos Humanos y el Fondo Nacional de las Artes. No es gótico, pero sin embargo muestra una casa fantasma de Chacras de Coria, Luján de Cuyo, Mendoza. Es la casa donde nació, donde creció hasta los dos años, donde vivían todos juntos. Donde marchaba la empresa familiar, el viñedo y la bodega; donde aprendió cómo los caballos se alineaban en el establo, donde la ventanita altísima de su pieza la resguardaba de los calores (y quizá le dio la pista para elegir un oficio que, ante todo, se trata de seguir la luz). En las paredes, hoy, hay manchas de humedad que parecen agujeros de balas. Rosales que crecen a pesar de todo. Arboles con las raíces cortadas. Naturalezas incluye también unas imágenes borrosas, “como cuando estás llorando y ves todo nublado”.

En esa misma casa de ladrillos grandes, de inmigrantes, del familión, de las uvas, del campo, de los negocios, hace exactos 37 años secuestraron a su abuelo y a su tío. ¿Una razón posible? Uno de los Cerutti hijos militaba en Montoneros. De Mendoza lo llevaron a la ESMA, y al viejo le hicieron firmar papeles para fraguar la “venta” de esas tierras. Incluso le robaron el proyecto de lotear la zona, vender los terrenos y construir un barrio. Al barrio le pusieron WilRi, en alusión a dos torturadores de la ESMA, y a las calles, en vez de los próceres italianos como Garibaldi y compañía, las nombraron Honor, Caridad, Amistad, Bondad y Justicia.

“Siniestro”, dice Eugenia. “A la Casa Grande la quisieron demoler para hacer un supermercado pero no pudieron. Lograron pararlo porque es histórica, de 1880. Está en el centro de Chacras de Coria que es un lugar muy concheto, muy paquete, y esa casa es un símbolo, le da estilo al lugar. Ahora están tratando de expropiarla para levantar ahí una Casa de la Memoria, algo que no existe todavía en la provincia. Hasta que eso se resuelva hay unos cuidadores que son divinos, y si sos familiar te dejan entrar, saben la historia. Es muy loco, casualmente la señora tiene el mismo apellido que nosotras. Puro azar.”

Los organismos de derechos humanos organizan abrazos ahí mismo. La detención y desaparición de Victorio Cerutti es un símbolo de la megacausa ESMA en esa provincia.

“Yo no soy militante”, aclara la fotógrafa. Y vuelve a torcer la verdad. Quizá trata de negar la herencia, de resistir a la dulce condena. A través del arte, como tantos jóvenes pertenecientes a la generación de hijos y nietos de desaparecidos, a través de su testimonio le pone el cuerpo al Nunca Más. En su carrera ha retratado a vecinas y vecinos víctimas de las radiaciones de una estación eléctrica (132.000 volts, el caso Ezpeleta, La Marca Editora), ensayo reconocido con el Premio Nuevo Periodismo; antes, había estado nominada por un trabajo sobre las detenidas de la U 31 de Ezeiza. Antes de hacer esta nota con Las12 estuvo cubriendo “el crimen de Priscila”, para el diario Clarín, donde trabaja, y todavía está shockeada, dice, por los límites del abandono y del maltrato infantil.

Volvió dos veces en el último tiempo a Mendoza. Fue con su hermana Josefina, cuando se cumplieron los 30 años del secuestro.

En la presentación de Naturalezas contás que volviste a la Casa Grande también con tu hija, que era chiquita. ¿Cómo le explicaste a ella qué había sido ese lugar?

–En ese momento no le conté mucho. Ahora tiene 12 años, entonces tenía 5. Cuando fue más grande mi hermana me ganó de mano y le contó, a pesar mío, porque le dio demasiados detalles. En el jardín, desde preescolar abordaban el tema a través de los cuentos de Elsa Bornemann. A ella le daba mucha intriga entender esa época. Y desde que en la escuela tratan el Día de la Memoria siempre cuenta: a mi bisabuelo lo desaparecieron, lo llevaron ahí y después lo tiraron al río, vivo. Es su relato de cómo fueron las cosas. Yo no hubiera querido que mi hija lo supiera desde tan chiquita. Ella le pone palabras a su manera, los chicos son más directos. O por ahí el paso del tiempo la aleja un poco de lo trágico y de lo dramático. De alguna forma sabe que la vida sigue.

¿Hay una forma menos dolorosa de explicarlo? ¿A vos cómo te lo contaron?

–Es que yo supe todo muy de chiquita. De chica lo supe en detalle, y me perturbaba demasiado. Sobre todo saber que lo habían torturado. A los 7, 8 años, con la vuelta de la democracia, yo ya sabía todo lo que había pasado. No me lo contó nadie. En casa se hablaba todo el tiempo. Mis tíos estaban exiliados, era un tema que no se podía omitir. Todo era muy fuerte... Y las marchas por los derechos humanos en la Plaza de Mayo, eso me lo recontra acuerdo.

Aclarás que no sos militante. Pero es una declaración política sumar tu testimonio a la reparación histórica.

–Sí, es lo que puedo aportar. Pero desde mi subjetividad, planteando preguntas más que respuestas. Me parece más cercano a mi manera de ser. En los trabajos personales, la fotografía tiene algo de sanador, permite elaborar las cosas, tu historia.

¿Y qué sentís cuando hacés fotoperiodismo?

–Lo hago con oficio, me gusta la adrenalina, el ritmo. Me gusta hacer lo más duro, cubrir política. Sos testigo de la historia, nadie te lo cuenta, la ves con tus ojos. Es más, con todo el material que tengo de los Kirchner podría hacer un libro. Cubrí sus campañas presidenciales para Clarín. Ese tipo de coberturas me gustan mucho. De hecho, estuve el 24 de marzo de 2004, día que Kirchner bajó el cuadro de Videla de la galería de generales del Colegio Militar, y unas horas después era el acto de la recuperación de la ESMA, y hoy vuelvo ahí.

El paisaje y el clima de las fotos son muy parecidos a lo que se siente caminando en la ESMA recuperada, donde está todo aunque ya no haya nada.

–Eso es fuerte, por eso la mención del premio fue muy fuerte. A mi abuelo lo desaparecieron en la ESMA. Entonces era como uh, volver a ese lugar desde la vida, desde la memoria. Para mí es muy simbólico. No es que me permite cerrar una etapa personal sino abrir otra; ir dejando algunas cosas en su lugar, en el lugar de la memoria, pero ordenado, no tan caótico como es la angustia. A mí este trabajo me sirvió para eso. Presentarlo a este premio fue la excusa para terminarlo.

¿Volvés seguido a Mendoza?

–No, allá no me queda nadie. Mis padres se separaron cuando yo tenía 2 años, y con mi mamá nos vinimos a Buenos Aires. Tengo hermanos que me llevan entre 8 y 14 años. Cuando yo era adolescente, volvíamos a Mendoza porque allá estaba mi viejo. En la Casa Grande nací, en mi documento figura esa dirección, donde desaparecieron a mi abuelo. Mis hermanos me llevaban, está a 25 kilómetros de Mendoza.

¿Y ellos te hacían recorrer, te hablaban o no había palabras, había silencios?

–Eran silencios, era la pérdida. Ahí habían vivido, se habían criado ahí adentro. Veranos, inviernos, vacaciones... Yo no padecí el desarraigo. Pero siempre me tocó escuchar, escuchar y escuchar esa historia.

Quizá esto lo hiciste por ellos.

–¡Creo que sí! Estaban muy emocionados. Fue fuerte para todos. Tengo tíos que se quedaron en México y en Canadá, adonde fueron exiliados. La familia quedó como rota, dispersa. La historia fue vivida de maneras diferentes. Cada uno un poco por su lado. Nos resultó muy difícil reconstruir, recuperar. Esta es mi manera de elaborar mi duelo, de poder seguir, de construir algo nuevo. De rehacer, de agarrarlo. Por eso el ensayo se llama Naturalezas. Porque en la tierra quedan las cenizas pero vuelve a salir la vida. Pienso en la tierra como testigo, como testigo de todo.

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Naturalezas
Centro Cultural Haroldo Conti.
Av. Del Libertador 8151
Hasta el 16 de marzo
 
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