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Viernes, 20 de febrero de 2015

COSAS VEREDES

Ni la muerte nos separa

El obituario de un medio australiano sobre la fallecida Colleen McCullough pone sobre el tapete otra grieta donde la misoginia dice presente, despertando la correspondiente indignación en redes sociales: las necrológicas.

 Por Guadalupe Treibel

El asunto es así: cuando la premiada, exitosísima y estimada novelista Colleen McCullough –responsable ella de alrededor de 25 piezas literarias, tanto románticas como históricas, incluido su hitazo The Thorn Birds, llevado a tevé bajo el título El pájaro canta hasta morir– falleció recientemente a sus 77 pirulos, hubo quienes se expresaron sentidamente. Como Shona Marty, del sello editorial Harper Collins, que acaso la recordara como “una de las primeras escritoras australianas en tener éxito en la escena mundial”, subrayando así uno de los tantos logros de quien además (¡y como si fuera poco!) laburase como neurocientífica en el Great Ormond Street Hospital londinense, o se desempeñase como investigadora en el área de neurología de la Universidad de Yale, o diera cátedra (literalmente) en la materia, o fundara un departamento de neurofisiología del Royal North Shore Hospital, en Sydney... En fin, un pilón de chapas que evidentemente no alcanzaron para que ciertos periódicos la despidieran como lo merecía. Tal fue el caso de The Australian, que encabezó su obituario de la siguiente manera: “De apariencia simplona y ciertamente pasada de kilos, Colleen McCullough fue –sin embargo– una mujer ingeniosa y cálida. En una entrevista, dijo: ‘Nunca me ha preocupado mi look o mi figura, pero nunca he tenido problemas en atraer a los hombres’” (sic). ¿En serio, The Australian? ¿De verdad? Habiendo tanta madera de dónde cortar, ¿qué necesidad de priorizar –o mencionar siquiera– cuánto interesaba al sexo masculino, si era bonita, si le sobraban rollos? ¿Ni en la muerte se puede dispensar a una mujer del sexismo, la cosificación, la degradación?

Por fortuna, el texto hizo hervir sangre, ver estrellas de furia; y el enojo generalizado se manifestó en redes sociales que, más temprano que tarde, comenzaron a describir la elección de palabras como “injusta” o, ya con menos pruritos, “realmente estúpida”. A tal punto la indignación generalizada que, en plan de repudio (aunque sin perder el sentido del humor), muchas voces se unieron espontáneamente para satirizar al diario, imaginando cómo serían sus propios obituarios de ser escritos por el mentado medio. Así, en 140 caracteres o menos, distintas personalidades –y otro tanto de anónimos– se expresaron vía Twitter, compartiendo propias y paródicas necrologías estilo The Australian, etiquetando todas y cada una de ellas bajo el hasthtag #MyOzObituary (en slang, “Oz” es la forma coloquial de referirse al país, y también al citado periódico), convirtiendo el gesto humorístico en rechazo expansivo y petit fenómeno viral. Sobran los ejemplos; hete aquí algunos...

Wendy Harmer, dramaturga, locutora y escritora australiana, se despachó al son de “Llana, ruidosa e irritante, logró forjar una carrera en la comedia. Lo cual es extrañísimo, considerando que las mujeres no son graciosas”. Jane Caro, autora feminista y profesora inglesa, definió para sí misma: “De baja estatura y rechoncha, con barbilla extra, JC escribió, sin embargo, libros, artículos y novelas y, de vez en cuando, le permitieron aparecer en tevé”. Mientras tanto, Cathy Wilcox, ilustradora y caricaturista, optó por una sintética descripción: “Demasiado femenina para ser una historietista”. Jennifer Weiner, autora estadounidense responsable de títulos como En sus zapatos (también adaptado a film), entre otros hits editoriales, hizo su propio obituario en símil modalidad: “Delgada de cabello, gruesa de muslos. Ruidosa. Extrañamente, escritora de best-sellers”. Ni los varones se quedaron atrás, conmovidos por el injusto trato a McCullough. El multilaureado escritor inglés Neil Gaiman, por ejemplo, creador de The Sandman y esposo de la cantante feminista Amanda Palmer, anotó para sí mismo: “A pesar de que su barba parecía pegada con plasticola y que su cabellera muy posiblemente fuera una peluca, se casó con una estrella de rock”. El presentador de noticias australiano Hugh Riminton, por su parte, eligió “despedirse” en vida con las siguientes palabras: “Era incurable. Pero, al menos, no era una mujer”. ¿El colmo? Hasta un medio local, el Sydney Morning Herald, se sumó a la ola ironizante, poniendo en jaque a The Australian –propiedad, dicho sea de paso, del magnate de noticias Rupert Murdoch (quien, para los desmemoriados, enfrentó problemas legales hace unos añitos por intervenir los teléfonos de celebridades)– con una notuela por demás sardónica. Anotando que sólo las mujeres son definidas como “simplonas”, quiso el SMH equilibrar la balanza y procedió a realizar una serie de obituarios de famosos escritores varones, “todos ciertamente simplones”. Para Roald Dahl, por ejemplo, lanzó: “Aunque aún sin maquillaje se pareciera al Payaso IT, de todas maneras mostró talento para el grotesco”.

En resumidas cuentas, el absurdo fue la mejor manera que encontraron colegas (¡hombres y mujeres!) para denostar la forma en que, en más de una ocasión, se escriben los obituarios de personalidades femeninas. Elocuente, de hecho, es el caso de otra científica: Yvonne Brill. Cuando el 30 de marzo de 2013, The New York Times publicó la necrológica de esta doña canadiense conocida por su aporte al desarrollo de misiles y tecnologías de propulsión, ganadora –entre otros premios– de la NASA Distinguished Public Service Medal y, de manos de Obama, la National Medal of Technology and Innovation, el diario optó por arrancar las primeras líneas de la siguiente manera: “Hacía un bife stroganoff increíble, siguió a su marido de trabajo en trabajo y se tomó ocho años de licencia para criar a sus tres hijos”. Ajá... Justo es decir que, al informar acerca de un fallecimiento, son más que bienvenidos los datos de color, pero justo (bis) es aclarar que hay algo sospechoso cuando se priorizan los talentos culinarios o, para el caso, la apariencia física antes que las bondades profesionales. En palabras de la periodista Stephanie Merritt, “el obituario de Colleen McCullough demuestra que el aspecto no lo es todo... a menos que seas una mujer”. Y luego, su gran pregunta gran: ¿Para cuándo celebrar públicamente a una física, a una escritora, a una atleta sin menospreciarla al mismo tiempo? En serio: ¿para cuándo?

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