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Viernes, 14 de agosto de 2015

INTOXICADA

La sonrisa de mamá

La vedette Luciana Salazar fue estigmatizada esta semana por la mediática Amalia Granata porque no tiene hijos o hijas que mostrar y por eso sólo es capaz de publicar en redes sociales fotos de su cuerpo semidesnudo. Más allá del folletín, los dichos ponen al descubierto la vigencia de coordenadas moralistas y heteropatriarcales que siguen enfrentando a los arquetipos cristalizados de “madres” y “putas”.

Con su pelo desgastado en las puntas, con sus ojos desorbitados en una cara de luna que todavía denota juventud, la mediática y autoproclamada estudiante de 3er. año de Periodismo Amalia Granata, ex del economista Martín Redrado, dijo esta semana en el programa Argentina despierta, conducido por Chiche Gelblung, que Luciana Salazar, otra chica top de la farándula y actual de “Redri”, como le dicen al hombre en algunos sitios chimenteros, “me va a ganar una batalla a mí el día en que pueda subir a Twitter, que es donde se maneja, una foto con sus hijos y su familia, como la subo yo todos los días de mi vida. Mientras tanto, lo único que puede hacer es subir fotos desnuda. Los hombres van y vienen, pero los hijos propios y ajenos son lo único que vale la pena en esta vida”. La frase generó un tsunami de espinas desparramadas en cada magazine de la tv argentina por aire y cable, porque Amalia es madre biológica de la pequeña Uma y porque se ganó durante un tiempo y hasta la separación reciente cierto aprecio de los ya bastante grandes hijos de Redrado. Pero lo dicho genera otro tipo de lecturas que obligan a detenerse en cada palabra, aunque se desconozca a la emisora: AG actualizó en un cuasi acto reflejo, como dormir o defecar, una narración canónica y ancestral del “ser mujer” en una categorización mezquina y algo macabra –y mediocre, pero no por eso menos peligrosa– la vigencia de las coordenadas heteropatriarcales del sistema, donde mandatos y patrones corporales siempre deben ser consensuados.

De acuerdo, todo se reduciría al folletín de una mujer abandonada derramando las babas del despecho sobre otra que no asoma precisamente como referente de algo, cualquier cosa que ese algo fuera, pero si el medio es el mensaje y McLuhan no atrasa, aquel pedazo jugoso de carne del que hablaba el filósofo, transportado por el ladrón para distraer al perro guardián de la mente, funciona también como un veneno disciplinador de los cuerpos de las mujeres en tanto madres biológicas o del corazón –hétero–. Granata vino a marcar la cancha de aquellas que quisieron/pudieron tener hijxs, cumpliendo un rol de madres presentes tiempo completo, batalladoras, autosuficientes, orgullosas de subir a las redes sociales una foto con la familia y con la cría “como la subo yo todos los días de mi vida”. Salazar quedaría fuera del área con su botox, sus extensiones, sus pechos siliconados en un cuerpo que delata mil cirugías. Treintañera incapaz de maternar, sugiere su enemiga, que la redujo a triste estereotipo para almanaque de taller mecánico de lo que el machismo entiende por belleza, deseo y goce. Las de Luli no son curvas militantes, por cierto. “Lo único que puede hacer es subir fotos desnuda”, remata AG y su amiga panelista de Radio Mitre, Yanina Latorre, agrega otra delicatessen: “(Salazar) se siente tocada porque quiere tener hijos y no puede con ningún hombre”.

Se sabe, el mercado televisivo saca provecho de los problemas de género, pero también juegan opresiones cruzadas y múltiples que atraviesan las autoestimas personales y los cuerpos diversos. Pero la dificultad mayor no es lo que planteó Granata en la infelicidad de aquella frase, sino la bajada de línea de un sistema diseñado para vulnerar. El desafío consiste en sortear los estándares binarios heterosexistas que rigen los cuerpos y superar el bombardeo de una cultura que sólo otorga un lugar en el mundo a aquellxs que cumplen con determinados estereotipos corporales y de conductas. La genial Beth Ditto sostiene que “el (la) hétero tiene un privilegio demencial que rige el mundo. Y en esas condiciones nos da miedo existir”. Cultora de una feminidad descategorizada, para la Ditto poner el cuerpo es una declaración radical de principios “y es usar el sexismo a mi favor, para empezar el debate. Incluso entre feministas, que me preguntan si posar desnuda no es una nueva forma de sexismo. Y yo les respondo ‘por lo menos es algo nuevo’. Significa cambio y el cambio deja espacio para el diálogo”.

Marta Dillon reflexiona hace tiempo sobre la necesidad de “conquistar los cuerpos individuales pero que sólo pueden ser con otros, entre otros; conquistar nuestros placeres, recorrer nuestras particularidades y diferencias, apropiarnos de las imágenes que se pueden producir con ellos. Todo eso es no sólo la búsqueda del goce sino del poder del goce, de esa potencia arrasadora que implica sumar la carne a todas las ecuaciones porque es en ella donde reverberan las luchas, los sentires, las heridas y las cicatrices; es sobre la piel donde se escribe o se inscribe el amor y la ternura. Es sobre el cuerpo que se escriben otros mundos posibles”, Sin embargo, los cuerpos femeninos o feminizados siempre han sido expuestos según la mirada de los otros: “Cuerpos modelados para el goce heterosexual y pulsional, cuerpos que se leen como posibles de romperse siempre, de entrarles sin permiso –basta escuchar a algunas de esas frases con las que se supone que se alaban–, cuerpos ajenos a la complicidad, a la risa, a la ternura. El cuerpo vibra para mí desde el plexo solar, desde los genitales también, desde cualquier zona donde la emoción se acumula y se desparrama por el extenso órgano de la piel para que la sexualidad sea más que un acto performativo, sea esa otra batería de sentimientos y potencias posibles.”

Pero todo esto es censurado sistemáticamente bajo el lema de la moralidad, incluso bajo la consigna de falta de consentimiento de quien se topa con ciertas imágenes.

–Ahí caen los pezones femeninos y no los masculinos por ejemplo –incluso los que amamantan–, pero sobre todo cae la posibilidad de imaginarnos otras y otrxs, del cuerpo como espacio lúdico y de afectos, no siempre reproductivos, no siempre dentro de la máquina heteropatriarcal capitalista, sino en tanto utopía de otras experiencias, otros goces, otras potencias que crecen y se multiplican al margen de ese régimen de dominación, socavando sus cimientos, haciéndolo temblar mientras inventamos otros mundos desde afuera.

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