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Viernes, 20 de agosto de 2004

URBANIDADES

La historia desmembrada

Por M. D.
Un regusto amargo queda después de escuchar a la mamá de Nicolás Garnil, el joven secuestrado y liberado al fin de la semana pasada. Y no es solamente por el desacierto de su carta al pedir “un lugar donde construir un museo de la memoria” para las víctimas de secuestros. Es cierto que el dolor a veces ciega, pero no deja de decantar, como arena en el agua, justamente, la falta de memoria que desmembra la historia reciente como si hubiera fragmentos que les pertenecen a unos y otros, como si no fuera posible aprender de la experiencia. La lucha de las Madres de Plaza de Mayo albergó y dio ejemplo a muchas otras. Desde los comienzos de la democracia otras mujeres hicieron lo que ellas, tomaron la calle para reclamar por sus hijos e hijas, pero sobre todo para reclamar por justicia para todos y todas. Ahí está Ada Morales, la madre de María Soledad, y las Madres del Dolor, que nacieron en Santiago del Estero mucho antes de la caída de los Juárez. Y Rosa Bru, buscando todavía el cuerpo de su hijo, torturado y asesinado en una comisaría de la provincia de Buenos Aires. En esta misma página está el testimonio de Juliana Navarro, cartonera, inmigrante, pobre, que también exige justicia para su hijo. ¿Por qué, entonces, separar las aguas de este modo? ¿Por qué elige la mamá de Nicolás el jueves para usar crespones negros junto al corazón, mientras las Madres de Plaza de Mayo se ponen sus pañuelos blancos para seguir señalando cómo funciona desde hace 30 años la escuela de la impunidad? Después de escuchar sus palabras no es difícil recordar que fue durante el secuestro de Nicolás que los médicos de la provincia de Buenos Aires lanzaron una provocadora alerta al decir que se negarían a atender a personas detenidas, negándoles la categoría de persona. Es lógico que la señora de Garnil, apenas repuesta de los días de incertidumbre por su hijo, exija castigos ejemplares, penas máximas, la venganza que se cuela en su reiterada pregunta por los años de cárcel que merecen los secuestradores. Sin embargo, la construcción de la Justicia, una construcción que nunca se detiene y de la que todos y todas deberíamos ser obreros dedicados, exige dominar las emociones inmediatas, como seguramente hará pronto la mamá de Nicolás. Porque no habrá Justicia mientras no se entienda que no es posible intentar jerarquías entre víctimas y que los derechos humanos no se circunscriben a lo que comúnmente se llama personas de bien, a ese “nuestros hijos” al que se alude desde San Isidro y que excluye, deliberadamente o como fruto del desconocimiento, a las víctimas que dejan un reclamo que parece pedir sangre y no paz y Justicia. Como ella misma dice, después de las medidas de urgencia –después de la liberación de su hijo y la persecución de quienes lo secuestraron–, se imponen las medidas de fondo. Y ésas deberían poner el foco en las causas de la desigualdad social que es madre de la mayoría de las violencias.

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