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Viernes, 2 de noviembre de 2007

URBANIDADES

Giros posibles y la foto que no fue

 Por Marta Dillon

Antes de las elecciones se decía que no había grandes conflictos como los que podrían representar, por ejemplo, la derecha y la izquierda y por eso faltaba o estaba velado ese estado de deliberación que caracteriza, al menos, a los grandes centros urbanos argentinos. Una sensación a la que se describió como apatía o desinterés pero, llamativamente, nunca “normalidad”. Igual normalidad, ya se ha dicho más de una vez, nada significa salvo una línea recta domesticando el horizonte de la sorpresa.

Ahora bien, el día después amanece con la pregunta ya temperada sobre hacia qué lado girará el timón del gobierno: ¿a la derecha o a la izquierda? Es temprano para saberlo –también lo han dicho analistas más apropiados para el caso– pero las últimas noticias no son alentadoras para quienes nos inclinamos, por principios, siempre en contra de las agujas del reloj –que no es en contra del tiempo, ya que no tiene sentido–: que George W. la espera en Washington, que la Iglesia ve con agrado los dichos de la presidenta electa en contra del odio y del aborto, que, como si fuera poco, Joaquín Morales Solá se derrite en su presencia después de haber hecho picadillo en sus columnas dominicales tanto a Cristina como a su esposo. ¿Son signos de giro a la derecha? ¿Será que es eso lo que se espera de una mujer en el poder? ¿Moderación, recato, conciliación? ¿Les gusta cuando calla? ¿Será que el género, esa categoría que nombró Cristina casi por primera vez en su discurso inaugural el domingo pasado, la va a acorralar, la va a obligar a no patear el tablero para evitar la reacción misógina? Ojalá que no, que no, que no y que no.

En la utopía feminista –sin entrar en detalles sobre cuál feminismo, tratemos de pensar más allá– el poder ejercido por las mujeres debería distinguirse de ese ejercicio verticalista que a lo largo de milenios impuso la impronta masculina. En los Encuentros de Mujeres, por ejemplo, se apela a esa utopía proponiendo debates horizontales –circulares–, decisiones por consenso, con lugar para minorías y mayorías. No parece ser el estilo de Cristina Kirchner, dirá la mayoría, mucho menos el de Carrió, se puede agregar. Y no se trata de comparar si no de lamentar una imagen que se ha perdido y que bien podría haber dado un sentido distinto a la aparición de las mujeres en los máximos puestos del poder político: Cristina y Lilita no se saludaron al día siguiente. El protocolo dice que sería la segunda quien reconociendo la derrota y deseando lo mejor a la electa mandataria hiciera el gesto de la aveniencia. Pero no. Carrió dice que no es hipócrita y por eso no saluda a la futura presidenta, olvidando que existe algo que se llama política, o diplomacia por caso, que estar en la oposición no significa ser enemigas, ¿o sí? Cristina nada dice, y la verdad es que en las reglas de la política tal como las conocemos, poco tiene que decir. Lo cierto es que se ha perdido la chance de potenciar el poder femenino, de abrir el juego a una agenda que reconozca que esa apelación a las “hermanas” de género será algo más que declamativa y también subrayar el simbolismo que otros y otras vieron pero las candidatas hicieron como que no: ellas estuvieron donde antes había hombres. Ellas estuvieron porque hay una historia de mujeres detrás que les abrió camino y a esas mujeres es necesario honrar desempolvando viejas utopías y por qué no dibujando nuevas. Pero bueno, las chicas todavía se hacen desear.

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