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Viernes, 28 de junio de 2002

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la sola arrepentida

 Por Sandra Russo

Ella le había dado calabazas, como se suele decir en otros lares, porque cuando se conocieron hacía muy poco tiempo que se había separado y quería su aire, su arroz integral con apio, su silencio matinal, su aceite de jojoba en el baño nocturno, su libertad para cambiar de opinión y de decisión intempestiva, repentina, hormonal, ováricamente, ¿y qué? Una no puede cambiar ni de opinión ni de decisión tal libremente cuando tiene pareja. Tener pareja es tener testigo. Ella todavía disfrutaba de su soliloquio, de ese cambiante monólogo interior cuando lo conoció, y no quiso perderse semejante autodisfrute. Lo largó.
El se la aguantó. ¿Qué otra cosa podía hacer? No iba a seguir llamándola después de que ella le dijera, tan claramente, que le gustaba estar con él, pero que más le gustaba estar sola. ¿Qué hace un caballero en estos casos? Se hunde en las sombras, desaparece, cierra la puerta delicadamente y jamás vuelve a aparecer por ella, da por hecho que la dama está bien y en sus cabales, y no insiste. El se la aguantó, decíamos, no sin antes no aguantársela. Insistió, llamó, esperó, dejó mensajes crípticos, mensajes explícitos, mensajes enojados, colgó sin dejar mensaje, en fin, hizo todo lo que un caballero no hace hasta que, humano en el fondo, se cansó y la olvidó.
Ella comió arroz integral con apio muchas noches seguidas, miró televisión, leyó libros de autoayuda sin tener que avergonzarse, durmió hasta cualquier hora, se desveló, gozó como una loca todo ese silencio, todo ese lugar en el placard, todo ese orden en el baño, hasta que un día, como todos los días anteriores, cambió drásticamente de opinión y de decisión: estar sola tiene sus ventajas, pero ella estaba hecha para la vida en pareja.
Lo llamó. El no estaba, Le dejó un mensaje. El no contestó. Le mandó un mail. El no contestó. Volvió a llamarlo. El no estaba. Le dejó un mensaje, esta vez con la voz levemente irritada. El tampoco contestó. Una tarde lo encontró en el cine: él estaba con otra señorita. Se saludaron y hubo presentación: él dijo, señalándole a la señorita y haciendo uso de cierta daga escondida en la lengua: “Patricia, mi novia”.
Esa noche ella volvió a su casa y se quedó dormida sin probar el arroz integral.

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