Viernes, 19 de agosto de 2005 | Hoy
TALK SHOW
Por Moira Soto
De cuantos seres tienen pensamiento, somos las mujeres los más desdichados”, protesta la Medea de Eurípides, y después de enumerar las desventajas impuestas, las desigualdades evidentes –que incluyen la monotonía de la vida segura de hogar, mientras que “ellos van a la guerra, combaten con la muerte a la vista”–, declara que prefiere “tres veces estar en el frente de batalla y no parir un hijo”. En la bellísima versión de Lars von Trier –realizada sobre un guión de Carl T. Dreyer y Preben Thomser, a su vez inspirado en Eurípides–, dice Medea después de preguntarse: “¿Qué derechos tenemos las mujeres? Preferiría desangrarme detrás de un escudo”. Acaso esta expresión de deseos de acción formulada por la princesa de la Cólquide, maga poderosa y mujer enamoradísima, fue lo que incitó a Mauricio Wainrot a transformar a su Medea en una guerrera impetuosa que lleva a cabo una vez más su venganza contra Jasón en el soberbio ballet que se ofrece en el Teatro San Martín hasta fin de mes.
A pesar del psicoanálisis que tanto contribuyó a la promoción de Edipo, el personaje de Medea ejerce desde siempre, sin duda, una fascinación mayor entre escritores, músicos, puestistas, cineastas, quizás porque una madre matando premeditadamente a sus hijos comete la infracción mayúscula dentro del patriarcado. Y encima no se arranca los ojos como Edipo después de acostarse con mamá Yocasta sino que se marcha en un carro alado y rehace su vida, según la mayoría de las versiones iniciales del mito. Entre las múltiples relecturas recientes figuran la película de Ripstein-Garciadiego, Así es la vida, con una Medea de barrio rebautizada Julia, el ballet de Manolo Sanlúcar que lleva a la vengadora al mundo andaluz, la ópera Sentencia absolutoria para Medea, del ruso Rolf Liebermann, sobre un libreto de Ursula Hass, con aborto en vez de infanticidio y un enredo erótico de Jasón con el rey Creonte (padre de Creusa, la nueva novia de Jasón). Mauricio Wainrot, después de explorar el personaje en los ensayos, junto a las cinco posibles intérpretes, optó por el suicidio final de Medea, inmediatamente después de matar a su hija y a su hijo. Un lastre más en la conciencia del trepador, privado de todo aquello que le daba identidad.
Aunque todo el elenco del Ballet Contemporáneo del San Martín –con especial lucimiento de las hechiceras Irupé Sarmiento, Mariela Alarcón, Laura Cucchetti y Elizabeth Rodríguez– se desempeña con pareja calidad, ciertamente Silvina Cortés domina la escena no sólo porque asume el rol protagónico con apropiados recursos técnicos sino por la integridad de su compromiso con un personaje tan zarpado, tan transgresor. Cortés, una bailarina de gran plasticidad interpretativa que ha estado en otras creaciones de Wainrot, empezó a trabajar el rol desde antes de saber que ella sería Medea, leyendo y viendo todas las versiones a su alcance, dialogando con el director y coreógrafo, dejando aflorar las emociones que le inspiraba la princesa guerrera, esa máquina de venganza no tan loca como podría parecer, porque hay una lógica en su determinación. “Ella decide movida por la pasión”, dice la bailarina. “Amorosa en la etapa feliz con Jasón, por quien deja su patria y familia, se juega entera. Y la pasión también la anima a la venganza: ‘Si no estás conmigo, no tendrás a quien amar, ni a tus hijos ni a Creusa, también te quedarás sin el poder que tanto ambicionás: condenado de por vida’.”
La idea durante los ensayos era que una de las cinco bailarinas iba a ser Medea, hasta que un día, por un comentario de pasillo, S.C. se enteró de que era la elegida. Ella pensaba que el papel exigía cierta madurez, muchísima polenta y se veía a sí misma un tanto frágil, etérea para encarnarlo. Sin embargo, se hizo cargo a full y todo el orgullo, toda la energía y toda la osadía de Medea afloraron de su grácil silueta. “Hubo mucho intercambio con Mauricio, también con el vestuarista y escenógrafo Pablo Gallardo. En un momento, necesité un cambio de look, soltarme el pelo, acentuar el maquillaje. Necesitaba esa máscara.” Así llegó Silvina Cortés a asumir este personaje alucinante que interpreta en una suerte de trance, a tal punto que cuando termina la función, dice, no tiene tanto el registro de haber bailado como el de haber actuado. “Eso es bárbaro, me siento liberada de estar pendiente de cada paso. Estoy sintiendo, y moviéndome en consecuencia. Algo muy bueno, porque a veces en los bailarines la forma nos preocupa, está muy en la cabeza, pensamos en lo que tiene que ver el público. Esta vez dejo afuera cualquier cálculo, estoy en mi personaje y eso basta. Para mí hay un antes y un después de Medea.”
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