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Lunes, 10 de febrero de 2003

FúTBOL › TRAPATTONI LO CONVOCO PARA VESTIR LA AZZURRA Y ARDIO TROYA

Todos contra Camoranesi

La ligereza de juicio y la tendencia cómoda y enfermiza a mezclar la patria con la representación deportiva se han manifestado una vez más en ocasión de la designación de Mauro Camoranesi para jugar por la selección italiana de fútbol. Paradoja: el virulento chauvinismo aflora en el fútbol precisamente cuando campea la globalización más descarada.

 Por Gustavo Veiga

Si Chauvin se reencarnara en un espíritu contemporáneo, escogería el ambiente del fútbol para conseguir la difusión que no tuvo en vida como exaltado partidario de Napoleón. La polémica que aún persiste sobre Mauro Camoranesi, un tandilense de 26 años que juega en la Juventus y acaba de ser convocado a la selección de Italia, nos remite al más vulgar chauvinismo, con perdón del olvidado francés. Este volante, que en la Argentina sólo defendió la camiseta de Banfield, ha despertado una tempestad desproporcionada de manifestaciones que en buena medida fogoneó la prensa. Como si no hubiera otros temas que abordar, dentro o fuera del ya meneado deporte masivo, se levantan púlpitos para juzgar a favor o en contra a este muchacho que Marcelo Bielsa soslayó para la Selección Nacional y que su colega Giovanni Trapattoni citó para jugar un amistoso contra Portugal. Gabriel Batistuta, Claudio López y hasta el basquetbolista Emanuel Ginóbili se permitieron opinar con cierta osadía sobre la decisión del futbolista con pasaporte comunitario que arribó a Europa en el verano de 2000 casi como un ilustre desconocido. No obstante, el debate –un tanto estéril y desmesurado–, debería aportar enseñanzas como las que nos entrega la historia y donde ya hubo decenas de Camoranesi. Desde los compatriotas que integraron el seleccionado italiano en la Copa del Mundo de 1934 hasta las más actuales legiones extranjeras de Francia y Holanda. Siempre existirán Camoranesi. Aquí y allá.
Claudio Tamburrini, el filósofo y ex arquero de Almagro que huyó de Mansión Seré, una de las mazmorras de la dictadura, escribió antes del Mundial de Corea y Japón, a propósito de la patria y el fútbol: “El nacionalismo deportivo no es, entonces, moralmente inocente. Pero eso no significa que haya que renunciar a manifestarlo. El deporte, y en particular el fútbol, es un arma demasiado poderosa para dejarla en manos de las fuerzas antidemocráticas”. En efecto, si se toma como ejemplo el antecedente de los argentinos que contribuyeron al título mundial logrado por Italia durante el fascismo, el concepto de Tamburrini sugiere que debería atenderse la polémica, incluso con Camoranesi de por medio.
Pero el mundo era otro en 1934, aunque las fronteras nacionales en el ámbito de las competencias deportivas estaban tan desdibujadas como ahora. Benito Mussolini arengó a su selección a “vencer o morir” y hasta sostuvo que el primer título de los tres cosechados por Italia simbolizaba “el triunfo de la raza”. Luis Monti, Raimundo Orsi y Enrique Guaita, la savia rioplatense de la que se nutrió la nazionale del Duce, asistieron impávidos a semejantes proclamas. Si el mundo cambió, acaso se deba a que Silvio Berlusconi luce un lenguaje más civilizado que el líder fascista,aunque no un menor afán de conquista. Su política de respaldo incondicional a la invasión y posterior incautación del petróleo iraquí por Estados Unidos emula a los sueños expansionistas de Mussolini. Muy poco tiene que ver Camoranesi con esto, aunque sus colegas juegan para el equipo de Chauvin cuando lo defenestran y esgrimen argumentos de derecha, pese a que algunos son zurdos cuando patean, como Claudio López. Pero además, ignoran que el concepto de “nacionalidad deportiva” no está vinculado necesariamente con la nacionalidad de origen o por opción. El futbolista de la Juventus, que se sepa, no renunció a su ciudadanía argentina.
“Jamás habría tomado una decisión de ese tipo”, dijo el Piojo. “En su lugar, no habría aceptado”, se permitió deslizar Batistuta. “No me explico por qué le dijo que sí a Italia”, se preguntó Manu Ginóbili desde EE.UU. sin demasiado tino. Estos testimonios y otros que recogió el Corriere dello Sport giraron en torno a lo mismo. Aunque hubo compatriotas de Camoranesi que resultaron más comprensivos con la posibilidad de que se coloque la camiseta italiana. “Si Bielsa no lo ha convocado y él decidió ser italiano, debe ser respetado”, aportó Héctor Cúper, el entrenador del Inter. Hugo Sconochini, otro basquetbolista que como Ginóbili integró la Selección Argentina, fue más allá: “Puedo entender el paso que ha dado, como creo que él tenía un gran deseo de jugar por Argentina. Pero si no lo han convocado e Italia sí, ha hecho bien en aceptar jugar por los azzurri”.
Casi cuarenta y un años transcurrieron desde que el brasileño Angelo Benedicto Sormani jugara como oriundo para Italia. Fue el último que lo hizo en esa condición, el 7 de junio de 1962, durante un partido en que su equipo superó a Suiza por 3 a 0. Por entonces era tan común la situación que hoy involucra al jugador de Tandil, que Enrique Omar Sívori, Antonio Valentín Angelillo y Humberto Maschio defendieron en varias oportunidades la camiseta azul entre 1960 y 1962. Y a muy pocos se les hubiese ocurrido cuestionarlos por ese motivo.
La exacerbación de las nociones de fútbol y patria, la pelota elevada a la condición de bandera, establecen según el prisma de Tamburrini la posibilidad de lograr mediante el deporte fines más nobles para la política que los pregonados por el Duce o la dictadura argentina que asaltó el poder en 1976. Durante la Guerra Civil Española, un equipo vasco recorrió Europa tratando de recaudar fondos para sostener al gobierno constitucionalmente elegido. Argelia, mientras libró la guerra de su independencia contra Francia, formó por primera vez un seleccionado que sólo pudo enfrentar a Marruecos. En ambos casos, y con un par de décadas de diferencia, la FIFA persiguió y castigó a quienes la desafiaron con iniciativas emancipadoras como aquéllas. Aunque nada dijo la Federación cuando Mussolini y Videla organizaron con fasto sus respectivos certámenes. Sin embargo, instituyó reglas draconianas para impedir que cundieran ejemplos como los de Sívori o Maschio. Nadie que haya disputado siquiera un encuentro para su seleccionado nacional, podrá hacerlo en el futuro representando a otro país. Carlos Navarro Montoya puede dar fe cuando estaba bajo observación para integrar la Selección Argentina. Cierto partido en que defendió el arco colombiano por las eliminatorias mundialistas le restó esa posibilidad que anhelaba.
La FIFA globaliza su economía y sus dividendos, pero no hace lo propio con sus estructuras ni con sus reglamentos. Ese anacronismo le permitirá ahora a Mauro Camoranesi jugar para Italia, mal que les pese a varios de sus colegas argentinos, aunque para satisfacer al técnico Trapattoni, quien sostiene: “En muchos otros deportes, extranjeros han integrado la selección, han dado títulos y medallas a Italia y nadie ha dicho nada”. Desde otro ámbito, Tamburrini argumentó que “la gestación del sentimiento nacional exige la figura del enemigo”. Que nadie le conceda entonces esadimensión a Camoranesi, un muchacho que se hizo de abajo y sólo aspira a jugar. Con la camiseta argentina o con la azzurra que ya vistieron futbolistas muy ilustres.

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Mauro Camoranesi. tras cuatro decadas, el tandilense sera el primer extranjero en la seleccion italiana.
 
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