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Lunes, 24 de febrero de 2003

FúTBOL › TRAGICOMEDIA BELICO-FUTBOLERA CON FINAL IMPREVISIBLE

El Sub 20 bajo fuego

Mientras Joseph Blatter y Henry Kissinger se franelean sin pudor, el presidente de la FIFA ratifica que nada lo hará retroceder: se jugará sí o sí el Mundial de la categoría y será –antes o después– en los Emiratos Arabes. Un hombre de principios.

 Por Gustavo Veiga

Las imágenes se suceden de manera vertiginosa. Como en un caleidoscopio, Joseph Blatter anuncia satisfecho que la guerra en cierne por el petróleo iraquí no cambiará en lo sustancial sus planes: ni suspenderá el Mundial Sub 20 –a lo sumo se retrasará– ni se jugará en otra sede que no sean los Emiratos Arabes Unidos. A su lado, Henry Kissinger bromea: “El único cargo con el que aún sueño es el de presidente de la FIFA”. Veinticuatro horas antes, a varios miles de kilómetros de la gélida Nueva York donde departían ambos personajes, la embajada de Estados Unidos en Bogotá les negaba la visa de ingreso a EE.UU. a diecisiete de los veinte integrantes del seleccionado colombiano que intervendrá en aquel torneo juvenil. El fútbol y la política viven con mimetismo estas horas difíciles que afronta el mundo. La segunda tormenta del desierto con que amenaza George W. Bush a Saddam Hussein no tiene aún fecha cierta, pero sí el Mundial de los pibes que comenzaría el 25 de marzo, en la zona más militarizada del planeta. A no demasiados kilómetros de Bagdad, el jeque Zayed Bin Sultán Al Nahayan gobierna los Emiratos desde 1971, ocho años antes de que llegara al poder el presidente iraquí, y lo hace sin partidos políticos ni sindicatos legalizados a la vista. Cabe recordar que Argentina –el campeón sudamericano– intervendrá en el grupo B junto a España, Uzbekistán y Mali. Siempre y cuando no haya guerra, por supuesto.
Las escenas que nos entrega el fútbol globalizado son tan desproporcionadas como las fuerzas abrumadoras que lidera Estados Unidos y las armas químicas que se le atribuyen a Saddam, con misiles o probetas incluidos. Mientras el suizo Blatter recibía en el tradicional hotel Waldorf Astoria el premio American Global Award for Peace de manos del presidente de la Asociación Atlética Amateur Internacional (IAIAAA), Herbert Douglas Jr., el martes pasado, un puñado de futbolistas colombianos no podía pasar el filtro de la embajada yanqui en la capital de su país para disputar un par de amistosos. El máximo dirigente de la FIFA sonreía y escuchaba con atención a su amigo Kissinger hablar sobre esa condición universal que se le asigna al fútbol de “establecer la solidaridad entre ricos y pobres”. En ese marco, el hombre que asistió a Videla, Pinochet y otros dictadores cuando regía la política exterior norteamericana se permitió bromear sobre sus aspiraciones a ocupar el puesto del premiado. Y al tiempo que los oídos del suizo se endulzaban con frases como “nadie hizo más en 2002 por la paz y el acercamiento entre los pueblos que Joseph Blatter y la Copa Mundial de la FIFA Corea–Japón 2002”, éste repetía una vieja cantilena: “Tenemos más países miembros que los que forman la ONU, doscientos cuatro”.
En Bogotá, el día anterior, un integrante del seleccionado Sub 20, Avimiled Rivas, había comentado: “Me interrogaron sobre cuántas veces había salido del país, que si contaba con alguien en Estados Unidos y que cómo era mi familia. Les dije que vivo con mi mamá y mis hermanas, y me la negaron”. Su compañero, Johnny Acosta, agregó: “Nos preguntaron casi lo mismo: cuántos años tiene, dónde vive, cuánto gana, cuál es la motivación para volver a Colombia”. Como colofón del riguroso interrogatorio en la legación norteamericana, a diecisiete de los veinte jugadores les denegaron la visa de entrada a EE.UU. pese a que la Federación Colombiana esgrimió una carta de invitación de su par estadounidense. “Tengo en mi poder una copia de la carta que la U.S. Soccer le envió a la embajada en la que aparecen los nombres de los integrantes del equipo con su documento de identidad, solicitando que por favor se les dé la visa para que puedan cumplir con un compromiso deportivo”, le informó Oscar Astudillo, el directivo más importante del fútbol colombiano, al diario El Tiempo de Bogotá. Una situación similar les tocó sufrir a ocho jugadores de la selección mayor de Colombia cuando empataron con México en Phoenix, EE.UU., el miércoles 12 de este mes. Finalmente viajaron porque intercedió la federación de Estados Unidos, ya que en la embajada preguntaron por qué un encuentro amistoso entre colombianos y mexicanos se realizaba en la capital de Arizona. Ajeno a estas tribulaciones típicas de ciudadanos del mundo subdesarrollado, Blatter, su esposa Graziella y la comitiva que lo acompañaba cenaban como sibaritas en el corazón de Manhattan: tarta de verduras mediterráneas, pollo con queso parmesano y dacquoise de chocolate, acompañados por vinos italianos de primera calidad, describió con lujo de detalles la FIFA a través de su página web. El trofeo que recibió el bueno de Joseph pesa 25 kilos y está labrado en mármol y acero. La IAIAAA lo viene entregando desde 1993, en que se le adjudicó a Antonio Samaranch. Luego se le concedió a Nelson Mandela, Ted Turner, Kofi Annan, George Bush padre y Rudolph Giuliani sucesivamente.
Blatter, quien acaso aspira a otro premio mayor, el Nobel de la Paz que no pudo ni siquiera mirar desde lejos su antecesor, Joao Havelange, aplaudió también el progreso del fútbol en Estados Unidos, donde lo practican veinte millones de jugadores, de los que casi la mitad son mujeres. Repartió tantas flores como las que recibió y continúa sin detenerse un momento en su prédica arrolladora sobre las bondades del fútbol allí donde sobran el dinero, las cuentas bancarias y los pozos de crudo. El presidente de la FIFA tiene las espaldas bien cubiertas, aunque se produzca la guerra que los trusts petroleros norteamericanos ansían. Emiratos Arabes Unidos gastó nada menos que cinco millones y medio de dólares en la remodelación del palco real, las gradas y la sala de prensa del estadio ubicado en la ciudad deportiva Zayed, de Abu Dhabi, con capacidad para albergar a 60.000 espectadores.
Ese escenario donde los tórridos vientos del Sahara se hacen sentir no está solo. La cancha en la que podrían jugar la final del Mundial Sub 20, Fernando Cavenaghi, Carlos Tévez y el resto de los juveniles argentinos, tiene muy cerca un gimnasio para 5000 personas, piletas olímpicas, canchas de tenis y hasta una pista de hielo gigante. Además, claro está, en los Emiratos hay bases de Estados Unidos cuyas armas apuntan a Irak, el vecino hostil que los amigos de Blatter pretenden domesticar, con o sin fútbol.

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