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Lunes, 7 de julio de 2014

FúTBOL › LA PATRIA TRANSPIRADA

El último equipo del Flaco Menotti

(24 pulgadas, en reposo)

 Por Juan Sasturain

La interesantísima Costa Rica del colombiano Pinto, que hizo un Mundial desde todo punto de vista excepcional hasta caer ante Holanda en los penales, bien puede ser descripta, sin demasiada arbitrariedad, como “el último equipo del Flaco Menotti”. Y es un elogio, por si es necesario aclararlo para la gilada. El juego de Costa Rica es un ejemplo de la vigencia y validez de ciertos conceptos, más allá de los criterios ocasionales de un tiempo en que todo parece que debe tener hoy, para existir (o sea: ser vendido/usado/tirado), cierta fecha de vencimiento. Y hay cosas que no la tienen. Y son las que nos interesan.

Costa Rica no perdió ningún partido: le ganó a Uruguay, le ganó a Italia, empató con Inglaterra, empató con Grecia y empató ayer con Holanda. Pateó nueve penales en las definiciones (ganó una y perdió otra) y convirtió siete. Le echaron a un jugador por doble amarilla. Esos son los datos estadísticos, notables para un equipo fuera de los rankings internacionales, con jugadores a los que la mayoría de los espectadores conocimos recién estas semanas. Pero eso –tan llamativo– es lo de menos: lo importante es el cómo, de qué manera lo logró.

Costa Rica mantuvo una formación estable ante todos los –muy diferentes– rivales que enfrentó, y una modalidad de juego, un concepto de cómo jugar/competir al fútbol que no se modificó con el trámite ocasional de los partidos, más allá de dominar o ser dominado, de ir arriba o abajo en el marcador. Creyó en algo y lo sostuvo a rajatabla. Fue ordenado y solidario en lo colectivo (un bloque compacto y flexible a la vez), pero sobre todo sobresalió en dos conceptos cuya puesta en práctica requieren serenidad y convicción. Uno, táctico-estratégico: la defensa zonal, con la extraordinaria sincronización de una línea de fondo que siempre achicó hacia adelante y salió jugando; y dos –el fundamental– un cuidado obsesivo por el destino de la pelota. Siempre se dieron un tiempo, jamás se apuraron –y no sólo para hacer los laterales...— sino para salir jugando en cualquier lugar de la cancha. E incluso, como pasó el sábado, cuando la jerarquía y la potencia individual y colectiva del adversario los superaba, los obligaba a retroceder.

Y es en ese contexto donde se destacaron sus individualidades: el providencial Navas, el larguirucho central Giancarlo González (una de las figuras del Mundial); el lateral derecho Gamboa, los criteriosos Borges y Tejeda por el medio y las iluminaciones creativas de Bolaños por izquierda (notable pegada), del sutil flaco Bryan Ruiz (autor de un gol memorable de cachetada) y del temible negro Campbell.

El Flaco habrá sonreído con el costado libre de la boca que le deja el faso (un guiño a Cappa) ante semejante puesta en valor de principios enterrados prematuramente por los cultores del pelotazo a dividir, la segunda jugada y otras basuras a la moda nacional.

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