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Lunes, 10 de octubre de 2016

AUTOMOVILISMO Y MOTORES › SENTIDA EVOCACIóN DE JUAN GáLVEZ, NUEVE VECES CAMPEóN DEL TURISMO CARRETERA

El ganador mayor, por su hijo menor

 Por Guillermo Blanco

Ricardo era chiquito pero igual recuerda lo que ocurrió aquel viernes 1º de marzo del 63. Su padre, el más ganador del TC con nueve títulos, prefirió dejarlo dormir al hijo mayor, Juancito, a quien había prometido llevarlo a la carrera de ese fin de semana en Olavarría. “Cuando mi hermano despertó, fue al taller en la misma casa de la avenida Avellaneda en Caballito, donde vivíamos, y no vio el auto. Claro, papá ya había partido. Y ni él, ni yo ni mamá lo volveríamos a ver…”, comienza con su evocación, recordando esos momentos dramáticos, tanto que 48 horas después, el domingo 3 de marzo al mediodía, un tsunami atacó a la familia y a una afición cuya masividad se puso de manifiesto en el entierro en la Chacarita. Porteño, había nacido el 14 de febrero de 1916.

Después de que Juancito llorara porque papá no lo había llevado, sin imaginar que aquel había tomado esa decisión al verlo tan dormido, mamá Elina decidió ir con ambos en el Mercury a la casa de unos familiares en Adrogué. Y ese domingo 3, almorzando, escuchó la noticia de la muerte de su esposo en la ese de tierra en el Camino de los Chilenos cuando venía palo y palo con los Emiliozzi, a quienes Juan había doblegado en el barro que aún quedaba de la noche anterior, consciente de que en el pavimento el Ford de los Gringos de Olavarría era más veloz que el suyo.

“Nunca volvimos a la casa de Caballito, con los 100.000 pesos que mamá obtuvo por la venta del auto a David Cetra (que se mató al año siguiente en una Mar y Sierras) compró una casita cerca de la familia en Adrogué y pasamos infancia y adolescencia allí”, cuenta Ricardo con tanta precisión como que volcará esa historia tan necesaria en un libro. “Durante muchísimo tiempo cada noche tiraba una silla al piso de bronca e impotencia, aunque chiquito recuerdo todo aquello y la falta posterior de papá”, reitera lo que nos había dicho para el trabajo Tributo a los Gálvez, que quien esto escribe realizó para un especial de la revista El Gráfico en el que aportaron los colegas Diego Davico y Emiliano Espinoza, y la agrupación de los Gálvez. Ellos encontraron una tapa de la revista de 1945 en la que se muestra a papá Juan jugando a los autitos con sus dos hijos, Juan y Ricardo.

“Es curioso –reflexiona éste último–, pero los que eran hinchas de mi tío Oscar, no lo eran de Juan. Y hay tanta gente a la que sus padres les pusieron sus nombres como homenaje a ellos…”. Surge el caso de Oscar Aventín, ex piloto y presidente de la ACTC fanático del Aguilucho (apodo puesto por el periodista Pedro Fiore). Y el fenómeno llegó hasta el fútbol, ya que Ruggeri y Graciani son Oscar Alfredo por el mayor de los tres Gálvez corredores. El ganó cinco títulos (1947, 48, 53, 54 y 61) y Juan, nueve (1949, 50, 51, 52, 55, 56, 57, 58 y 60). El menor, Roberto, logró al menos vencer en una carrera, el 2 de marzo del ‘58, justo en Olavarría y cinco años antes de la muerte de su hermano.

Juan y Roberto dieron la vuelta al país en la cupé Ford haciendo la campaña presidencial de la reelección de Perón para 1952. Juan había comenzado en la actividad como acompañante de Oscar bajo el apodo de “Cito” en la primera carrera del TC, el GP de 1937 que ganó Ángel Lo Valvo (es considerada la categoría en acción más antigua del mundo), y se independizó después de una piña gigante en el Gran Premio Internacional del Norte cerca de Lima, Perú. En la séptima etapa se quedaron sin luz en un túnel entre Lima y Nazca y cayeron a un inmenso precipicio. Oscar terminó con el omóplato fracturado y Juan pidiendo ayuda los gritos… Este pudo lograr al menos tres títulos más para llegar a 12, pero dos se definieron a favor de Oscar y otro, el de 1959, de Rodolfo de Álzaga, también con Ford, marca que seguiría dominando con Dante y Torcuato Emiliozzi desde 1962 a 1965. Juan Manuel Bordeu impuso la Coloradita Chevrolet en 1966 y Eduardo Copello el Torino TC380 en 1967. Al otro lado de la parábola quedaban los títulos de Juan Manuel Fangio con su Chevrolet en 1940 y 1941, cuando nacía el duelo especial con los Gálvez.

Ricardo cuenta que estuvo a punto de perder la vida. Fue cuando niño, mirando una carrera por Pergamino desde una alcantarilla, observó cómo se le venía el auto de César Malnatti, que se había rozado con el de Traverso. “Fue terrible. Me vi la espalda manchada con la sangre de Malnatti, a quien los fierros le cortaron las piernas y murió. Volaban los pedazos de auto y atiné a tirarme de cabeza a un pozo”.

Su hermano mayor vive en Miami. “Tenemos un astillero cerca de Fort Lauderlade. En el 2001 se tomó la decisión de buscar nuevos horizontes, él ya está instalado y no vuelve más. Yo me ocupo del que tenemos en Alvear al 700, San Fernando”. Y se encuentra tan embalado con el libro que está escribiendo como su padre corriendo. “Estoy viendo editoriales, ya ajusté algunos temas estadísticos que no estaban claros sobre todos en Máquinas especiales, y me es muy útil el material de Tributo a los Gálvez”. Si uno le mira el rostro, de pronto es como si se apareciera de golpe el mismísimo Juan Gálvez, introvertido, serio, preciso en su rol de mecánico y conductor. “Me han dicho que lo más parecido a él fue Yoyo Maldonado”, dice del piloto nuevejuliense que hizo milagros con un Dodge en TC 2000 y que fuera multicampeón de autos sin techo.

Ricardo Gálvez no ceja en rescatar lo que fue su viejo en el automovilismo. Incluso lucha por recuperar la campera y el casco que usaba al morir, despedido del auto al no tener puesto el cinturón de seguridad, costumbre que tomó después de ver cómo un colega se quemaba atado en un accidente en plena carrera. Sabe quién tiene la prenda, pero no se la quiere dar. Dice que la última foto no es la del fotógrafo olavarriense Vilanova, con Juan posando delante del capot del auto azul y rojo número 5, ni la del legendario don Ricardo Alfieri para El Gráfico dando un saltito en un charco tras firmar unos autógrafos a gente que estaba detrás de un alambrado antes de largar.

Parece que acaba de aparecer un aficionado con una toma en carrera pocos metros antes del ingreso a la fatídica ese, donde hoy hay un monolito recordatorio. Allí bajaron dos aviones desde donde se transmitía parte de cada competencia, uno, un Cesna 182, con un periodista llamado Julio Ricardo, luego comentarista de fútbol e hijo de Ricardo López Pájaro, director de la revista La Cancha y fundador del Círculo de Periodistas Deportivos en Buenos Aires.

Juan ya era un mito, el que su hijo menor está tratando de revitalizar mediante un libro, con el ojo puesto en el recuerdo, con la misma paciencia con la que el legendario piloto preparaba sus motores, con la misma adrenalina y el mismo objetivo. Acaso aquel se apoyara en el pie derecho para acelerar, y su hijo mayor en la mano del mismo lado para escribir apuntes. Curioso, ése era el costado del auto desde donde se manejaba. Parecerá una ironía, pero no lo es: Juan cayó a la altura de una estancia llamada “El Olvido”, el que no ha podido vencer al más grande ganador del Turismo de Carretera.

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