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Domingo, 19 de septiembre de 2004

ANIVERSARIOS

Vida en episodios, con subtítulos de película muda

A veinticinco años de la muerte de Oscar Masotta, la editorial Edhasa ha reeditado, a modo de homenaje, sus más importantes escritos sobre arte bajo el título Revolución en el arte. A continuación, un perfil de un intelectual emblemático de la modernidad argentina, que continúa planteando las preguntas del presente.

POR ROBERTO JACOBY

De Masotta hay mucho para decir y ese exceso dificulta. Parece necesario titular su vida en fragmentos, como los cortometrajes del cine mudo (Masotta alumno perfecto, Masotta peronista, Las chifladuras de Masotta, Masotta se hace marxista, Masotta charla con Evita, Masotta profesor, Suicida, Perseguido por las chicas, Clochard, Viaja por el mundo, En el Happening, Comido por los celos, Exiliado, Semiólogo, Cleptómano, Pintor, Poeta, Analista, Papá), donde el héroe inviste una persona diferente o enfrenta una situación peculiar o disparatada, sin dejar de ser él mismo; son episodios.
Todos –algunos más, otros menos– hacemos y somos muchas cosas a la vez; la diferencia consiste en que Masotta intensificaba las parcialidades hasta conectarlas con el todo. Era capaz de hacer esos pasajes, esos contactos que producen a la vez las piezas y la máquina.
No se trata de que conservara el estilo a lo largo de sus mutaciones sino de que este estilo era, precisamente, la serie de procedimientos de mezcla, yuxtaposición, transferencia estructural, salto de niveles. También la materia sujeta a estas transformaciones debía ser necesariamente heterogénea y homogénea a la vez. Una cosa se transformaba en otra, vida en teoría, literatura en actos.
Le gustaba armar estos curiosos objetos o situaciones, mixtos, de los cuales, en calidad de fabricante y de personaje, venía a ser un elemento central, sin el cual nada funcionaba.
A simple vista, los ejemplos se multiplican en sus libros: loco, se psicoanaliza en el marxismo y se redescubre en ese Arlt que él mismo había descripto. Estructuralista, realiza happenings para demostrar, por medio de una retórica de la imagen y el sonido, que el sadismo social une a las clases concurrentes al mercado de trabajo. Teórico del psicoanálisis, prueba las propiedades estéticas de la historieta con una finalidad explicitada política y moralmente. Semiólogo de las tiras dibujadas, lanza el vaticinio de un arte desmaterializado, hecho de la conciencia post-revolucionaria del proletariado. Sordo, oye el rumor de la revolución que viene.
Este tipo de práctica tiene muy mala fama entre la gente, que suele considerar a quienes la ejercen como atorrantes, estafadores, charlatanes, muchas veces con razón. Los especialistas son más tranquilizadores, con sus métodos prefijados y sus metas consensuales establecidas. La experiencia de Masotta plantea problemas: ¿cuál es el exacto modo de operar de sus procedimientos? Qué es lo que hace que sus fabricaciones no se hundan en la nada sino que, por el contrario, sean muy interesantes y productivas? La respuesta no parece trivial; sus procedimientos son valiosos porque resumen la forma en que operan las creaciones sociales más complejas, sólo que Masotta lo hacía como comprimiéndolas en su experiencia individual.
Creo que gran parte del atractivo –a veces muy intenso– que ejercía Masotta sobre un sector de los intelectuales y artistas (no sólo aquí sino en Europa y Estados Unidos) se debe a que transmitía la sensación de poseer el secreto o la magia de la invención o el descubrimiento, la cualidad de mezclar lo impensado de modo no arbitrario, combinando azar y necesidad.
Los cambios de título de cada episodio tienen su importancia porque van marcando una deriva. En otro sentido, son un poco casuales, obligados por esa necesidad que tiene el mercado de andar poniéndole a cada cosa una marca. Para existir en el mercado intelectual, Masotta usaba un poco esos emblemas y mientras tanto seguía haciendo lo que creía que estaba bien.
La forma de determinar aquello que “estaba bien” dependía, a mi entender, de una especie de ética-estética, a la manera griega clásica. Él se mira siendo y haciendo, pensando y escribiendo, cambiando y perseverando. Nunca es totalmente espontáneo, detesta esa ilusión. Su preocupación por elanálisis es autoanálisis, por la conciencia es autoconciencia, por la crítica es su propio estilo. Se modela.
Por todas partes deja instrucciones acerca de cómo deben ser interpretados sus movimientos significativos: va escribiendo su biografía como si lo hiciera otro, facilitando la tarea, diríamos. Pero también de esto es consciente. Hace una novela de su vida. También he pensado que a veces se comportaba de manera literaria o experimental, como un artista que crea efectos, deliberadamente, para iluminar. Estos juegos son muy característicos. Hay una clave que Masotta entrega en sus textos y que explicaría estas inquietudes, esa incomodidad y este dinamismo: la ilegitimidad. En su léxico, esta noción refiere a la forma específica de la alienación de la clase media, cuya posición social es precaria, impostada, mentirosa, sin futuro y, por último, traidora. La teoría –la marxista, piensa Masotta en la década del ‘60– es una especie de control en el ejercicio de “curarse de ilegitimidad”. Y esto significa hacerse un programa científico, una moral, una estética, un lugar, histórica y socialmente fundados.
Una cita sobre ilegítimos, los personajes de Arlt: “Estos apestados que pasan de alienación en alienación, que separan la conciencia del cuerpo para obligar a otros a vivir las miserias del cuerpo mientras ellos se confinan en las miserias de la conciencia pura, sueñan, como nosotros, en un tiempo en que los hombres podrían encontrarse entre sí en una relación abierta que pasara por los cuerpos, donde el cuerpo no fuera el instrumento del extrañamiento de sí mismo en el otro sino el vehículo de la relación auténtica de cada uno consigo mismo y con cada uno de todos los otros y con todos los otros”.
Puestos a citar, hay muchos fragmentos de Masotta que cuestan ser dados a la prensa: parecen censurables, son demasiado esperanzados. Tienen el aire de la utopía. Quizás habría que quemarlos. O quizás habría que matar a Masotta. Pero Masotta ya está muerto desde 1979. Masotta, una baja.

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