libros

Lunes, 17 de junio de 2002

ENTREVISTA

La generosidad del género

El calígrafo de Voltaire de Pablo de Santis (Buenos Aires, 2002) parte de una trama que abreva igualmente del policial y el gótico para incribirse en un espacio, la literatura argentina, donde no existe, según el autor, desdén por los géneros.

POR JONATHAN ROVNER

Pablo de Santis nació en Buenos Aires en 1962. Una casa del barrio de Flores repleta de libros fue el espacio de sus primeras lecturas y, ya a la edad de doce años, De Santis escribía sus primeros libritos de cuentos, en los que imitaba a Bradbury hasta con la diagramación y la tipografía de las ediciones de Minotauro. Estudió Letras en la UBA, trabajó de periodista en Radiolandia y en el diario Sur, fue jefe de redacción de la revista Fierro. Daniel Divinsky (Ediciones de la Flor) le publicó su primera novela, El palacio de la noche, en 1987. Hoy, sus novelas publicadas ya son más de diez y De Santis sigue siendo un comprador compulsivo de libros, un fanático del silencio que pasa las horas perdiéndose en las librerías de viejo. Todavía escribe la mayor parte de sus novelas a mano. Su última novela, casualmente titulada El calígrafo de Voltaire, intenta reconstruir y recorrer el mundo de la caligrafía, reconstruyendo una época en la que según el propio Dalessius, personaje y narrador, “todo lo que sirve para escribir, también sirve para matar”.
Calígrafos y verdugos que disputan secretos y poderes a clérigos corruptos, y paranoicos fabricantes de autómatas. Así es el mundo que De Santis reconstruye para dar lugar a una trama que no puede evitar reflexionar sobre la escritura, hasta el punto de que parece estar hablando de otra cosa. “Siempre hay un momento en que el calígrafo renuncia al significado de las palabras para ocuparse sólo de su disfraz, y reclama para sí el derecho a no saber nada, a no entender nada, a dibujar serenamente una incomprensible lengua extranjera”, dice Dalessius. De Santis, en cambio, aclara: “Me interesaba la idea de hacer una trama con algo tan quieto y desprovisto de avatares como es el acto de escribir. Escribir es algo sobre lo que se pueden decir mucho más cuando aquello que se está escribiendo queda en un paréntesis”.
En la novela, Dalessius, el calígrafo de Voltaire, es un espía que se infiltra en el palacio donde los dominicos tienen encerrado a Silas Darel, el gran maestro de las ciencias ocultas de la caligrafía, un ser tan temible como venerable, que escribe la historia del futuro con la sangre de sus enemigos. El mismo palacio donde, gracias a las artes del fabricante de autómatas Von Knepper, los dominicos guardan bajo mil llaves el secreto del obispo de París. De Santis construye la trama de sus novelas con una precisión de relojería que es más propia de los juegos: “No me gusta la presunción de superficialidad que pesa sobre el juego -dice De Santis–, no obstante debo reconocer que la literatura comparte con los juegos cierta relación con lo simbólico. La literatura también tiene reglas. El tema es que, en la literatura, las reglas muchas veces pueden ser secretas y muchas veces el secreto es que las reglas de la literatura pueden cambiar a lo largo de un mismo relato, de una misma obra. A menudo uno las va descubriendo a medida que avanza”.
Es verdad que El calígrafo de Voltaire parece una novela ajena a los ajetreos de la cotidianidad argentina. Confiesa De Santis: “Para mí, siempre ha sido imposible escribir sobre la realidad inmediata. Si bien incluso puedo volcar la propia experiencia sobre mis relatos, se me hace necesario dejar que esa experiencia decante para que pueda convertirse en materia narrativa. Tengo que poder imaginarme un mundo y tener una idea de la trama. Una trama que cierre, que tenga un final. Esta novela es un poco más abierta. Tengo una idea un poco clásica de la literatura. Tomé a Voltaire más como la leyenda que como el dato histórico, porque me resultaba atractiva la leyenda de alguien muy influyente en una ciudad a la que no podía entrar. La verdad es que no lo elegí por su literatura. Más bien fue por un libro sobre Kafka, en el que aparece un cuadro que al parecer le gustaba mucho a Kafka, de un pintor cuyo nombre no retuve, que presenta a Voltaire saliendo de la cama, y ya desde ese momento dictándole a su secretario. Mi interés en ese cuadro era la puesta de manifiesto de esa separación entre el acto de escribir y el contenido de lo que se está escribiendo”.
Con mucho de novela policial y algo, muy poco, de la historia de la Revolución Francesa, y bastante de eso que el propio De Santis llama “el gótico”, el clima que termina logrando en El calígrafo de Voltaire es, además de lúdico, bastante oscuro. Como si una multiplicidad de lógicas distintas se disputaran una misma materia narrativa. Explica De Santis: “Lo que yo intento es combinar los géneros. Aprecio la literatura de género y entiendo que en la Argentina ocupa un lugar central. Todos los grandes escritores argentinos están de alguna manera marcados por el policial. Si te fijás, la literatura norteamericana es muy diferente en ese sentido: allí los géneros funcionan realmente como otra cosa. Para nosotros, por suerte, los géneros no se han separado de la producción literaria ni de la experimentación estética. Muy por el contrario, constituyen una marca de identidad con la que yo no puedo dejar de trabajar”.
En efecto, de todas las adscripciones de género con las que El calígrafo de Voltaire juega, la única que permanece verificable e incontrovertible es precisamente la más lejana al mundo de lo que la novela narra, esto es: la literatura argentina.

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