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Lunes, 17 de junio de 2002

EN EL QUIOSCO › RESEÑAS

El gran dictador

MUSSOLINI
Denis Mack Smith
Fondo de Cultura Económica
Madrid, 2001
520 págs.

POR SERGIO DI NUCCI

A los varones angloamericanos adultos ningún canal de cable les gusta más que el History Channel, si hay que confiar en algunas encuestas. Una señal a la que otros ridiculizan como Hitler Channel, por su reiterativa obsesión con el canciller que gobernó Alemania entre 1933 y 1945. Sólo mucho después del Führer sigue el interés por Benito Mussolini (1883-1945), quien fue –según apunta Denis Mack Smith en esta sagaz y legible biografía política– el padre y fundador de ese fascismo triunfante en 1922 que está en el origen del nazismo.
Hace poco fue denunciada la tendencia de muchos historiadores que surten a ese canal histórico y hitleriano de acudir a “negros” o ghost-writers. O de recurrir, directamente, al plagio (más barato, aun cuando el plagiario sea descubierto). Tanta es la demanda por las biografías y otras narraciones de los antihéroes de la Segunda Guerra Mundial. Adolf Hitler y Mussolini representan lo que Lucifer en la tradición, la serpiente en el Paraíso, la negación en la dialéctica: el elemento de contraste sin el cual parecería sin gracia el triunfo y demasiado blanco lo blanco. Mack Smith sabe todo esto, y sabe colmar esas expectativas sin haber escrito acuciado por saciarlas.
Al menos hasta el boom económico de 1958, Italia era para los estudiosos angloamericanos un país del Tercer Mundo, que a lo único que no había llegado tarde era al fascismo. Con los años de plomo, estos estudiosos insistieron en que su perspectiva seguía sin ser desacertada. Esta “biografía política” de Mack Smith publicada por primera vez en 1981 confirma el prejuicio, o el punto de vista. Su autor delimita su tema y su método con claridad, y a los lectores de esta obra titulada con un apellido les anuncia que no leerán en ella una historia general europea ni italiana durante el período, ni una revisión, por sumaria que fuera, del fascismo. Sólo importa cómo il Duce llegó a tal, cómo logró abrirse paso en el complejo (para Mack Smith también pintoresco) sistema político italiano de la primera posguerra, cómo estableció un Estado único de bases corporativas, cómo cayó después de más de dos décadas en el poder.
En el campo del nazismo y el fascismo, sobre los que tanto se escribe, la competencia es feroz, más allá de las repeticiones en los materiales comunes a unos y otros historiadores. Mack Smith encuentra “sustanciosa” la monumental biografía redactada por Renzo de Felice, y publicada en numerosos tomos, pero también la juzga “no siempre suficientemente crítica”. En sus mejores partes, Mack Smith está a la altura de De Felice; en las restantes sería difícil decir que lo supera. Faltan en Mussolini un análisis sutil de la ideología fascista, de cómo el Estado corporativo devino casi naturalmente en imperialista neo-romano y colonial, de las políticas sociales y culturales, de todo aquello que garantizó la adhesión mayoritaria de la ciudadanía italiana, de la complicidad mussoliniana con el Holocausto. Tampoco hay una crítica del concepto de “totalitarismo”. Pero es injusto acusar a una biografía política por no ser más que eso que quiere ser.
Quienes hayan visto el film Un día particular (1977) de Ettore Scola tendrán una comprensión inmediata, pero sintética, de cómo Mussolini”modelizaba” los géneros y las sexualidades, el amor y la domesticidad, los deportes y la lengua coloquial, las manualidades y la Fuerza Aérea: qué se puede hacer y qué no, qué palabras se deben decir y cuáles hay que evitar, qué se puede hacer pero nunca decir. Después de todo, Mack Smith había advertido que su énfasis no era la vida cotidiana ni la sociedad sino la política. Ha leído los mejores libros (como el excelente de Philip Cannistraro, La fabbrica del consenso), y es también excelente al explicar cómo se construyó el apoyo institucional a Mussolini. Un consenso que se extendía a aquellos rincones que gustan proclamarse como abanderados del disenso: menos del uno por ciento de los docentes universitarios rehusó jurar su fidelidad a la infalibilidad del Duce.

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