Domingo, 13 de noviembre de 2005 | Hoy
GUNTHER PLüSCHOW: "SOBRE LA TIERRA DEL FUEGO"
Un relato de aventuras alejado de la tentación imperial.
Por Jorge Pinedo
Sobre la Tierra del Fuego
Gunther Plüschow
Simurg
270 páginas.
En enero de 1931 un moderno biplano Heinkel se precipita en las aguas del brazo sur del Lago Argentino. Gunther Plüschow, el piloto, cae con el aparato mientras su tripulante logra arrojarse en paracaídas para apenas sobrevivir unos minutos más en esas heladas aguas. Aventura que podría rastrearse hacia los originarios fantasmas que más de tres décadas antes depositaron en las narices del joven Gunther la foto de un crucero alemán delante de un glaciar enmarcado en una frondosa selva: Tierra del Fuego. Luego la Primera Guerra Mundial halla a Plüschow militarizado, prisionero, escapado de un campo, escritor de un libro sobre sus peripecias, seiscientos mil (¡!) ejemplares vendidos, fundador de una compañía aérea que luego sería Lufthansa y, finalmente, en 1927 a bordo de la goleta que lleva el nombre del paraje de sus sueños, Feuerland, a través del Atlántico, recorriendo la costa del Brasil, pasando por Buenos Aires y recalando finalmente en los canales más australes del orbe.
Más de medio libro se despliega en esa azarosa travesía a vela realizada con elementos más rudimentarios de los que ofertaba la tecnología de la época, para arribar a aquellas bajas latitudes y encaramarse sobre otra nave, aérea esta vez, y explorar esa jaculatoria de natura que va de la Patagonia al Cabo de Hornos. ¿Por qué un aventurero alemán de entreguerras, rico y famoso, persevera por todos los medios posibles en arriesgar su vida, hasta perderla, en latitudes ignotas y bajo condiciones más que adversas? Más de dos centenares y medio de páginas testimonian semejante devoción y a cada párrafo una respuesta se suma a otra. Sin ambiciones literarias, con el manifiesto propósito de poner en práctica una épica capaz de atrapar lectores de sus artículos y espectadores para sus films que financien más peripecias, Plüschow instala una vaga Ciencia en el lugar de la musa, junto a un certero espíritu de descubridor. “¡Qué deliciosa sensación se experimenta al posar los ojos sobre algo que, desde la creación del mundo, había permanecido en el misterio, siempre cubierto y vedado a la mirada humana!”, se regodea el autor al dar por sentada la equivalencia de “humana” con “europea”, al modo de un Rosas o un Roca predadores de un desierto poblado de indios. “Sólo la posibilidad de poder encontrarme con un europeo me hace olvidar el terrible cansancio”, relanza al modo de resolución de la dicotomía de la época: naturaleza/cultura; barbarie/civilización.
Si pudiera llamarse inocencia, en el relato de aventura, en la narración del descubrimiento florecen figuras deliciosas regadas por un etnocentrismo casi naïf. Como cuando tras haber superado la cumbre del cerro Paine, el fervor se hace animismo: “Presa de cólera, juzgando, sin duda, como inconcebible osadía de nuestra parte el habernos atrevido a venir volando hasta él, para vencerle, para arrancarle los misterios que su ignorado seno encierra, nos envía por lo pronto sus aullantes y poderosos bufidos huracanados”.
Marcado por la época, Sobre la Tierra del Fuego constituye uno de los últimos grandes relatos de viajero apartado de codicias imperiales, paradojal, humilde en la farragosa odisea de cumplir con el deseo.
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