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Domingo, 18 de febrero de 2007

RESCATES: SENECTUD, DE ITALO SVEVO

“Senectud”, de Italo Svevo

 Por Mauro Libertella

La de Italo Svevo es la clásica postal del tipo que ha quemado las barcas por la literatura y que ha sufrido casi hasta la locura el poco o nulo reconocimiento de sus contemporáneos. Pero la literatura paga póstumamente, y sobre la figura de Svevo caen hoy sentencias solemnes e implacables, reconociendo en él a uno de los artífices y precursores de lo que es la novela como hoy la conocemos.

Contemporáneo de sus compatriotas Salgari y Pirandello, Svevo nació en Trieste en 1861 con el nombre de Ettore Schimtz. Su primera formación data de allí mismo, en esa ciudad italiana que por aquel entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. A los 12 años lo mandan a Baviera para aprender la lengua alemana, que en aquel momento era imprescindible si se quería ascender a cierto status social. Estuvo allí cinco años, y de los dos últimos ha sobrevivido un diario que escribió su hermano Elio, y a partir del cual sus biógrafos han podido rearmar el mapa de lecturas de Svevo durante aquellos años: Shakespeare, Richter, Turgueniev. De vuelta en Trieste, el panorama se le figuró sombrío. La cristalería de su padre estaba en bancarrota, y Svevo tuvo que dejar los estudios y pedir trabajo en un banco. Muchos ven ahí el punto de inflexión, ese quiebre en el que Svevo aceptó la literatura como destino, y se sumergió a ella lentamente pero sin trastabillar. En 1892 muere su padre y ese mismo año Svevo se costea la edición de su primera novela, Una vida. La crítica se limitó a emitir un elocuente silencio. Sin embargo, la vida seguía, y en 1898 publicó Senilità. Esta vez, el silencio de la crítica y los círculos literarios se expandió como una sombra espesa que terminó por sumirlo en las tinieblas, y decidió dejar la literatura para siempre. Años después, Svevo escribiría: “Me resigné ante aquel juicio tan unánime (no existe unanimidad más perfecta que la del silencio), y durante 25 años me abstuve de escribir”.

Pero no fueron años muertos. Su cuñado Bruno se estaba psicoanalizando en Viena con un tal doctor Freud, y los relatos de aquellos experimentos fascinaron a Svevo. Leyó todo lo que pudo sobre el psicoanálisis, y junto a su sobrino tradujo La interpretación de los sueños. En 1907, decidió tomar clases de inglés en su pueblo, y entabló una amistad muy cerrada con su profesor, un exiliado de nombre James Joyce. Joyce leyó los escritos de Svevo y lo intimó a no dejar la escritura, recomendándole incorporar sus preocupaciones psicoanalíticas en su literatura. Su siguiente novela fue La conciencia de Zeno, signada por sus vastas lecturas en psicoanálisis y por las enseñanzas formales de Joyce, y ahora sí la crítica respondió con algo parecido al fervor. Pero el reconocimiento le duró poco, porque al tiempo Svevo fue atropellado por un auto y murió. Joyce se encargó de que sus libros se tradujeran y se leyeran a lo largo y ancho del mundo occidental y, como se dice, todo el resto es literatura.

Senectud fue traducido por Carmen Martín Gaite hace 25 años, y ahora se rescata en una edición de Acantilado. La traducción es buena, porque la española entendió bien la cadencia fluida pero profunda de la prosa de Svevo, aunque el título adolece de cierta contractura impronunciable. Con claras pinceladas autobiográficas, Svevo armó la historia de un hombre de 35 años que ha escrito una novela que despertó ningún interés en la crítica, y entonces se dedica a la vida burocrática hasta que conoce a una mujer. Empieza allí una extraña y obsesiva relación amorosa que surca todo el libro. Como padre de la literatura de indagación psicológica, La conciencia de Zeno probablemente sea su obra más importante, y quizás haya que leer Senectud como un puente, en ese extraño e imprescindible pase de la novela del siglo XIX a la narrativa del siglo XX. Sin dudas, Svevo no es Joyce: sus límites formales son infinitamente más estrechos, su revolución es menor. Tampoco es Kafka: su indagación del hombre solitario puesto en el mundo es menos intensa y menos exacta. Habrá que leer a Svevo desde otra tradición, como si aquel autor algo marginal de Trieste hubiera compuesto una obra sutil y segura, y que a lo largo del siglo se fue acomodando como un clásico en miniatura de una literatura desplazada.

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