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Domingo, 21 de octubre de 2007

MADRES

Mirá, ma

Madre no hay una sola, sobre todo en tiempos de diversidad y retorno del cuento a la arena editorial.

 Por Jorge Pinedo


Madres por madres
VVAA

Emecé
220 páginas.

Acorralada por el saber vulgar a un instinto mamífero, la maternidad humana se desprende de la naturaleza para tornarse diversidad en la cultura. La oportunidad marketinera que les consagra a las madres un día ad hoc genera productos de calidad disímil, a partir de los cuales se observan los múltiples matices que las maternidades –ahora sí, en plural– logran adoptar. Variaciones que se transparentan en las diversas escrituras, de las cuales la antología Madres por madres reunida por Graciela Gliemmo constituye un ejemplo de alto nivel literario, expresado en el marco de la reconfortante resurrección del género cuento que despabila la industria local. Dieciocho autoras hispanoamericanas esgrimen estilos tan diferentes como eficaces a la hora de plasmar ese vínculo tan vasto como es la dialéctica entre las madres y su prole, más allá del azar de que las autoras hayan parido de su vientre, o no.

En tono íntimo, Angeles Mastretta desenvuelve "la preñez, que es de por vida", en tanto Inés Fernández Moreno se aparta de cualquier costumbrismo a fin de pintar el desprendimiento y Susana Silvestre matiza la melancolía de una madre octogenaria con un hermano cantor. Por su parte, Pilar Mañas Lahoz asume con éxito la voz del hijo varón congraciado con una madre deseante, mientras que la siempre desopilante Angélica Gorodischer demuestra que madre no hay una sola, multiplicándola en Patria, Natura, Santa, Eva, perla, madrépora, la del Borrego, la redundante Alma Mater, entre otras.

Una hija adoptada, millonaria y lesbiana pone tensión al relato sutil de Marvel Moreno mediante un esmero por la palabra semejante al de Andrea Blanqué en la historia de dos hijas que intercambian los escritos de sus progenitoras. Con el cuidado que la caracteriza al recrear lenguajes, Hebe Uhart ahonda sin sordidez las vicisitudes de los migrantes internos. Con su prosa de filigrana, la inmensa Silvina Ocampo desanda la pesquisa infantil acerca de cómo llegan los niños al mundo, en contraste con el naturalismo de Silvia Molina que narra el legado de frustraciones de una generación a otra. Cierre triunfal el de Ana María Shua que logra un auténtico relato de terror doméstico donde los infantes adquieren ribetes monstruosos en una trama que oscila entre el humor y la pavura. De menor aliento, los relatos de Guadalupe Loaeza y María Fasce grafican, respectivamente, cómo la tilinguería florece en tierra azteca y de qué manera ese modismo autorreferencial de los ochenta impide el desarrollo de una historia cuando los personajes "hacen el amor" en detrimento de cualquier pasión.

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