libros

Domingo, 15 de septiembre de 2002

RESEñAS

En el corazón de junio

Dos veces junio
Martín Kohan
Sudamericana
Buenos Aires, 2002
190 págs.

 Por Laura Isola

“Hasta septiembre no hubo niños en Auschwitz: se los asfixiaba con gas a su llegada. Después de esa fecha (septiembre de 1944) empezaron a llegar familias enteras de polacos, arrestados por casualidad durante la insurrección de Varsovia: y ésos fueron tatuados todos, incluidos los recién nacidos.” Debemos semejantes precisiones a Primo Levi, que en Los hundidos y los salvados (1989) ofreció una insoslayable reflexión sobre los campos de exterminio. La cita serviría, además, avant la lettre, como respuesta a la escalofriante pregunta “¿A partir de que edad se puede empesar a torturar a un niño?”. De este modo, con las afrentosas faltas de ortografía, encontramos la pregunta escrita en el comienzo de Dos veces junio, la última novela de Martín Kohan. A su vez, la pregunta está nuevamente escrita en una hoja de cuaderno que está al lado del teléfono sobre una mesa de una oficina de una dependencia militar.
Quien encuentra la nota es un conscripto, pero no es quien ha tomado el mensaje y las faltas de ortografía le resultan más irritante que el significado de las palabras. Sí, es una pregunta real y concreta que necesitan que responda el doctor Mesiano, un médico militar de la dictadura. El que urge la consulta técnica es el doctor Padilla, del Centro Malvinas de Quilmes. El problema, seguramente, una embarazada a punto de parir. El marco y ambiente en que se preguntan esas cosas: junio de 1978, pleno Mundial de Fútbol.
Intercalando la historia del conscripto, chofer del doctor Mesiano, con el relato sesgado de la tortura a la embarazada en el centro clandestino de detención, se va trenzando una única historia que basa su intensidad justamente en la deliberada intermitencia. A su vez, estas dos historias son “interrumpidas” por microrrelatos que suenan a tácticas de juego futbolístico, lo suficientemente crípticas y enrevesadas para simular ser tácticas militares. Una ambigüedad sospechosa que se define por la primera de esas acciones, avanzada la novela.
La segunda parte, el segundo junio, es 1982, el otro mundial de finales de la dictadura. El ocaso del “Proceso” deja reconstruir cierta trama histórica como quien junta las piezas de un rompecabezas macabro. Pero este mismo contenido ya fue contado otras veces. Son muchas las historias que tienen a la dictadura y sus aberraciones como referente inmediato y la representación realista fue la respuesta estética para narrar el horror. Lo que vuelve singular a la novela de Kohan no es tanto el contenido sino la forma (lo que va de una estructura que articula el relato hasta la elección de un tono, que modula los decibeles en los que se deberá contar). Muy lejos del panfleto y de la historia fáctica, el autor de Los cautivos sabe que tiene que fundar un modo original para contar estos hechos. Lo aberrante y lo abyecto debe tener una lengua para ser narrado, después de tantos años de enmudecer en las bocas de los hombres. Martín Kohan da con esa escritura, por lo que su novela es un testimonio de esos tiempos sin ser en rigor testimonial. Es reflejo menos de “lo que pasaba” en términos de datos que de la fractura de los cuerpos, los fragmentos sociales, las cosas rotas y a medias, las voces truncas y las vidas segadas.
Eso es lo que se escribe con palabras limpias y secas, que cuentan los desvíos para dar en el centro de un espíritu de época. En el armado de lanovela los números se vuelven armas políticas. Los capítulos se llaman con números y el verbo contar se desnuda en su más cruda acepción. Hay números de una, de dos y de tres cifras, hay fechas como títulos de los capítulos. Hay una embarazada, y luego parturienta, que cuenta segundos, que se hacen minutos y horas y días y meses para distraerse de la muerte. “Nadie da la vida por el sistema métrico decimal”, dijo una vez Sabato explicando por qué la literatura sería una causa más noble que la matemática. Dos veces junio, a contrapelo de esta idea, utiliza la precisión matemática para dar cuenta de la pasión literaria.

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