libros

Domingo, 6 de julio de 2008

MEYER

Después del apartheid

Un policial africano plantea algunos problemas similares al argentino y trae un paisaje novedoso para el género.

 Por Sergio Kiernan


Sombras del pasado
Deon Meyer

RBA Serie Negra
364 páginas

En Africa hay jirafas, conflictos tribales, dictadores de espanto y hambrunas. No hay, en superficie, demasiada literatura y la que más suena investiga injusticias coloniales o modernas. Es por eso que a primera vista resulta una curiosidad que también hay policiales: Deon Meyer es un afrikaaner que los escribe en inglés, los ambienta en su Ciudad del Cabo natal y revela al que sepa mirar un par de cosas de su país y su continente. Sudáfrica comparte con Argentina un problema para generar literatura policial: la cana de allá también andaba de picana. Por décadas, la fuerza era una herramienta de control social que reproducía para adentro las reglas del apartheid, con una tropa negra mal paga y perrera bajo las órdenes de suboficiales y oficiales boer. Los argentinos resolvieron el problema con un elenco de detectives privados e inspectores retirados, cosa de no hablar solamente de coimas y apremios, o se pusieron metafísicos con novelas realistas y reveladoras. Curiosamente, Rodolfo Walsh fue el último en tomarse en serio el policial deductivo.

En Sudáfrica la cosa fue para otro lado, porque en ese extraño país el Estado siempre funcionó mejor que por aquí y siempre tuvo islas de eficiencia y hasta de honestidad. Por ejemplo, una en que la cana tenía una división homicidios que podía investigar un caso y resolverlo por derecha, sobre todo si la víctima era blanca.

Sombras del pasado, un “thriller africano” es el título español de Muerto antes de morir y como abre una serie, es un libro que se demora en presentaciones. Mat Joubert es un capitán de la policía sudafricana, que sigue siendo unitaria –no hay policías provinciales– y militarizada. Joubert es un boer de mediana edad, que piensa y cuenta en afrikaans, y se encuentra en la curiosa posición de empezar de nuevo en “la nueva Sudáfrica”. Recién asume Mandela y todo el país se está acostumbrando a dejar de ser racista y la urgencia política de que todo sea eficiente, necesidad política de un gobierno que se sabe observado.

Meyer mete a su Joubert en este lío, versión policial, pintando con realismo una mezcla de personajes típicos del género y otros muy del lugar. Por ejemplo, el brillante retrato del nuevo coronel de policía, negro y criado en el exilio, con títulos británicos de criminología pero sin un sólo día de calle y uniforme. El capitán lleva una piedra encima, la de ser viudo de una colega asesinada durante una operación encubierta. Joubert hasta escuchó la grabación en la que el traficante sospecha y mata a su mujer, error que le deja la duda de si parte del rol de ella era encamarse con el sospechoso. Pero el nuevo coronel comienza a apretar cuando aparece una cadena de asesinatos peculiares, con marcas que a veces se repiten y a veces no. Joubert sospecha que tiene un asesino en serie, su jefe le cita teorías que no, flota la posibilidad de que exista un lado político.

En el camino, Joubert interna a un colega bebedor, conoce a una mujer que le da ganas de vestirse un poco mejor y recorre la gloriosa geografía del Cabo, del Jardín de la Compañía a Sea Point, del Waterkant a los Cape Flats, cruzando y recruzando Table Mountain por un kloof u otro, metiendo la nariz en False Bay y Green Point. Es una ciudad nueva para el universo policial y un agregado muy bienvenido, pese a la traducción de a momentos ridícula.

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