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Domingo, 27 de julio de 2008

URDAPILLETA

Me quieren volver loca

Alejandro Urdapilleta publica de vez en cuando, pero sus libros logran un alto impacto. Entre la lírica y la risa, entre los mitos griegos y la señora con ruleros, el grotesco y el delirio iluminan un punto de vista totalmente original.

 Por Ezequiel Acuña


La Poséida
Alejandro Urdapilleta

Adriana Hidalgo

Intentar contar el argumento de La Poséida resultaría tan imposible como inútil. Y no es que el texto carezca de historia, de acción o personajes – más bien los hay en abundancia–, pero no se ganaría demasiado con encerrar los acontecimientos del relato para decir: acá pasa esto. Sobre todo porque uno no sabe del todo bien qué es lo que sucede en La Poséida o, mejor dicho, cómo es que sucede. Para leer el último libro de Alejando Urdapilleta es recomendable hacerlo en voz alta: a los gritos o en un susurro inconsciente, con gesticulación y parafernalia o sin demasiado énfasis, respetando al pie de la letra la prolija y vertiginosa gramática o alterándola con cada error de pronunciación. En definitiva, lo que importa es leerlo y escucharlo al mismo tiempo para no perder el ritmo de esa voz incesante y posesa que acapara el texto como un monólogo entre la prosa y la poesía. Una voz de la locura y la niñez a la que vale la pena prestar también oídos.

Urdapilleta no busca la palabra justa, no persigue un estilo –quizás ése sea su mejor estilo–, escribe como quien se habla a sí mismo desde otra voz, más ronca y caótica. En este caso, la voz le pertenece a una actriz delirante que se autoproclama Emperatriz, encerrada y condenada por exagerar al actuar, según se dice sobre el personaje.

“Al llegar a la ciudad, la poca gente que encontrábamos en las calles se detenía para mirarnos. Yo iba con una enorme cola azul, que había sido bandera, ensangrentada en una batalla, con los pechos al aire, una pollera muy ceñida hasta los tobillos de color carmesí, y en el cuello tenía innumerables collares fabricados con alambres y llaves colgando. Como tocado colgaba de mi cabello una larguísima rama de sauce”. La habilidad de Urdapilleta reside en saltar del reino de la seriedad a la locura, de la sobriedad al delirio, ida y vuelta, como si un paso, unos pocos centímetros, separaran un mundo de otro. Y entonces la exageración en la actuación, en el monologo, o en la escritura misma, la exageración de la palabra se vuelve grotesca, graciosa y horrible al mismo tiempo.

No hace falta pensarlo demasiado, La Poséida se presenta como una revelación, sobre todo si se tiene en cuenta que no abundan hoy en día los textos literarios serios que sean, sin contradicción alguna, divertidos en la misma medida. De allí resultaría, en todo caso, cierta afinidad con la obra de Copi, con el delirio profano y la violencia cómica. La ficción de Urdapilleta es una ficción del grotesco, de la humorada monstruosa y el niño violento, los monstruos bailando por las páginas, la repulsión neutralizada a su vez por un humor consistente, ni ácido ni negro, simplemente dilatador, renovador.

La Poséida es el tercer libro de Alejando Urdapilleta. Primero fue Vagones transportan humo (2000), donde se agrupaban tanto textos inéditos como machetes y guiones de su época en el teatro under, textos propios escritos, según afirma, en cuadernos Rivadavia que guarda sin ninguna pretensión en un baúl. De la misma fuente proviene Legión Re-ligión. Las 13 oraciones (2007), y así también La Poséida. Ahí –en el libro y tal vez en los cuadernos– está todo: los mitos griegos, la señora con ruleros, el teatro clásico, el barrio, la política, la argentinidad y el latín. La Poséida es una mixtura de todas esas posibilidades que se concentran en la voz de la actriz emperatriz loca, delirante, ficcional. Resuena de fondo una guerra, la religión aparece aplastada y surge de lo profano otra nueva religiosidad. Se muere, se mata y se come de la misma manera. La realidad, cruda, se condensa en fragmentos y se disuelve en el desorden, en la poesía y el juego. La Poséida puede ser todo y seguirá siendo ficción, invención, como una literatura infantil depravada y sexualizada. Una ficción sólida que presenta la realidad vuelta locura en un lenguaje poseído por la imaginación.

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Imagen: Gustavo Mujica
 
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