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Domingo, 29 de diciembre de 2002

RESEñAS

La selva Lacandona

LITERAL 1973-1977
Héctor Libertella (comp.)

Santiago Arcos Editor, 2002
152 págs.

POR ARIEL SCHETTINI
La revista Literal representa el cenit de la relación entre literatura y psicoanálisis en la Argentina. Sus tres números bianuales compendian la mejor literatura y la mejor crítica que se haya desarrollado después de Masotta desde la perspectiva psicoanalítica.
Creada por algunos discípulos de Masotta y por lectores ávidos de Lacan (Germán García, Osvaldo Lamborghini, Luis Gusman y otros), la revista fue y sigue siendo uno de los referentes de esa cultura que irrumpió en la década del setenta y se popularizó a principios de los años ochenta. La revista en la que se cruzaban la crítica y la literatura a partir de la mirada clínica es también uno de los últimos fenómenos de vanguardia en la Argentina, con su práctica de la literatura ligada a las declaraciones y manifiestos, la experimentación de los límites y el desarrollo de una teoría de los propios textos.
Como no podía ser de otro modo, estos escritores de vanguardia también habían elegido sus precursores: Macedonio Fernández y Lacan son los nombres indiscutibles y referentes continuos de casi todas las notas, ficciones y poemas. Del cruce de ambos tomaron, más allá de una metafísica o una filosofía del arte, un estilo de escritura que les permitió reivindicar el estilo barroco y el hermetismo en la poesía.
Pero no solamente tomaron eso de Macedonio Fernández. También llevaron a cabo una lectura de su obra que, para el momento, fue un hito porque permitió leer a Macedonio Fernández como un escritor autónomo, separado de la obra de Borges, y lo ubicó históricamente como el primer escritor de vanguardia argentina. Es porque existió la revista Literal (y el libro de uno de sus directores, Germán García, Macedonio Fernández. La escritura en objeto) que ahora podemos leer al creador de Elena Bellamuerte como un escritor fundante de toda la literatura argentina del siglo XX.
De su otro precursor, Lacan, los de Literal aprendieron un modo desprejuiciado de leer “literalmente”, un modo de escuchar y de operar sobre un texto. Eran los años setenta y el estructuralismo era la última palabra en las ciencias humanas. La lectura que los franceses habían desplegado a partir del concepto de lengua de Saussure parecía una roca inamovible a partir de la cual se leería toda la cultura. Pero en nuestro país todavía era un secreto (o un saber clandestino), y los que escribían en la revista lo hacían con la contundencia afirmativa de quienes habían importado, antes que nadie, la buena nueva de París. Ese gesto les permitió hacer una hipóstasis eufórica de la literatura como el bien último del lenguaje, como el lugar donde el lenguaje era completamente libre y se oponía a lo que llamaban “la institución literaria”. Habían encontrado un “más allá” del lenguaje, y a ese lugar de exploración lo llamaron literatura.
Casi todos los escritores que participaron de Literal siguieron escribiendo en diversos géneros: la poesía, la ficción, la crítica e incluso la clínica psicoanalítica. Es notable cómo aún en libros muy posteriores y tan dispares como Villa de Luis Gusman, El árbol de Saussure de Héctor Libertella o El cuerpo del delito de Josefina Ludmer todavía se pueden leer, seguramente reformuladas pero indudablemente presentes, algunas de las premisas que aparecen en este libro, que antologiza los mejores momentos de la revista. Literal no sólo se definió por susapropiaciones del psicoanálisis sino por una discusión con cierta izquierda a la que le impuso las ambigüedades del cuerpo.

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