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Domingo, 7 de agosto de 2011

El buen dolor

En 1991 se publicaba Gatica, biografía y novela de uno de los más célebres y trágicos boxeadores argentinos. Retrato de una época y sus ídolos, sus mártires y sus pícaros, lo que se narra en el libro de Enrique Medina es, sobre todo, la historia de un cuerpo, un cuerpo que duele. Veinte años después, y a punto de ser publicada en Francia, se reedita con un abundante material fotográfico. Buenas noches, buen provecho.

 Por Claudio Zeiger

En la primera mitad de los ’90, el mito plebeyo de Gatica se convirtió en objeto de revisión en dos obras notables: el libro de Enrique Medina (Gatica, novela que acaba de reeditarse a veinte años de su publicación y con ocasión de su inminente traducción en Francia) y la película de Leonardo Favio estrenada en 1993. Podría conjeturarse que en pleno menemismo, con mayor o menor conciencia, algunos creadores sintieron la necesidad de revisar los bajos del peronismo clásico, intuyendo que algo, ahí, por contraste o reflejo desordenado, hablaba del presente. Y claro, Gatica fue un hombre que pudo haber integrado la corte farandulera que daba brillo y guasada a la fiesta de los ’90. Pero en el contraste uno se da cuenta enseguida y, por si hace falta, ahí están las obras para corroborarlo: Gatica era otra cosa. No era, no podía ser menemista. En todo caso era peronista porque nunca se metió en política y porque se sentía mórbidamente atraído por Evita. Y porque era un cabecita negra. Era por pleno derecho un ciudadano del peronismo.

Lo cierto es que artistas como Favio y Medina, en los primeros ’90, volvieron su atención sobre Gatica. Medina da algunas pistas: dedica este libro a su padre, a quien nunca conoció: “Solamente sé que a los 24 años ya estaba sordo por los golpes recibidos en el ring”. La espesa ausencia de un padre conduce a indagar en la biografía de un boxeador excepcional que también creció sin padre.

Cabe señalar que Enrique Medina es uno de esos escritores argentinos que fueron difundidos en otros países por genuino interés, no por trámite burocrático, ni intercambios diplomáticos de agencias y editoriales. Medina llamó la atención en la crítica norteamericana y de otros países por ser un escritor radical en su forma de contar la vida, su vida. En ese sentido, Gatica es un espejo posible del escritor que todo el tiempo se contiene sobre la página. Es la biografía de un escritor salvaje.

Gatica. Enrique Medina Galerna 416 páginas

La “narratología” del boxeo está llena de lugares comunes eficaces y contundentes como el del cross a la mandíbula: ir a parar a la lona, abrirse camino a las piñas, ser campeones de la vida. La vida de Gatica está jalonada de frases célebres y picarescas, esas que dejan huella. Buenas noches, buen provecho. A Gatica se lo respeta. Mono las pelotas. Son ineludibles al recrear su vida. Pero en el libro de Medina hay poco y nada de lugar común. No hay condescendencia hacia lo popular. Hay una comprensión profunda, casi feroz, de la miseria y de cómo el ascenso social se empantana en sus paredes resbaladizas. Desde la primera escena tenemos la certeza de que todo está destinado a ser devorado por una fiera anónima que ruge, tira la piedra y esconde la mano. En un tren que viene de San Luis, la numerosa familia Gatica (menos el padre) viaja en un vagón donde además viene un hombre ya viejo que duerme todo el tiempo. Llega el tren a Retiro, y entonces nos enteramos: el viejo está muerto. Murió durante el trayecto, mientras la madre y el hijo, el futuro Gatica, desgranan sus primeros sueños de ciudad. O siempre estuvo muerto porque la muerte viajó con Gatica desde el origen.

Las sucesivas escenas de boxeo, desde las clandestinas escaramuzas de novatos en la Misión Inglesa hasta la alucinante serie de peleas Prada-Gatica (los rivales complementarios, el otro del mismo) revelan a un cronista exquisito: la crueldad, el humor y la belleza se mezclan, se funden. En esas escenas en carne viva queda al descubierto el gran tema del libro: el dolor.

Gatica siente dolor. Además tiene hambre y un agujero enorme por el que todo –plata, mujeres, rivales, amigos– se fuga hacia la nada. Gatica tiene un complejo de inferioridad tan obvio como enternecedor, porque nunca se oculta. Gatica ama el tango y baila el mambo. Y usa ropa estrafalaria. Y deja propinas descomunales. Es tan cruel como sentimental. Pero sabe desde siempre y para siempre que la vida es dolor. Puro dolor. Una vez, Prada le rompe la mandíbula y él se aguanta hasta el final. El doctor dirá después que sólo alguien con una fuerza sobrehumana pudo resistirlo. Es, quizás, el momento más conmovedor del libro de Medina.

Hay más, por supuesto, en la novela. Está la parte histórica; la relación de Gatica con el deporte y la cultura popular de su tiempo, con Perón, Evita y con Juan Duarte. De hecho, el libro trae una cantidad de fotografías y documentos que arman una no menos formidable novela gráfica. El Gatica de Medina es menos peronista que el de Favio. Está en el peronismo, pero mantiene una zona propia, intenta un juego propio. Es menos peronista y menos épico que el Gatica de Favio. Más realista y áspero. Los dos, sin embargo, logran darle a Gatica una estatura de mito.

Mito plebeyo. Mito en vida. Pasados los primeros años de infancia y adolescencia, Gatica siempre será muy consciente de que es Gatica, que mueve y conmueve a las masas a favor y en contra. Lo ama la popular: ruge la leonera. Pero los pitucos del ring-side lo odian con esa visceralidad destinada a los más genuinos productos del peronismo. No se equivocan los que aman, ni los que odian.

Medina recurre en muchas oportunidades al monólogo interior. Combina el relato más distanciado, de crónica, con el monólogo intrincado de un hombre inteligente, pero rústico y analfabeto. Y, sin embargo, le sienta muy bien el monólogo a Gatica. Porque todo el tiempo estaba metido en sí mismo, abrazado a sus rencores, a su bronca, a su dolor. Da la impresión que no podía pensar en otra cosa que no fuera él mismo. Su cuerpo ocupa todo el espacio del universo. Cada vez que lo miran, cada vez que lo rozan, cada vez que le dirigen la palabra, su cuerpo se estremece de narcisismo y miedo. Lo único que tiene es el cuerpo. Como las putas que frecuenta. Y el cuerpo es fuente de placer y de dolor.

En el retrato de Medina, en el espejo de Medina, Gatica es un Narciso mucho más exquisito de lo que aparenta. Un refinado de la barbarie. Por eso le gusta que le digan Tigre, y no Mono. Nunca, ni en las páginas del patético final, es patético el personaje. Gatica es el relato de un mito plebeyo cuya historia, en resumidas cuentas, es tan simple como la vida, transparente y puro como el aire.

Gatica era puro. Pero en su simpleza está la complejidad de una trama donde el hombre se ve todo el tiempo excedido por la historia. Y eso no lo convierte en víctima ni en objeto de piedad. Es tan sólido como aquello que cuenta, aquello que lo sostiene atractivo a través del tiempo. Es la historia de un cuerpo que no deja de doler.

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