Domingo, 3 de febrero de 2013 | Hoy
El rescate de L. J. Davies, debido en gran medida a la insistencia de Jonathan Lethem, trae en castellano Una vida plena, comedia ligera y agria a la vez sobre el matrimonio y, a contrapelo del título, la insatisfacción.
Por Juan Jose Burzi
Lawrence James Davis ha sido un autor poco prolífico, merecedor de ingresar al “club Bartleby” ideado por Vila Matas. Autor de cuatro novelas (la última de ellas editada en 1974), obtuvo la Beca Guggenheim en 1975 para continuar escribiendo ficción, pero a partir de entonces se dedicó al periodismo, escribiendo tres libros de investigación. La reedición de su obra en Estados Unidos se debe al rescate crítico que hizo Jonathan Lethem. Una vida plena, que fue la tercera novela de Davis, puede leerse en un principio como una comedia negra inteligente y un tanto liviana, pero en realidad es una forma de retratar la contracara del sueño americano. El libro trata sobre la anodina existencia de Lowell Lake, que experimenta una revelación existencial: él no ha vivido una vida plena. Está casado con una mujer que –descubre con el tiempo– en realidad no conoce; su suegra lo detesta y con su suegro no puede entablar una conversación adulta; es redactor en una revista de plomería y dejó atrás la fantasía de convertirse en novelista; no consume, no pasea, no tiene amigos, no disfruta. Todo lo que le ocurre carece de real trascendencia. Por eso resuelve hacer algo diferente. Compra un caserón de tres pisos en un barrio pobre de Brooklyn. De ahí en más, el camino hacia el desastre es cuestión de tiempo.
Y si bien la trama del libro no sobresale por su originalidad, llama la atención que desde el principio por carilla hay dos o más frases humorísticas, puntos de vista irónicos, agrios. Y es aún más llamativo que, contra lo que se podría sospechar, el recurso no llega a cansar en ningún momento. Ayuda a esto la traducción de Carlos Gardini, siempre confiable y lo suficientemente neutra como para no descolocar al lector con expresiones fuera de registro. Promediando el libro, el tono se va tornando más sombrío y el humor resigna lugar a otro tipo de trama. Lowell se convierte en un alcohólico que olvida las cosas, deja las puertas de su nueva casa abiertas, su matrimonio termina de desmoronarse. Su esposa lo abandona y decide volver con él bajo la condición de no mantener relaciones sexuales. “No estaban casados uno con otro (...), estaban casados con su matrimonio”, dice el autor en un momento, y es esa institución maltrecha, el matrimonio, uno de los ejes principales de Una vida plena.
Una vida plena es de esos libros que, mediante el humor y una lectura amena, introducen al lector el veneno de la duda. En este caso, el interrogante parece ser obvio: ¿estamos viviendo una vida plena?
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