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Domingo, 22 de junio de 2003

RESEñA

Infancia en la Patagonia

El complot de Las Flores
Andrea Ferrari

Ediciones SM
Buenos Aires, 2003
144 págs.

Por Laura Isola

“Entiendo por literatura”, escribe Roland Barthes en El placer del texto, “no a un cuerpo o una serie de obras, ni siquiera un sector de comercio o de enseñanza, sino la grafía compleja de las marcas de una práctica. Veo entonces en ella esencialmente al texto, es decir, al tejido de significantes que constituye la obra, puesto que el texto es el afloramiento mismo de la lengua”. Esta finísima sentencia del crítico francés, que piensa a la literatura, a la escritura y al texto indiferentemente, propone que la lengua debe ser combatida en el seno mismo de la lengua: “No por el mensaje, sino por el juego de las palabras cuyo teatro constituye”. Es en este contexto teórico que hay que pensar, también, a la llamada literatura infantil y juvenil: despojarla de su incidencia sectorial, de su impronta de público elegido y hacerla participar en el debate de la lengua. Pero para esto, ahora sí, la escritura tiene que exhibir esas marcas de lucha por domesticar a la lengua y deberá tejer una trama que permita descubrir esta mencionada “grafía compleja de las marcas de una práctica”.
Es en esa galaxia que conviene presentar El complot de Las Flores, de Andrea Ferrari. Aunque su soporte paratextual insiste en orientar una lectura para mayores de 12 años (con ese carácter fue ganadora de la edición 2003 del Premio Barco de Vapor), la novela de esta periodista y escritora exhibe un delicado trabajo con los personajes, la intriga y los géneros. El complot de Las Flores cuenta la historia de una familia, integrada por padre médico, madre y dos hijos preadolescentes, que se van a vivir a un pueblo de la Patagonia. De Buenos Aires a Las Flores viajan los cuatro por una escuálida oportunidad laboral para el padre. De la gran ciudad a un pueblito en vías de extinción se trasladan los jovencitos con un ánimo rayano en la desolación.
Éste es el primer punto destacable sobre cómo construye Ferrari a Mara y su hermano: jóvenes irónicos y con sentido del humor; preadolescentes con interioridad, que se aburren y se rebelan ante los esfuerzos paternos de encontrarle algo bueno a un caserío sin amigos, sin salidas y sin videojuegos. Obviamente algo aparecerá, y durante el año que deben quedarse en Las Flores, tanto Mara como su hermano encontrarán el encanto del pueblo chico. Aquí es donde nace la intriga y el supuesto complot para salvar al pueblo, en el plano de lo argumental.
Para narrarlo, Ferrari elige montar dos géneros: el relato en primera persona de Mara y su visión de los hechos junto a la transcripción de un diario íntimo de una de las pobladoras de Las Flores, activista por la recuperación del pueblo. Interesante manera de romper con una ficción lineal y unívoca para, de a poco, entrenar lectores. En términos de análisis: dos puntos de vista, dos narradores y dos historias que se narran complementándose mutuamente, no es poco. Además, la novela se recorta sobre un telón de fondo de lo social contemporáneo de la Argentina. En pequeñas dosis y cuando conviene a la trama, los problemas de empleo, de la desaparición de pueblos a partir de que el tren deja de pasar y demás asuntos nacionales se dejan oír, sin que sus voces tapen o interrumpan lo central, la ficción.
Para la lectura de El complot de Las Flores sería necesario pensar en otra categoría que suplante al escandido de literatura por edades. Sería bueno, tal vez, postular algo así como “literatura para seguir leyendo” o”para futuros lectores mayores y de por vida”. Una tradición en la que María Elena Walsh sabe hacer las cosas, respetando a su público, ofreciéndole alternativas, artificios y metáforas. La misma tradición en la que Andrea Ferrari podría ya estampar su firma.

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