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Domingo, 22 de junio de 2003

Este sí

Celina Garay, que nació en San Francisco (Córdoba) en 1963, busca en lo cotidiano momentos de verdad y plenitud. Y sabe encontrar aquello que busca sin recurrir al consabido inventario de los bienes de la provincia. La naturaleza que evoca en su poesía es nítida y a la vez agreste: una naturaleza irreductible a la conciencia que sin embargo la ampara. Hay una dialéctica de afirmaciones y negaciones, de certezas y dudas y cada verso sorprende por la voluntad de la forma y su delicada emoción.
Piedra Alta es un pequeño volumen de poesía en donde Garay propone distintos modos de exaltar o recusar las cosas, obligando al lector a detenerse en ellas para redescubrirlas. A veces emerge un realismo amargo, aunque éste se resiste a ser confesional: “Me dices que no hable en plural/ que rompa con la ceremonia”. En sus versos, mayormente es otro el ánimo que domina. Celebratoria, Garay insiste en la sonoridad de las palabras que reclaman alientos íntimos, intransferibles. Su escritura, podríamos arriesgar, es musical, por eso se alternan ritmos cerrados con aquéllos más flotantes e imprecisos. La luz desnuda todo, hasta los gestos más despojados que proclaman las últimas páginas del libro: en el silencio recuperado se vence la melancolía, ese hazmerreír de las criaturas primaverales.

Sergio Di Nucci


Poema XII

Para que las manos no me duelan
las sumerjo en el agua fría del san antonio.

Me duelen. Me han dolido
los relojes y los muros, el jazmín y el romero.

Ando descalza sobre la arena
sobre la gramilla, sobre las piedras.
Corro y donde el río hace la curva
me largo boca arriba por su lecho, entonces
cierro los ojos y muevo los pies atenta al cielo.
Escucha.


Tomado de Piedra Alta (Córdoba, Alción Editora, 2002, 48 págs.).

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