libros

Domingo, 16 de noviembre de 2003

Welcome to Colombia

Celebrado hace días en Bogotá, el Tercer Encuentro de Narradores del Convenio Andrés Bello reunió durante una semana a nuevos escritores de toda América latina y España. Hubo ponencias, lecturas y análisis críticos, pero el fuerte del encuentro fue el minucioso mapa de los imaginarios urbano-literarios hispanoamericanos que los invitados confeccionaron en pasillos, bares y locales rumberos.

POR CLAUDIO ZEIGER, DESDE BOGOTA

A esta enigmática, cambiante, extrovertida y misteriosa ciudad de Bogotá, boqueando más de lo aconsejable por los 2600 metros sobre el nivel del mar y con los interrogantes e incertidumbres lógicos acerca de LA VIOLENCIA y otros productos autóctonos, llegamos desde distintos puntos de América latina y España, a razón de un representante por país, invitados al Tercer Encuentro de Narradores del Convenio Andrés Bello. El Convenio es un organismo internacional que brega por la integración en las áreas de cultura, educación y ciencia y tecnología. Desde el 2000 organiza estos encuentros entre nuevos narradores que aportan bastante a los participantes, promoviendo el intercambio de experiencias acerca de lo que significa ser escritor en las más variadas versiones de la desigual modernidad de América latina.
Con las ausencias de los que –paradójicamente– menos debían viajar (Ecuador y Venezuela), dieron el presente los siguientes autores:
Giovanna Rivero (Bolivia); Javier Payeras (Guatemala); Carlos Wynter (Panamá); Ricardo Sumalavia (Perú); Marcelino Freire (Brasil); Pablo Illanes (Chile); Rogelio Riverón (Cuba); José Manuel Pérez (Paraguay); Henry Trujillo (Uruguay); Luis Humberto Crosthwaite (México; Antonio Salinero (España); Antonio García, Cristian Valencia, Efraim Medina Reyes y Alonso Sánchez Baute (Colombia) y Claudio Zeiger (Argentina).
La ciudad y la literatura: nuevas estéticas urbanas era el eje de la convocatoria para la que cada escritor debió aportar una ponencia que luego fue leída en el encuentro. Y hablando de ciudades, las inquietudes, ni bien arribados, empezaron a desplegarse en voz baja. Se las podría resumir en forma bastante descarnada: ¿se puede salir de noche?
En el transcurso del encuentro fui recogiendo diversas opiniones. Había desde quien predicaba el cuidado y la precaución hasta el optimista desproporcionado que afirmaba: “No pasa absolutamente nada, es una ciudad muy tranquila y segura”. Alguien me dijo en un bus que cuando le contó a un amigo colombiano residente en Nueva York que iba a viajar a Colombia, el amigo le dijo: ‘No creas nada de lo que se dice. Lo de los sicarios es un mito’”.
Instalados entonces en esta ciudad mítica, bella y rodeada de montañas, un tanto agobiante para el que viene de la llanura, todos –quien más, quien menos– se vieron obligados a dar alguna versión de su ciudad de origen durante el encuentro. Justo es reconocer que quien más supo atrapar la atención emocional del público fue el mexicano Crosthwaite, oriundo de Tijuana, terruño famoso por el slogan “Bienvenidos a Tijuana: sexo, alcohol y marihuana”. Descripta como una puta y madre soltera que en el fondo hace enormes sacrificios por sus hijos, Tijuana quedó en el registro como una ciudad tan literariamente atractiva como la propia Bogotá, Montevideo o Buenos Aires. En lo personal, mi visión de la Buenos Aires actual post-estallido fue bien recibida, salvo por los reparos que un argentino residente en Colombia opuso a mi afirmación de que el rock, como banda de sonido de la ciudad, había sido reemplazado por la cumbia, el cuarteto y otros sonidos disolventes. “Es un decir, no lo tome al pie de la letra”, tuve que tranquilizarlo.
El encuentro transcurrió entre la sede del Convenio Andrés Bello y tres sucursales universitarias: una de la católica Universidad Javeriana, otra de la Universidad de los Andes, otra de la Universidad Nacional. Allí los estudiantes leían sus trabajos sobre la obra de los autores que les habían sido asignados previamente. Sin mucho espacio para el debate interpares, empezó a quedar clara, sin embargo, la diversidad de situaciones en la que podía ubicarse a los diferentes autores. En un extremo, España: según la versión de Antonio Salinero (reciente ganador del premio Ateneo-Ciudad de Valladolid con su novela El seudónimo), un mercado de altísima rotación, con libros reducidos a mercancías que atestan anaqueles y bibliotecas y una saturación tal que ha dejado a los escritores al borde del dilema moral: ¿seguir alimentando al monstruo o no seguir? En el otro extremo, uncaso como Paraguay, donde –según relató el escritor José Manuel Pérez– las editoriales son en verdad imprentas y las librerías dedican un espacio más que reducido a los autores locales. En el medio podrían situarse los casos de Colombia o la Argentina.
Colombia vive un excelente momento con el boom de la narrativa local. Desde luego hay diversas visiones, de las escépticas a las super optimistas. Alonso Sánchez, coordinador del evento y responsable de una vehemente ponencia a favor de la modernidad bogotana (dicho sea de paso: qué parecido todo a la Argentina de los primeros años noventa), es autor de la novela Al diablo la maldita primavera, que narra la vida de una drag queen y va por la quinta edición desde su salida, en abril. Sánchez es uno de los autores que conforman la movida que ha convertido a los escritores colombianos –o al menos a varios de ellos– en líderes juveniles, referentes de los medios y personajes interesantes que pululan por una ciudad que no se cansa de dar diferentes versiones de sí.
Por las noches, intercambiando experiencias, se refuerzan las versiones. Bogotá es la más liberal de las ciudades de habla hispana. Mucho más que Buenos Aires. La nueva narrativa es un invento. La nueva narrativa no es un invento pero se está exagerando. Eso está bien o más o menos. Mientras a lo lejos transcurre la guerra, salimos de rumba.
“Éste es un lugar sobre el que muchos nuevos escritores quieren escribir pero no vienen a visitar”, me dice Efraim Medina Reyes, el autor de Técnicas de masturbación entre Batman y Robin. Charlar con Efraim es un verdadero placer. Estamos en una enorme galería cubierta donde hay bares bohemios, locales de sitios porno de Internet que arden, rumberas y gente sin rumbo. Efraim cuenta pedazos de su vida en cada ponencia, pero debajo del escenario demuestra una personalidad sólida y simpática. Salimos de la galería y un mulato que ofrece taxis le grita: “Cuando te veo me hace bien”. En la universidad, los estudiantes le piden autógrafos.
La Argentina literaria despierta intriga y melancolía. “Ya saldrán adelante”, me dicen los colombianos. Temo que me vean un tanto desamparado entre tanto machote centroamericano. Y muchos preguntan por qué nunca mencionamos a Sabato. Cuando intento una explicación me doy cuenta de que me enredo. Debo apelar a razones extraliterarias, debería explicar odios y rencillas que lejos del país no tienen mucho sentido.
Confraternizamos, nos llamamos por el país (“Ahí viene Guatemala”, “Chile se quedó dormido”) y, sin decirlo, me doy cuenta de que somos mucho más estereotipados de lo que nos gustaría creer. Perú es educado y suave, Argentina suena siempre un poco teórico, México es sutilmente brutal y Uruguay habla desde un pozo de nostalgia. Y Colombia los recibió a todos con los brazos abiertos. A lo largo de una semana, la literatura no llegó a sumergirnos en el realismo mágico (estética desterrada y casi prohibida para menores de 40), pero alcanzó tonalidades de un realismo urbano entre picaresco, cálido, ceremonioso y disparatado.

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