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Domingo, 9 de febrero de 2003

EN EL QUIOSCO › RESEñAS

Perdónalos señor, no saben lo que hacen

POR QUÉ FREUD ESTABA EQUIVOCADO
Richard Webster

trad. Alberto Calvo
Destino
Barcelona, 2002
580 págs.

POR JORGE PINEDO
Acodado sobre la borda del transatlántico, Sigmund Freud, ilusionado sobre el futuro inmediato del psicoanálisis, habría espetado a sus acompañantes (según la leyenda que lanzó al mundo Lacan): “Les traemos la peste”. La Estatua de la Libertad alza su flama en el puerto de Nueva York y el viento lleva las palabras del inventor de la ciencia de lo inconsciente de regreso hacia Europa. Porque Freud estaba equivocado en su anhelo por subvertir la razón omnímoda sostenida en esa fugacidad conocida como conciencia. Los norteamericanos habrían de hacer del descentramiento freudiano una teoría adaptativa, un reduccionismo organicista, un mecanicismo manipulable; luego, una estrategia de mercadotecnia.
Tamaña equivocación es documentada a lo largo de medio millar de páginas en las que Richard Webster procura demostrar cómo el psicoanálisis constituye la más extendida farsa del siglo XX, “que la enfermedad que los primeros pacientes de Freud sufrían, en realidad, no existió”, sino que fue inducida a expensas del “complejo mesiánico” de su fundador, proclive además a errar simples diagnósticos de epilepsia o síntomas secundarios de tuberculosis. Acuciado por la ausencia de contrastaciones empíricas, el autor de Por qué Freud estaba equivocado propugna, en reemplazo del equívoco arte de la interpretación, una “teoría realmente científica de la naturaleza humana sobre las bases que Darwin sentó a fines del siglo XIX”, sin recurrir a las matemáticas ni a la magia, a condición “de que evitemos el mentalismo y adoptemos una epistemología sinceramente biológica”.
Webster demora cuatrocientas páginas en perfilar su tesis, dado que se obliga previamente a puntualizar cómo Freud se encuadra en una serie que comprende, además, a Platón, Tomás de Aquino, Marx, Lévi-Strauss, Marcuse, Sartre, Melanie Klein, Lacan (claro), entre otros pensadores sumidos en “doctrinas globalizantes” en las que “las evidencias empíricas han sido ignoradas o eclipsadas”. En su retorno al endoevolucionismo de cabotaje, Webster se remite al autor de El origen de las especies (1856) a pesar de que el respeto del mismo “por las pruebas y los argumentos sólidos no eran un rasgo característico de sus escritos, que adoptaban un carácter imprudente y exiguamente científico”.
Libro que hará las delicias del matemático Mario Bunge, del metodólogo Gregorio Klimovsky, en particular de los conductistas, en general de la psicología cognitiva y en especial de la antropología social académica, Por qué Freud estaba equivocado abreva en las más positivistas fuentes del biologismo estadounidense dedicado a la divulgación masiva: Frank Cioffi, Elizabeth Thornton, H. Israëls y M. Schatzman. En su afán por desarrollar una “auditoría externa del movimiento psicoanalítico”, Webster explica el éxito mediático de Freud en que éste fundó “su propio banco privado” en el que “por enormes que fueran las cantidades de sus cheques hipotéticos, el banco garantizaría siempre la existencia de fondos, acuñando de ser necesario su propia moneda”. Apropiada metáfora del sistema de pensamiento norteamericano, este profesor de Literatura de la reputada Universidad de East Anglia encauza los valores morales de su medio al destacar que la teoría de la sexualidad infantil se basa “por completo en una pseudociencia, elaborada con una lógica rebuscada”. Advierte, por ello, que hoy como ayer, “cualquier padre dispuesto a pagar una terapia” a suinocente hija corre el riesgo de erogar ingentes sumas “para que lo acusen de pervertido sexual”.

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