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Domingo, 7 de febrero de 2010

Un clima de opinión

 Por ARTURO CARRERA

Hemos leído a Auden en los calcos afectuosos de los poetas que lo admiraron. Por ejemplo en Girri, por ejemplo a través de Brodsky y Ashbery, por ejemplo por Haroldo y Augusto de Campos y Rodolfo Wilcock, poetas que lo tradujeron y amaron (acaso fruto de esas investigaciones o maneras atentísimas de leer como fueron sus traducciones poéticas). Sin embargo, el lector común suele admirar de Auden el aspecto irónico, la actitud y la mirada fría de sus observaciones únicas que aparecen en sus Marginalia: “Cuando son amenazados / por tiranos poderosos / los pequeños tiranos / sinceramente creen / en su amor por la libertad”. O: “El tirano agradeció a Dios / las habilidades de su cocinero / y las de los torturadores”.

Pero incluso allí comienza a perfilarse, según creo, el costado épico de su magnífica obra. Siempre se destacan las excentricidades de su trayectoria, sus viajes a China, a Islandia, su matrimonio con la hija de Thomas Mann para que ésta pudiera obtener un pasaporte y, sobre todo, su homosexualidad (en una entrada de Google aparece: “Auden biografía. No eres el único adolescente gay”). Pero se olvida a menudo algo que me atrevo a llamar su “poesía de la acción”, sus vastos poemas-diario entre los que figuran sus poemas “September 1º, 1939” y “Spain, 1937” sobre el estallido de la Segunda Guerra Mundial y sobre la actitud republicana en la Guerra Civil Española, en la que participó como voluntario durante meses. Ambos poemas contienen el misterio de haber sido retirados (acaso por el mismo Auden) de la obra.

Ahora bien, de las tres grandes categorías de la poesía clásica, ¿qué eligen los poetas? ¿La lírica, la épica o el drama? ¿Eligen o son elegidos? ¿Por qué el privilegio de una? ¿Por qué todas al mismo tiempo? ¿Por qué, como paréntesis del trabajo en dos o en una sola de ellas, unos poemas de la categoría más antigua quizá, como es la épica, enlaza la existencia de un poeta al sufrimiento del universo entero que lo ampara? En esta última especie está la poesía de Auden. Aunque su épica es estructural, formal, actúa su manera visionaria de articular cada verso, cada estrofa, cada sílaba, la mesura de su gravedad en el ritmo. De allí también su “visión” en el sentido en que elaboró esta idea Yeats: su creencia en la íntima relación entre la imaginación poética y la realidad universal. De allí que Seamus Heaney destacara el carácter predictivo de ciertos poemas de Auden: “Mucho antes de que apareciese la poesía parábola de la Europa de posguerra, Auden ya había dado con una forma que estaba llena de premoniciones de algo terrible y que servía para expresar esas premoniciones gracias a medios estrictamente poéticos”.

Debemos entender la poesía de Auden o sus fragmentos que admiramos, como una molécula epicúrea: es en la alteridad posible de otro tiempo donde debe ser imaginado su estallido, sus nuevas lecturas. Como acaso entre nosotros la poesía de Girri, la de Borges, que disimuló en su vago lirismo una singular voluntad épica. O la de Vallejo, que trabajó en el drama y la épica un inimitable desconcierto lírico.

Un fragmento de un poema de Auden sobre Freud puede asignársele al mismo Auden: “Ahora no es una persona / sino un entero clima de opinión / bajo el que conducimos nuestras vidas: / ayuda o entorpece como un clima: / (...) Pero él querría más para nosotros. / A menudo ser libre es estar solo”.

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