libros

Domingo, 5 de febrero de 2012

Y obras

Seguimos leyendo a Dickens porque Dickens –aunque no siga escribiendo– nos sigue describiendo como pocos. Así, un tejedor de tramas para todas las épocas y urdidor de personajes que trascienden su propia geografía y época. Lo que no impide –entre sus miles de páginas– la tentación de elaborar un top-ten imprescindible para el lector recién llegado o para el relector que no se irá nunca.

Allá vamos, por orden cronológico.

LOS PAPELES DE PICWICK (1836-1837) Su primer gran éxito y –según Peter Ackroyd, también autor de una muy útil Introduction to Dickens– “aquello que hizo de Dickens un inmortal, algo que es como una carcajada resonando en nuestros oídos para siempre”. En El canon occidental, Harold Bloom señala: “El momento más sublime de todo Dickens está aquí, en la recitación de la ‘Oda a una rana que expira’”.

OLIVER TWIST (1837-1838) Ya saben: el para algunos un poco/mucho antisemita retrato de Fagin, los niños ladrones, y esa escena terrible, que Dickens “actuaba” en directo con gran éxito, en la que el malvado Sikes mata a golpes a la pobre Nancy provocando –hay testimonios confiables– desmayos en los muchos auditorios de las giras interminables del autor.

LA TIENDA DE ANTIGÜEDADES (1840-1841) Considerada indistintamente como lo mejor y lo peor de Dickens. Melodrama a la millonésima potencia y la muerte de la pequeña Nell –los lectores inundaron al escritor con cartas pidiéndole que la salve– como fenómeno de histeria de masas de su época a ambos lados del Atlántico. Oscar Wilde dixit: “Hay que tener un corazón de piedra para leer la muerte de la pequeña Nell sin disolverse en lágrimas de risa”.

CUENTO DE NAVIDAD (1843) No conforme con ofrecer un gran cuento de fantasmas, aquí es donde Dickens –en el decir de Chesterton– “eleva su propio misterio al misterio de las fiestas de fin de año y, fundiéndose con ellas, las reinventa para convertirlas en lo que son ahora y serán siempre”.

DAVID COPPERFIELD (1849-1850) Revolucionario y, desde entonces, muchas veces imitado modelo de autobiografía encriptada. El escritor como personaje y, para Dickens, “mi hijo favorito”, cuyo nombre invierte las iniciales del “padre”. Admirada por Tolstoi y contenedora de varios de sus secundarios más queribles. Para muchos, el puente que une las orillas entre el último de los grandes novelistas clásicos y el primero de los grandes novelistas modernos.

CASA DESOLADA (1852-1853) Gran thriller legal, tormento burocrático prekafkiano y antecedente de las locuras entrópicas de Thomas Pynchon. Además, una de las cumbres de la novelística decimonónica. “¿Cuál es el impacto que una gran obra de arte produce en nosotros? La de precisión poética y emoción científica. Y éste es el impacto de Casa desolada”, dictó Vladimir Nabokov en sus clases.

HISTORIA DE DOS CIUDADES (1859) O la dickensificación de la novela histórica. Revolución y romance y uno de los mejores comienzos en toda la historia de la literatura. Vamos, todos juntos ahora: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la locura”.

GRANDES ESPERANZAS (1860-1861) Probablemente el más perfecto –en tono y, sobre todo, en forma y extensión– entre sus libros. Novela de amor desamorada y, también, la más triste (no todo acaba mal, pero nada sale bien; buscar la edición que incluye el final “infeliz” que Dickens modificó a pedido de su amigo el novelista Edward Bulwer Lytton). Aquí, Philip “Pip” Pirrip, Magwitch, y dos inolvidables mujeres fatales: la rompecorazones Estella y la gótica Miss Havisham. “La primera novela que, al leerla, me hizo desear haberla escrito”, confesó John Irving.

NUESTRO AMIGO COMUN (1864-1865) Envidiada por su amigo/rival Wilkie Collins y admirada por Chesterton, que la sintetizó con un “no solo tiene un argumento sino que es un argumento”. Italo Calvino la considera “obra maestra absoluta”. Título “defectuoso” adrede en el original –Our Common Friend–, he aquí la “novela del dinero” de alguien (como bien investiga la biografía de Claire Tomalin) a quien el dinero le importaba mucho. Y lo único de Dickens que John Irving no ha leído aún porque, dice, “me lo quiero guardar para un último día de lluvia; cuando mi final esté cerca será un consuelo tener un último Dickens que me acompañe junto a mis seres queridos”.

EL MISTERIO DE EDWIN DROOD (1870) Inconclusa y siniestra y demencial, incluyendo fumaderos de opio y perfumes egipcios, y trasplantando motivos clásicos del autor (el doble, la “resurrección” de alguien que se pensaba muerto) a la vez que anticipando modales pulp. Se intentaron algunas conclusiones (varios autores la “completaron”; Dan Simmons la ubicó como centro de su Drood: La soledad de Charles Dickens y Matthew Pearl en su El último Dickens); se dijo que Dickens quería superar a la muy exitosa La piedra lunar de Wilkie Collins; se aventuró que su final se adelantaría varios años al truco de Robert Louis Stevenson a la hora de Jekyll & Hyde. Quién sabe. Cuando le preguntaban a Dickens al respecto –y Dickens trabajó en ella hasta su literal último aliento– sonreía y contestaba: “No es una idea fácil de comunicar, pero sí muy fuerte y difícil de llevar a cabo. Ya verán, ya verán”.

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