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Domingo, 4 de mayo de 2003

¡Basta de utopistas!

El clamor de Vargas Llosa

por Martín de Ambrosio
Flora Tristán y Paul Gauguin, además de ser abuela y nieto, fueron dos “utopistas”; ella una revolucionaria social y él un pintor revolucionario que pensaba que la sociedad europea estaba acabada. Tristán y Gauguin también son los personajes de la última novela del peruano Mario Vargas Llosa, presentada el martes último en la Feria del Libro y titulada El paraíso en la otra esquina (ver reseña). En el acto —en una sala José Hernández dividida por la mitad y con muchos chicos sentados en el suelo, a los pies de embajadores e ilustres señoras convenientemente emperifolladas–, el autor de Conversación en la Catedral contó la gestación de su última novela, que se remonta a su época de estudiante en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima.
Después de presentar los avatares históricos de sus personajes (Flora y su idea de cambiar a la sociedad e imaginarla justa, solidaria y combatir los abusos sobre las mujeres; Gauguin, que después de media vida de empleado de la Bolsa decide convertirse en ese artista que proclama que sólo a partir de las culturas “primitivas” se pueden crear obras maestras) y mediante un modesto razonamiento inductivo instó a no proponer más utopías sociales porque en algunos casos terminan perversamente. “Gauguin y Flora ganaron la batalla porque sembraron una simiente que hoy florece. En Europa y buena parte del mundo estas ideas forman parte de la agenda política, la justicia social, los derechos humanos”, sostuvo Vargas Llosa. Sin embargo, el autor de Los cuadernos de Don Rigoberto no quiso irse sin redondear los conceptos. “La utopía ha acompañado a los seres humanos occidentales desde la noche de los tiempos, y acaso los más grandes avances han sido recobrados del sueño utópico. Pero cuando ha habido intento de materializar esas utopías, los resultados fueron catastróficos. La Inquisición quiso salvar a la sociedad del pecado y sabemos a lo que llevó. El siglo XX, en el que se intentó materializar las utopías del siglo XIX, vio a la utopía de razas puras del nazismo y al Holocausto como resultado. El comunismo fue otra utopía y ese sueño de una sociedad sin clases devino en el gulag, o en los millones de muertos de la revolución cultural china. O Sendero Luminoso en el Perú, con miles de muertos. Es natural que en el siglo XXI seamos escépticos. Pero en el campo individual, quiero destacar, sí funciona la utopía. Se puede mejorar; el Quijote no cambió el mundo, y sin embargo sigue siendo un personaje admirable. Bueno sería entonces trasladar el sueño utópico de donde es perjudicial –es decir, el campo socio-político– a las artes, las letras y en general a toda empresa creativa. Allí sí es fértil. La imaginación es la que nos hace tener un mundo mejor.”
En la mesa, Vargas Llosa estuvo acompañado por el embajador de España en Buenos Aires, a la sazón embajador de Aznar, que al momento de presentarlo destacó el oficio de articulista del novelista, se confesó adicto a ese género y destacó que espera ávido la última página de La Nación en la que brillan Mariano Grondona y Joaquín Morales Solá. A la salida y rumbo al cóctel ofrecido por la embajada, muchos guardaespaldas y agentes de seguridad se encargaban de cuidar a Varguitas de la avidez del público y de los fotógrafos. Hablarle, en ese contexto, daba un poco de miedo.

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