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Domingo, 9 de noviembre de 2003

La velocidad de la Historia

Un fragmento de uno de los debates llevado a cabo en el Foro Internacional sobre Memoria e Historia.

Un miembro del público: En China, al día siguiente de la masacre de Tiananmen, se pudo decir con razón que un régimen que elimina a su juventud no tiene porvenir. Pero un régimen que no tiene memoria ¿está condenado a la decadencia?
Alain Touraine: Yo estaría tentado de decir más bien que un régimen sin memoria está condenado a la explosión. Porque si se es incapaz de elaborar un proyecto, esto es, de tender un puente entre el pasado y el futuro, de ejercer influencia sobre los mecanismos de cambio, entonces se pierde el control sobre los acontecimientos, y llegado ese momento, la única posibilidad de mantener unida a la sociedad es mediante medidas autoritarias. Es lo que ocurrió después de Tiananmen. Hemos sido testigos del reemplazo de una dictadura comunista por una dictadura nacionalista. Lo que no quiere decir que esta situación vaya a prolongarse, pero confirma que la memoria es indispensable para la democracia, es decir, para la capacidad de actuar sobre el presente en función de expectativas, de exigencias, de recuerdos. Es evidente que las expectativas y las demandas se alimentan de la experiencia vivida, del pasado. La democracia consiste en votar en el presente por un porvenir, en función de una experiencia del pasado.
Un miembro del público: Del mismo modo como existe lo aleatorio en el futuro, lo aleatorio está presente también en el pasado. Sería necesario tenerlo en cuenta, como hacen los físicos. Porque junto con la larga duración interviene el retroceso. Esto significa que mientras más largo sea el retroceso, mayor es la probabilidad de descubrir en los fenómenos aspectos en los cuales nadie había pensado antes.
Jacques LeGoff: Hay un debate interno entre los dos sentidos de la palabra “historia”: por una parte, la disciplina de la Historia, el oficio del historiador, y por la otra, la historia objetiva, la que nosotros vivimos, la que se hace cada día. Si he empleado el término historia en singular, es porque quería referirme a la disciplina de los historiadores, a la historia de Braudel, a la de Marc Bloch. En lo que respecta a la memoria, es evidente que la facultad de rememorar que nos viene de nuestro cerebro, al transformarse en fenómeno humano, pasa del singular al plural. Según Jean-Pierre Changeux, el cerebro mismo produce diferentes memorias. En el caso de la Historia, prefiero el singular al plural, cualquiera que sea el caso. Tal vez sea una distorsión debida a mi formación como historiador en la órbita del movimiento de los Annales, y a la tentación denominada global o total. En cuanto a lo aleatorio, preferiría no pronunciarme, pero es cierto que los trabajos de los historiadores no lo mencionan suficientemente.
Umberto Eco: Lo aleatorio juega un papel fundamental en nuestra memoria personal. Probablemente hay razones aleatorias que explican por qué nosotros hemos olvidado o retenido algo en nuestra memoria. Pero no se puede hablar de movimientos aleatorios en relación con la memoria colectiva. Cuando ésta olvida algo, es siempre por razones ideológicas. ¿Cuál sería el contenido de un Manual de Historia europea? ¿Qué elementos serían expurgados de ella? Quisiera ilustrar esta idea con un ejemplo italiano: en la parte que se refiere al siglo XIX, no se hablaría de Carlo Pisacane, pero quizá se mencionaría a Thaddeus Kosciuszko; nadie puede saberlo. Las razones por las cuales se guarda la memoria de una cosa y no de otra posiblemente sean neo-conexionistas. Se sopesaría la manera en que los diferentes países hablan de los otros y se descubriría que ciertos temas pueden ser comunes, mientras que otros, por razones aleatorias, no pueden serlo. En esa forma se llegaría a lo que se denomina la distribución de pesos en un sistema neo-conexionista.
Jacques LeGoff: Francamente, yo no creo que en un futuro próximo sea posible redactar un Manual de Historia europea. Estoy convencido de que tal empresa sería más destructiva que constructiva. Sería preciso que, bajo el patrocinio de la Unesco, se establecieran discusiones entre los autores de manuales de Historia y las autoridades educacionales de distintos países europeos, a fin de evitar las contradicciones que puedan existir entre dichos manuales; algo similar se ha hecho ya, pero es insuficiente. Esto hay que decirlo. Pero de ahí a establecer una Historia de Europa... Por otra parte, es normal que un historiador que piensa que existe un pasado que justifica o que conduce a que se camine hacia una Europa común, esté al mismo tiempo convencido de que Europa no existe. Está aún por hacer; de ahí que, de alguna manera, hayamos sido remitidos al tema de hoy: ¿cómo escribir el libro de Historia del porvenir? Europa es un fenómeno del futuro. Es preciso prepararse muy seriamente, apasionadamente, pero tenemos que esperar. Llegará el día en que sea una realidad: ¿cuándo?, eso no lo sé. Ese es el problema de ponerle fechas al porvenir, de ponerle fechas a la utopía.
Un miembro del público: Se ha dicho que las predicciones de Marx, que él estimaba de cumplimiento inmediato, tomaron mucho tiempo en realizarse.Pero hoy en día las evoluciones política, sociológica o tecnológica se producen con extraordinaria rapidez. Tengo la impresión de que el tiempo acelera todos los procesos, tanto del pasado que se contrae, como del futuro, que resulta extremadamente breve.
Umberto Eco: Es cierto que la velocidad ha influido y va a influir cada vez más sobre nuestra civilización. Me pregunto, no obstante, si este fenómeno es aplicable también a la visión del pasado. Pongo un ejemplo: la velocidad es lo que permite a millones de japoneses visitar el Louvre y moverse, gracias a ella, en el pasado. La velocidad afecta más mi visión del presente que la del pasado.
Un miembro del público: Me dirijo especialmente a Jorge Semprún, porque soy sobreviviente de un campo de concentración en Argentina. El trabajo de memoria es luchar contra el olvido para reconstruir. En este contexto, ¿qué podemos proponer concretamente a las generaciones presentes? Es una pregunta que me hago desde mi liberación. ¿Cómo transmitir nuestra experiencia a la nueva generación? ¿Cómo ofrecerles otra cosa que no sean relatos de horror? Jorge Semprún sabe que no existen palabras para contar eso, pero ¿cómo se puede construir una identidad tal, que mueva a decir “nunca más”?
Jorge Semprún: El trayecto, el recorrido de la escritura posiblemente sea diferente para cada cual. Algunos se refieren a su experiencia y sienten una ostensible necesidad de dejar un testimonio. Otros necesitan mucho más tiempo para poder hacerlo. Pero tanto para unos como para otros, hay un tiempo que no depende ni de la naturaleza del dolor ni de la voluntad de cada uno, sino de algo mucho más objetivo. Es el tiempo de la posibilidad de ser escuchado. Los que escribieron de inmediato no fueron escuchados. Sólo lo fueron quince o veinte años después, coetáneamente al momento en que aquellos que no habían podido escribir antes, comenzaron a hacerlo. Esta dialéctica entre el tiempo de la memoria y el tiempo de la capacidad de escuchar escapa completamente a la voluntad de los testigos: de modo aparentemente misterioso, se produce una especie de maduración. De todas maneras, es más fácil dirigirse a las generaciones más jóvenes. Con ocasión del quincuagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración europeos, había una generación de jóvenes franceses capaces de escuchar, de hace preguntas, de ser impertinentes, curiosos; algo de lo cual no eran capaces los que habían vivido aquellos hechos de manera directa, sea en la cólera de la resistencia o en la vergüenza de la pasividad. En cuanto a la manera de contar... Cada cual hace lo que puede, cada cual cuenta como puede. Hay testimonios directos, brutales; hay otros relatos de ficción, donde se trata de transmitir esa experiencia. Pero todos saben que hay un margen de inexpresable, que no se puede colmar en ninguna forma, un margen de experiencia intransmisible que no puede ser franqueado más que por la repetición... Es significativo que lo último que escribió Primo Levi antes de suicidarse, haya sido un libro donde él vuelve sistemáticamente, en una forma casi pedagógica, sobre su experiencia, donde trata cada uno de los problemas, uno tras otros, como si para transmitir su propia memoria hubiera sentido la necesidad de no contarse con lo que ya había dicho antes (había dicho prácticamente todo respecto a su experiencia), de volver a decirlo una vez más, recogiendo ahora la repercusión que habían tenido sus anteriores confesiones.
Quisiera terminar citando una frase muy bella, muy profunda, de Primo Levi: “Nosotros, los que damos nuestro testimonio, los que escribimos, no somos los verdaderos testigos, los verdaderos testigos están muertos. Los verdaderos testigos son aquellos que llegaron hasta el final de enfrentamiento con la Gorgona. Nosotros no somos sino testigos parciales, que sobrevivimos por casualidad, por lo que sólo podemos contar una parte de la experiencia. Es por esto que la experiencia más terrible de la deportación, la experiencia de las cámaras de gas, será siempre una experiencia no contada, y seguirá siendo, a causa de sus misterios, la más terrible de este siglo”.

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