“OYE REGGAE”, DESDE LA MONTAÑA SAGRADA
Bienvenidos a Argenchina
Unas 3 mil personas subieron y bajaron el Cerro Las Gemelas sábado y domingo. Fueron para escuchar reggae y convivir en armonía, entre ellos y con la naturaleza. Del intercambio surge el germen de una nueva nación.
Por Santiago Rial Ungaro
Desde Capilla del Monte, Córdoba
Nuevas raíces, rock tropical y reggae nacional: la tercera edición del Festival Oye Reggae tuvo, a no dudarlo, sus lapsus de mística natural y química. Que la gente haya sido convocada para oír (y oírse) y no para mirar (y mirarse y ser mirado) es un innegable mérito de la organización. Al preguntarles, mientras armaban sus flores y bebían sus sangrías, a un grupo de pibes cordobeses qué grupo habían ido a escuchar, la respuesta fue unánime. “¡A TODOS!” Ese “todos” incluyó a grupos de todo el país: Capitán Amarillo, Armando Flores (en un show excelente y poco complaciente), Demasiado Revueltos y el grupo de percusión Palo & Mano son todos de Córdoba. A ellos se les sumaron Quijotes (Neuquén), Kameleba (San Luis), Butumbaba (de Santa Fe, otra grata sorpresa) y Gran Valor (Tucumán). Completando el combo de los “no porteños” estuvieron los uruguayos Abuela Coca, en donde desplegó magnetismo su cantante, Brown, que cantó las dos noches. Las bandas de Buenos Aires –Riddim, Nonpalidece, Movimiento Urbano, Tierra, Sinsemilla y Los Cafres– aportaron su ya sabida jerarquía musical y su sincero culto al sonido original de reggae clásico, con homenajes a San Bob incluidos. Los Shambhala, menos prolijos y puristas, sintonizaron con el espíritu del festival desde su emoción, buenas canciones y originalidad, de la que carecen casi todos los grupos de esta escena. Claro que la mística se expresa de distintas maneras (como por ejemplo tocando temas de Black Uhuru, Steel Pulse o los Wailers), y quizás esa variedad musical –a la pista electrónica y su dub se le sumaron los coqueteos musicales con la salsa, la cumbia, el candombe y hasta el jazz– fue uno de los méritos esenciales de la tercera edición de un festival que ya se proyecta como un clásico. ¿Por qué? Porque a pesar de la ausencia de muchos grupos que son sinónimo de reggae nacional (e internacional), caso Dancing Mood, Resistencia Suburbana, Satélite Kingston, Mensajeros y otros artistas que también podrían haber participado (Fidel Nadal, Karamelo Santo, Escuela de la Calle, Nuca), el festival movilizó a más de 3 mil personas a subir y bajar una verdadera montaña de reggae. Rastamanes y rastagirls –todos coincidieron en señalar que este año hubo más chicas, incluidas algunas Alpha Blondies de la Comunidad Europea que se complementaron con los Blacks Omegas de Nuestra Comunidad Reaggera– convivieron en una impecable simpatía universal, con un clima comunitario, a menudo alegre, comunicativo, armonioso y pacífico.
Para Gabriel Giordano, uno de los organizadores del evento y ex cantante de Superskunk, grupo que participó en la edición anterior, lo más importante fue, simplemente, “hacerlo”. Y, aunque se dio el lujo de cantar un tema con los Armando Flores, Gabo sabe que lo principal fue la montaña. En ella, con sus estructuras móviles y orgánicas, sus desniveles (se puede subir, se puede bajar) y sus inercias naturales resultaron inevitables los encuentros y los desencuentros. Con tantos estímulos lúdicos, la plataforma del Complejo Agua de los Palos hubiera hecho las delicias de los teóricos letristas y situacionistas como Guy Debord, quienes reivindicaban para la arquitectura formas laberínticas que acrecentaran las posibilidades de practicar sus derivas. Por estos laberintos, el espíritu de la montaña se conjugó con el espíritu del reggae, género musical en el que, digan lo que digan, lo devocional juega un rol esencial, desde Capleton hasta los Cafres, desde Israel Vibration hasta Sinsemilla, desde Riddim hasta Lee Perry. Y los grupos de las demás provincias (algunos de ellos muy jóvenes, en general bastante parecidos) con sus tendencias a integrar la cumbia y el reggae, también hicieron un aporte, mostrando hacia dónde puede llegar a evolucionar el género.
Así, entre vibraciones más o menos positivas y señales de humo, se fueron dispersando las bizantinas discusiones y rivalidades entre quienesdefienden la idea de un reggae más roots (más cercano al sonido de los pioneros jamaiquinos) y quienes ven el reggae (y toda la maravillosa música jamaiquina del siglo XX en general) como un género musical ideal para desarrollar un Rock & Pop tropical, a la vez bailable y con cierta conciencia, cuyo mejor ejemplo quizás sea Karamelo Santo. Esta tendencia se vio en muchos de los grupos de las provincias. Sería difícil hacerle justicia a todas las bandas, ya que las diferencias entre los grupos porteños (no hay que olvidar que tienen años de trayectoria) y los del interior sigue siendo importantes, pero en este caso el todo fue más que la suma de las partes. Para el músico, periodista y Dj Daniel Flores (cuyo apellido combina con el de Armando Flores, grupo cordobés que protagonizó uno de los momentos más originales del festival), se trata de grupos “emergentes de una subcultura que existe en la Argentina y en otros países también. Una subcultura que vincula hippismo, reggae, rastafarismo, reivindicación de la marihuana, circo urbano, viajes iniciáticos por el continente y un poco de música electrónica”. Con todos estos ingredientes, y un poco de lluvia, sol y humedad, la montaña parecía un universo paralelo, en el que los ojos rojos y achinados sugerían la existencia de un país nuevo dentro de la Argentina: Argenchina. En este país, un personaje como Orge, polémico hasta la médula, era reverenciado por el público como un auténtico gurú. Un par de grupos dedicaban sus canciones a los niños que correteaban por ahí o jugaban al metegol. Las chicas resultaban todas simpáticas, introvertidas y coloridas. La gente de ARDA repartía flyers con información para los usuarios de drogas. Otros repartían profilácticos y todos conformaban una gran rueda humeante.
Y en vez de los míticos episodios violentos que a veces protagoniza el público que va a ver algunos grupos de rock, los lugareños destacaban la cordialidad del público que invadió Capilla del Monte. Con Orge, ya sin los legendarios Ganja Brothers y mutando (una vez más) como cantor romántico en plan dub bajo el nombre de Bonnie & Clyde, no deja de ser curioso que el momento más impactante y lúcido del Oye... haya sido una sorpresa. La inspirada participación de las tres Actitud María Marta, con sus arengas, sus letras, su lirismo combativo y un sonido decididamente hiphopero, confirmó la jerarquía musical de estas argenchinitas, y confirmó que las pocas raperas nacionales, desde Tita Merello hasta Malena D’Alessio, son pocas, pero buenas. Y saben lo que dicen. Escuchémoslas.