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Jueves, 27 de noviembre de 2014

ESCáNDALO POST-GAMERGATE

La corpo fichinera

 Por Stephanie Zucarelli

El mundo del gaming sufre una revolución que arrasa con las inocentes palomitas que creen que la industria es un hobby de garage. El portal que avivó al público general de las turbiedades, Gamergate, se convirtió en una cruzada que involucra escándalos sexuales, fraude, fundamentalistas encolerizados y contando. La muy polémica desarrolladora de videojuegos Zoe Quinn fue puntapié de la viralización de Gamergate. Comenzó a ser conocida por un escándalo de 2012, cuando fue acusada de boicotear el proyecto de la agrupación The Fine Young Capitalists. El grupo, que exponía su deseo de incentivar la inclusión femenina en el rubro gamer, acusó a Quinn de doxxear –publicar online datos importantes sobre un individuo–, anular los sitios del proyecto y contactarse con todo el frente de la prensa gamer para que se negaran a otorgarles voz a sus opositores.

Pero la base del caos que estalló este año fue la turbia reacción cibernética a las duras críticas que recibió Depression Quest, desarrollado por Quinn. Las reviews negativas desaparecieron rápidamente de la web, y la desarrolladora y otras activistas denunciaron a los gamers como “un grupo misógino de hombres blancos” que discriminaban a las mujeres que querían entrar. Sumada a esta denuncia, famosos sitios especializados (Kotaku, Polygon, Gamasutra, entre otros) comenzaron a calumniar a sus propios usuarios y llamaron a la denigración de los jugadores.

Como respuesta, en Twitter estalló el hashtag #NotYourShield junto a fotos de jugador@s de todo el mundo defendiendo ser gamers que no entraban en la polémica “categoría”. En poco tiempo salió a la luz que Quinn tenía importantes vínculos en los medios del palo y se dejó en evidencia lo fácil que era dar una bajada de línea parcial en todas sus editoriales. Entonces, el público general cayó en la cuenta de que los sitios donde depositaban su confianza y dinero no eran tan puros. Si un escándalo aislado como el de Quinn era capaz de mover a todos los jugadores, las industrias millonarias eran dueñas de la pelota. Ya no había review, concurso o competencia que valiera.

El panorama de Gamergate se dividió en dos: Quinn y su ejército lo interpretan como el motor de la exclusión y degradación de las mujeres; y por el otro lado, Gamergate es visto como la forma de seguir tirando del hilo y ver qué otro papel tiene la industria al manipular los medios y el mercado. Para agregar más pochoclo, ambos bandos batallan encarnizadamente y sufren desde censuras hasta amenazas de muerte. Mientras tanto, los medios de información general malentendieron que los gamers son un malón fascista y los especializados guardaron silencio y lloraron la retirada de sponsors. Quienes hablan de gaming misógino reclaman que la manipulación de información no es el problema central sino el ciberacoso y lapidación de las activistas youtubbers. A fin de cuentas, quien decidirá si Gamergate es una redada contra la discriminación o el destape de una industria mediática fraudulenta será el que gane... y escriba el artículo final de Wikipedia.

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