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Jueves, 24 de octubre de 2002

CONVIVIR CON VIRUS

convivir con virus

Para hacer el pedido, él fija sus ojos en los del farmacéutico. Está acostumbrado a la incomodidad de quienes atienden el mostrador y sabe que en estos casos la mejor defensa es atacar primero. Sin un solo resto de pudor, pide: “Un gel íntimo, por favor”. El señor de delantal celeste desaparece bajo el mostrador y reaparece con un pomo de gomina. “Son tres pesos”, dice con toda naturalidad. Martín se sonríe, le aclara que no es para el pelo y lo subraya con un guiño en un vano intento de hacer del empleado su cómplice. Nuevo mutis por el foro. “¿Para el cuerpo?”, pregunta desde atrás de una estantería enseñando nuevos pomos de gel para después del sol. Martín conoce esta escena. Está lejos de ser la primera. “No, no –aclara–, un gel íntimo, lubricante.” El dependiente lo mira, tal vez esté distraído, tal vez su vida sexual sea tan triste. Vuelve con un frasco de vaselina, cree haber visto un frasco así alguna vez en una de esas revistas que le quedaron de las tórridas siestas adolescentes. Lástima que Martín haya perdido la paciencia justo cuando el empleado empezaba a entender de qué iba la cosa. Otra vez le clava la mirada, ya sin ninguna simpatía: “La vaselina rompe el forro, ¡¡yo quiero un lubricante al agua para cuando te rompa el culo!!”.
No, no fue la mejor manera de terminar esa charla de locos. Martín no consiguió lo que quería. Pero es que a veces es agotador, dice. Que no puede ser, que ya debería ser hora que todos los preservativos traigan lubricante. Porque en los quioscos, por ejemplo, no se consigue. Y nada puede resultar menos excitante que buscar farmacias de turno cuando todo lo que una quiere es irse a la cama. El lubricante es un producto necesario, vital para conservar el preservativo intacto durante cualquier relación. Se puede prescindir de él en muchos casos, tampoco nos vamos a poner fundamentalistas. Pero es cierto también que las relaciones anales, por ejemplo, son mucho más placenteras –y menos traumáticas para algunas/os– con la ayuda de nuestro producto amigo.
Y no, no se lo puede reemplazar con cualquier cosa. Ni manteca, ni aceite, ni vaselina. Esos productos grasos podrían corroer el látex y romper el forro. Sólo se pueden usar elementos a base de agua. A falta de los lubricantes específicos –Tulipán, Kemial y genéricos–, hay pocos productos que puedan servir. Uno es la crema de enjuague, el más práctico y el que casi nunca falta. Algunos geles para el pelo –a pesar del enojo de Martín– también sirven, pero hay que estar atentos. Mejor echar mano a la crema de enjuague y disfrutar de su delicado perfume. Siempre será más elegante que ese hedor a frutilla de los lubricantes de sex shop. marta dillon

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