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Domingo, 3 de febrero de 2008

FAN › UNA ESCULTORA ELIGE SU ESCULTURA FAVORITA

La aventura humana

 Por Veronica Romano

Nací el año que llegaron a la Luna, si ello realmente ocurrió. En el relato de mi madre fue una experiencia sobrecogedora que mantuvo a la humanidad silenciosa frente a los parpadeos de rayos catódicos. Mi madre embarazada de ocho meses vio la transmisión en una gran TV en el departamento de la calle Cerrito donde viví.

Con una mano en la cara y otra sobre la panza, contemplo la escena. Incredulidad, temor, emoción, vértigo fueron algunos de los sentimientos que compartió por breves instantes con gran parte de la humanidad.

Elegí una escultura de Rubén Locaso (1934-2001). Su producción creo que comparte con esta experiencia además de elementos estéticos, un halo de misterio e incógnita. Como los videos del primer hombre caminando sobre la Luna, la obra de Locaso parece haberse esfumado. No hay casi registros de ella, sólo algunos catálogos la atestiguan. No se sabe dónde se encuentran la mayoría de las piezas y rastrearlas parece una misión imposible. Es una obra difícil de encontrar, casi como si el único registro de su existencia fuese el grabado en la retina de quienes presenciamos alguna de sus muestras.

Ad Astra (“hacia las estrellas”) es un bronce de 1994. Un modelado que representa un traje de astronauta de pie. El cuerpo que le da forma se esfumó, sin casco, ni guantes, sólo huecos negros por donde atisbar el vacío.

Descubrí esta obra en una pequeña reproducción en el taller de E. Valderrey, mi profesor de escultura de entonces. Yo comenzaba la Pueyrredón y me llamó en seguida la atención esta imagen tan moderna. Pregunté y pregunté y fui llegando a la obra de Locaso como quien va descubriendo lentamente un misterio. Locaso era un misterio, creo que indescifrable para la mayoría de sus colegas contemporáneos y sin descubrir aún para las generaciones posteriores.

De más está decir que me siento parte de los pocos afortunados que logramos asomarnos a ese misterio y emocionarnos con su obra.

Frente a Ad Astra no pude dejar de experimentar una sensación de silencio y vacío infinito. Como si el audio se hubiese apagado de golpe. Sensación que imagino se podría sentir estando inmersos en el silencio del espacio exterior. Flotando solos, lejos de la Tierra. Vértigo, maravilla, vacío, miedo, desazón, todas estas sensaciones mezcladas me atravesaron en un segundo.

En la escuela de Bellas Artes conocí a Locaso y lo tuve como profesor. Era pequeño, silencioso pero de fuerte temperamento. En sus clases no creo que comprendiésemos ni la décima parte de lo que nos decía, que era muy poco. Enseñaba con gestos y acciones, más que con palabras. Y durante todo ese año nunca me abandonó la sensación de estar con alguien que caminaba a centímetros del piso.

El cuerpo de obra de este gran escultor tiene una imagen insólita, contemporánea y sumamente personal. Que unido al hecho de que nunca se apartó de lo tradicional en cuanto al oficio escultórico, dota a la obra de un misterioso anacronismo.

Trajes de astronautas, viajeros espaciales, ángeles del futuro y extraños presentes poliédricos se suceden en sus esculturas y relieves. Crean un mundo sólido y concreto de una factura impecable que no hace más que remitirnos todo el tiempo a algo intangible, incorpóreo, que no se ve. Como si fuesen vestigios abandonados del futuro, que atravesando las capas del tiempo se materializaron aquí y ahora.

Yo no puedo dejar de asociar sus astronautas con el dibujo de Moebius, sus ángeles con la serie Evangelion de Hideaki Anno, y sus viajeros espaciales con Robotech y el animé japonés en general. Y aunque creo improbable (si no imposible por razones cronológicas en muchos casos) que estas producciones estuviesen entre sus referentes, siento que había algo que compartían además de elementos estéticos.

Estas obras están atravesadas por el misterio. Por más que nos hablen de mundos lejanos nunca se apartan ni un centímetro del hombre y su naturaleza. Nos hacen sentir que el mundo por descubrir está dentro nuestro, que somos infinitos, ricos y complejos y que por más hazañas y descubrimientos que realicemos, sólo al mirarnos nos asomamos al insondable misterio del universo.

En estas líneas va mi sencillo homenaje a quien creo es el mejor escultor argentino contemporáneo, con el deseo de despertar en ustedes la curiosidad. Estoy segura de que su obra no los va a defraudar.

Ahora hago silencio y espero que lo disfruten.

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La obra de Rubén Locaso (1934-2001) se caracteriza por una perfección formal absoluta. Durante muchos años Locaso fue profesor titular de la Cátedra de Escultura de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en la que cursó estudios y obtuvo su título de profesor de dibujo y escultura. Fue galardonado en el Salón Nacional de 1969, en el Salón Municipal de 1967, el Salón de Tucumán de 1979 y el de Santa Fe de 1989 (entre otros premios).
Según lo definió el crítico de arte Aldo Galli en ocasión de la exhibición póstuma con la que lo homenajeó el Museo Sívori en octubre de 2002, era un autor de un “proceso necesariamente lento, calculado y sobre todo intelectual”. Buena parte de sus esculturas están vinculadas por un gran tema central: la “aventura” humana; incluido y destacado el sueño de la conquista del espacio. La muestra póstuma se llamó Ad Astra, como la escultura elegida por Verónica Romano, pero fue además el título de varias otras obras suyas (otras exhibidas en esa ocasión fueron Mensajero, Icaro, Astrofísico, Destino, Selene, Un presente del futuro). Para Galli, se trataba menos de la admiración por la carrera espacial del autor que una crítica y una advertencia: “señala con un propósito crítico cómo los esfuerzos por conquistar otros mundos vacían de contenido las razones primeras de la existencia. La observación y la conquista de lo de afuera pueden conllevar al descuido de lo que más importa: lo interior”.
 
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