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Domingo, 23 de marzo de 2014

FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA. CASANDRA DA CUNHA Y “WOMAN IN LOVE”, DE BARBRA STREISAND

PRESOS DE UN EMBRUJO

 Por Casandra da Cunha

Lo primero que me viene no es sólo música. Es música y son distintas escenas y soportes que como una suerte de lencería erótica motivan al acto desnudo de oír.

Supongo que esto empezó hace mucho. En la sangre.

Mi padre y sus once hermanos respiraron desde chicos un vapor brutal, de guiso de lentejas en verano, de muertes prematuras y penas en las que nadie se podía detener. Y a fuerza de trabajo infantil, tropezones y cachetazos, él salió andando ancho y fortachón.

Y con voz corpulenta me contaba algo que me hacía verlo como nunca lo vi. A veces se escapaba y se tiraba entre los pastizales de los descampados del cerro con algo totalmente novedoso entre manos: una pequeña radio. La prendía y, con el pecho galopante aún por la corrida, se entregaba al tiempo, a la música, una canción, después otra y otra más. Una nueva forma de éxtasis. La radio.

Más grande y con tres hijos, llevaba a su familia a comer a un restaurante que exhibía unos chorreantes pollos al spiedo.

Ahí ya entra en la escena la niña, una que fui.

En ese restaurante había una máquina llena de canciones. Medía más o menos un metro de alto, sesenta centímetros de ancho y unos cuarenta de profundidad. Tenía lucecitas y carteles con los nombres de las canciones que se había tragado. Era una especie de señora obesa y cuadrada que para dar lo que tenía pedía a cambio una monedita. Alguien la colocaba, elegía una canción y apretaba un botón. La radio era generosa, por ella pasaban miles de canciones. Esta máquina, en cambio, era aparatosa y lo que tenía para dar, muy limitado. No era un invento muy feliz. Y por mezquino no duró. Pero a mí me encantaba la novedad y del puñado de canciones que tenía en su interior esa máquina me fascinaba una, así que me compraban seis o siete fichas y a cada rato interrumpía mi comida para poner una vez tras otra la misma canción. Todo el restaurante se tenía que tragar semejante fijación sonora.

“Laifissa moumen tin speis / Wende drííím isgón / itse loun lía pleis”

Así empezaba. La canción era “Una mujer enamorada”. La cantaba Barbra Streisand.

Y sigue... divina... (La canto por dentro, no los voy a internar pero sugiero que la busquen en YouTube y la pongan.)

Ahí va el estribillo:

“Ai ameuó man inlób / Anaidú enizín / Chu guetiuín / tumaiwó oooo / Anjóu iu widín”.

Y acá grita heroica: “Itse raaaaaaaaaaaair / ai difeeeeeeen / Ou ver / an óuvere / gué en”

Y ahí recuerdo un “¡¡¡¡bare uá chiú!!!!”. En realidad decía: “What do I do?” (“¿Qué hago?”).

Ahora la escucho y me parece una canción japonesa. No me cuesta nada imaginarme chicas de animé con ojos gigantes, colas de caballo, minifaldas y medias hasta la rodilla.

En cuanto a los soportes, a los modos de oír..., la radio, la señora gorda a fichines y lo de ahora, la computadora, el celular..., no sé. Yo nunca edité un disco. Lo mío es el presente, el vivo. Pero me gustaría algún día hacerlo. Lo encapsularía en algo que atraviese el tiempo en las dos direcciones, así llega a través de una radio pequeña a los oídos de aquel muchacho tirado en el pasto, en el cerro. Imagino científicos uruguayos diciendo “ta, la materia no va a viajar por ahora en el tiempo ni para adelante ni para atrás, ¿pero el sonido, bo?”.

Mmmm... sospecho para mí otro destino. Algo así como cantarle al hombre que amo una cancioncita febril y aliviar un poco su agitado corazón. Estamos tirados en la cama presos del embrujo que nos mantiene unidos teniendo que encontrar una salida al terreno espinoso del amor que nace y se quiere quedar, de pronto todo es urgencia, tenemos que encontrar un cauce que ni en el sexo hallamos y, como manotazo de ahogado, superchica llega y la encuentra en la voz cantada al oído. Canto, por ejemplo, “Is This Love?” de Whitesnake... Ahí es cuando él se pone los pantalones y huye tan veloz que deja el humo. O se queda... y vuelven la calma, risas y el sosiego. Vuelvo a cantar. Esta vez “Días de suerte” de Valle de Muñecas, temazo...

Y años después... canto dormida en ese balbuceo borracho, ininteligible de los textos nocturnos y entre sueños él me escucha y no sabe si reír o qué, hasta que la explosión del día en mil pájaros sepulta ese canto tirando a ridículo y nos encuentra por milagro juntos, en un nosotros del cual –ahora me vienen las palabras de Keith Richards: “de Los Rolling Stones sólo se sale en ataúd”– eso, un nosotros del cual sólo se sale en ataúd.

¡Ay, Barbra! ¿Qué fue eso que selló a fuego tu voz?

Vuelvo a oír la musiquita... Ai am a wóman in lóv...

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