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Domingo, 23 de marzo de 2014

DARK ES DARK

MUSICA ¿Quién puede negar que Alfredo Piro nació en cuna de tango? Hijo de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro, hermano de Ligia, dueño de una trayectoria tanguera él también, ahora abrió un nuevo rumbo y convocó a Richard Coleman para grabar y producir El tiempo de los necios, un disco duro y directo que lo pone en la ruta del rock y también en el camino de regreso a los años de su banda Sagrado Corazón, cuando el joven gótico se debatía entre la tradición, la renovación del tango, la pasión por The Cure y el nihilismo.

 Por Mariano del Mazo

La yerra vino de cuna: Alfredo Aníbal Piro, Alfredo por Gobbi y Aníbal por Troilo. A partir de ahí fue todo cuesta arriba o cuesta abajo, como el tango. La imagen siguiente puede ser la de una noche de pelos parados con gel y jabón, ojos con sombra, pilotín oscuro, en el Bijou du Paix de la calle Sánchez de Bustamante, viendo a la banda del momento: Fricción. Entre el cantor de saco y corbata hijo de Susana Rinaldi y Osvaldo Piro, y el rocker gótico que surcó la década del ’80 buscando su destino, se desliza este Alfredo Piro modelo 2014: a los 41 años decidió apostar por la síntesis de ambos mundos, tal vez inconscientemente. Acaba de sacar un disco titulado El tiempo de los necios, con producción de Richard Coleman. Cabos atados, diván y rock and roll: el héroe de su adolescencia calibrando las obsesiones de la madurez. No parece azaroso que el arte de tapa sea la foto de un reloj antiguo y roto.

En su departamento de Belgrano, rodeado de fetiches, cuadros y libros de Kiss, Bowie, Beatles, Zitarrosa y Gardel, Alfredo Piro –felizmente en pareja desde hace 12 años, dos hijos, cuatro discos, dos sesiones de psicoanálisis por semana– se ríe fuerte y dice: “Lo que no puedo o no sé hacer deja de gustarme al instante. Así, no tengo conflictos”. Se refiere en un principio al fútbol, de que no le interesa, de una lesión que tuvo de chico que le impidió practicarlo, pero podría extenderse a otros temas. Esa incapacidad o torpeza física lo acercó muy temprano al rock. La primera vez que pagó para un concierto fue aquella de Fricción. Pero antes la casualidad lo depositó en el Astros para ver a Soda Stereo. “Un viernes estaba en la casa de mi vieja del Botánico, en Las Heras y Malabia. La tía de Gustavo Cerati era amiga de mamá y había quedado en pasar a buscar a mi hermana Ligia para llevarla al Astros. Todos nos olvidamos. Ligia ni siquiera estaba. Entonces mi vieja, para no quedar mal con la tía de Cerati, me enchufó a mí. Caí en la primera fila del teatro. Tendría 12 o 13 años. ¡Me voló la cabeza! El volumen, los pelos parados, la pilcha. Empecé a curtir la noche, a ver recitales. La escena post Malvinas fue gloriosa, había cantidad de bandas para ver. Paralelamente mi conducta en el secundario era... digamos errática.”

Alfredo Piro creció con sus padres separados. Y más: con su madre de gira en gira y poniéndoles el pecho a las balas del tango ortodoxo, la vieja guardia. “Sentí la ausencia marcada de mi vieja. Me crié en una casa de mujeres con mi hermana, mi abuela Angela, mi tía Inés que vivía al lado, Mecha, que era casi mi segunda abuela. De chiquito me mandaban al psicólogo. Cuando crecí le dije a mi mamá que quería vivir con papá. El había vuelto de Europa, una especie de autoexilio: cuando asumió Alfonsín no tenía laburo, nos llamó a Ligia y a mí, nos dijo que se iba por seis meses. Para poder viajar vendió los muebles, todo. Volvió a los dos años, en el ‘88. Ya tenía otra familia formada. Ahí me mudé con él. Yo estaba en plena revolución hormonal. Nunca me voy a olvidar que mi viejo me compró la primera guitarra eléctrica.”

Tuvo su banda dark, Sagrado Corazón, con la que llegó a compartir escenario con Los Siete Delfines y Pachuco Cadáver. Hoy Sagrado Corazón es una de las leyendas más ocultas de los envejecidos corazones new romantics. Andaba a los tumbos, iba a un colegio de curas: muchas veces llegaba con los ojos delineados y lo mandaban de vuelta a la casa. “No creía en la escuela. Era tan nihilista que ni creía en ser bachiller. No me recibí. Un día llamaron a mi vieja para preguntarle por qué hacía dos meses que no iba a clase... Mamá se enteró ahí.” Algunas mañanas rumbo al colegio, a las ocho de la mañana, lo encontraba a su padre en la tanguería que quedaba debajo de su casa. “Se quedaba escolaseando con Pepe Basso, y yo los saludaba. Así como digo una cosa, también debo decir de la enorme libertad que me daban mis padres. Nunca me objetaban cómo me vestía o cómo me peinaba. Mi vieja se enojaba por otras cosas, y cuando se enojaba te trataba de usted. Pero siempre tuvo la cabeza muy abierta. Yo con mis hijos soy diferente. Trato de estar presente y de poner ciertos límites. Tengo uno de 20, Ezequiel, que es mi mayor orgullo: trabaja, vive solo. Y después Victoria, de 3.”

¿Cuándo tuviste conciencia del peso de tus padres, y de tu anclaje con el tango?

–De grande, cuando empecé a cantar tango. Porque si bien mi cuna es tanguera, papá y mucho más mamá fueron parte de cierta resistencia. Yo no escuchaba “Caminito”. Yo escuchaba a mi viejo haciendo “Adiós Nonino” y a mi mamá haciendo Eladia Blázquez. Ahora son clásicos, pero en su momento fueron parte de la renovación. Pero mi música es el rock. Yo como intérprete de tango noté muchas cosas, entre ellas la fuerte presencia de la muerte. En el tango la muerte está en todos lados. Más allá de que como género lo vienen matando de 1915, vos empezás a cantar tango y competís, como digo yo, con Todos Tus Muertos. Y todos son mejores que vos, obvio: porque sí y porque están muertos. Yo con este disco me permito plasmar un lenguaje propio. Trato de suprimir la idea del género musical. No sé qué hago. Rock no es, pop me suena muy a Shakira... Son canciones. Tengo un mambo con las etiquetas. Nunca supe definirme.

YO NO SE QUE ME HAN HECHO TUS OJOS

¿Hay manera de definir esta etapa de Alfredo Piro? Un día antes, al teléfono, Richard Coleman contaba su relación con Piro y su música. “Nos conocemos desde hace años. Tenemos amigos comunes, como el guitarrista Hernán Reinaudo. Alfredo se acercó y me dijo que tenía entre manos un material de canciones propias, y que quería hacer un disco que para él era especial. Nos pusimos a trabajar. Yo lo que quise fue exprimir su costado urbano e incorporar la música que él escucha por una cuestión generacional, como Joy Division, Bauhaus, The Cure. Nos acercamos a una idea amplia, de música popular”.

¿Habías escuchado algo de él?

–Sí, lo había visto en vivo. Me gustaban las canciones, me parecía que tenían mucha originalidad. Algunas las acortamos un poco. Lo interesante es que todos los instrumentos son acústicos, aunque con distorsiones. En el estudio transgredimos técnicas de grabación. Utilizamos el estudio –y no cualquier estudio, el ION– como un instrumento más.

“Richard es muy capo –dice ahora Piro–. Compartimos una identificación cultural con una época del rock muy clara.” Va a presentar el disco los sábados 5 y 12 de abril en el bar Ultra y piensa recorrer diferentes pasajes de su trayectoria, como su versión fogonera del tango “Nada”, o la candombera de “Close to Me” de The Cure. “Y el disco completo, claro. Yo llevo cuatro años haciendo Guitarra negra, el show dedicado a la obra de Zitarrosa, mechando otros temas, como cositas de Acho Estol o de Altertango. Repertorio tengo.”

El tiempo de los necios es por momentos muy oscuro...

–Hay una especie de depresión sobrevolando el disco, ¿no? Las letras las construyo a partir de la música: el disparador siempre es la melodía. Hay partes muy punks, una especie de tango..., es como un muestrario de estados de ánimo.

¿Las canciones son nuevas o vienen de arrastre?

–Son actuales, fresquitas. Aunque algunas hayan tenido su germen hace mucho tiempo. Una, “Azul”, tiene una historia bochornosa. Mi vieja, cuando vio el tema, me dijo: “Ah, por tu padre”. Mi viejo tiene un tango que se llama “Azul noche”. Pero nada que ver. Hace muchísimos años, en la época en que yo vivía con mi viejo en San Telmo, me enamoré mal de una rubia. Una rubia darkie. Le escribí un poema apasionado, muy ridículo, ¡José Narosky clase B! El eje eran sus ojos azules, todo pasaba por sus ojos. Le dije por teléfono que le había escrito un poema, y nos citamos al día siguiente a las cinco de la tarde. Cuando la vi me di cuenta de que... tenía ojos verdes. Por eso en una parte la letra dice, jugando con las palabras y los colores: “Azul, no ver de más”.

LA VOZ DISFRAZADA EN UN TANGO

El tiempo de los necios tiene algo de disco debut. A pesar de que ya tiene una trayectoria de casi 20 años y un trajín de cantor que contempló desde la Orquesta Típica Imperial a la Filiberto, su condición de disco bisagra tal vez hizo que Piro tirara toda la carne al asador. Las letras tienen una pureza adolescente o punk. Frases como “Rata de día/ aire sobrador/ gato de compañía/ toda la noche” (“El rata estepario”), o “Mi unicornio se me perdió / si alguien lo ve que se lo lleve...” (“Domesticación social”) no ofrecen segundas lecturas. Una de las canciones más logradas es “Algo”, que abre el disco y que Piro le dedicó a su hija. La letra es casi un manifiesto de su presente: “Hoy disfracé mi voz en un disco de tangos /De algo que pasó /para colgarse atrás, llorando”.

Más allá de suponer que ésta es la verdadera voz de Piro, y no aquella sobria y por momentos pegada a Julio Sosa, lo cierto es que El tiempo de los necios expande su horizonte y los proyecta en otra escena. La banda la integran Carlos Filipo (guitarras y dirección musical), el ex Cornelio y actual Me Darás Mil Hijos y Acorazado Potemkin Federico Ghazarossian (contrabajo), Lisandro Etala (guitarra), Mariano Casabella (ukelele y mandolina) y Gastón Carlos (batería) y abunda en un sonido pop & rock que puede limitar con el huayno o la cumbia.

Alfredo Piro enciende un cigarrillo negro y dice que tiene muchas ganas de salir a tocar. Habla también de su pasión por el peronismo (“sin ser yo peronista”) y enumera todos los libros que leyó en los últimos años sobre la década del ’70. En las redes sociales manifiesta un enfático apoyo al Gobierno. “No compro el paquete cerrado. Hay cosas que no me gustan nada. Apoyo más que nada a Cristina, me parece una estadista estupenda. Nunca sentí algo así, de creer que la vida de la gente se cambia con más política. Me acuerdo la alegría cuando tenía 10 años de ir de la mano de mi vieja a acompañarla a votar en el ‘83, pero después caí en una profunda desilusión por la política y los políticos. Ahora recuperé la esperanza.”

Piro se queda pensando en el nihilista que fue. Entre el tango y el rock –mejor dicho, entre la cultura tango y la cultura rock– sigue buscando su destino. En un estante del living, un muñequito de Gene Simmons de Kiss le saca la lengua a un cuadro de Carlos Gardel.

Alfredo Piro presenta El tiempo de los necios en Ultrabar, San Martín 678, los sábados 5 y 12 de abril, a las 21. Entrada: $ 100.

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Imagen: Nora Lezano
 
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